jueves, marzo 01, 2007

Qué bonito país

Carlos Fernández-Vega

De foxilandia a calderolandia

Mismo manual, iguales resultados


Ayer la Bolsa Mexicana de Valores cerró sus operaciones con una ligera ganancia de 0.81 por ciento en su principal indicador. En tanto, en Nueva York, el índice Dow Jones repuntó 0.43 por ciento. Los responsables económicos y políticos en el mundo entero intentaron tranquilizar a los mercados tras la caída generalizada del martes por el llamado "efecto arroz"

Pues nada, que en el México oficial las cosas funcionan maravillosamente, que éste se mantiene como un país "envidiable", que su economía es "fuerte y segura", que ya pasaron "los momentos amargos" por descuidar las finanzas públicas y que "pase lo que pase" en otras partes del planeta "tenemos las mejores condiciones". En resumidas cuentas, dejamos foxilandia para ingresar de lleno a calderolandia.

La reciente sacudida en el mercado bursátil no sólo erizó la piel a más de uno, sino que obligó a los estrategas de la "continuidad" a recurrir al manual de frases huecas (un best seller de la tecnocracia con 25 años en el poder) para sonreír y salir del paso.

Por demás activos, aunque nada novedosos, se han visto el inquilino de Los Pinos y el secretario de Hacienda en su intentona por desestimar la pobre perspectiva económica del país y los nubarrones que se vislumbran en el primer año de la "continuidad": menor "crecimiento" que el año pasado, caída en la exportación petrolera, tendencia a la baja en inversión extranjera, incremento del desempleo, más informalidad y demás focos rojos, que a golpe de micrófono pretenden obviar. Y, por si fuera poco, sacudida en uno de los iconos neoliberales, el mercado de valores.

De tanto repetir las frases del citado manual, la tecnocracia cree que sus dichos no sólo son contundentes, sino novedosos y convincentes. Ya el martes por la noche Agustín Carstens aventuró que "México es la envidia de muchos países emergentes; no enfrenta desequilibrios externos y eso hace que el fantasma de crisis o la vulnerabilidad económica estén fuera del radar", y ayer el inquilino de Los Pinos le hizo segunda: "hoy México tiene en orden las finanzas públicas, tiene en orden su sistema financiero y por eso nuestra economía, en su nivel macro, es una economía fuerte y es una economía segura".

No existe economía que se salve de una sacudida mundial (y México acumula experiencias muy desagradables en este sentido), a menos que el epicentro se localice en Ruanda. Son las mismas frases huecas que el micrófono oficial difunde desde muchos años atrás. Por ejemplo, Salinas de Gortari nos llevó al "umbral del primer mundo"; Zedillo nos prometió que "la economía mexicana está de manera firme e irreversible en el carril del crecimiento"; Fox nos aseguró que "hoy estamos mejor que nunca" y ahora Calderón nos receta que "este país ya pasó los momentos amargos" y que "pase lo que pase" el México oficial es la octava maravilla.

Qué más quisieran los habitantes de este heroico país, porque lo cierto es que en esos 25 años maravillosos los mexicanos entraron al primer mundo por la puerta de la emigración al norte, el crecimiento económico es un artículo de lujo y brilla por su ausencia (2 por ciento como promedio anual), mejor que nunca está la concentración del ingreso y la riqueza, y, a menos que el michoacano no lo sepa, no existe mayor amargura que la mitad de la población nacional sobreviviendo en condiciones de pobreza. ¿Realmente es "envidiable"? (Carstens dixit).

Vicente Fox ("mejor que nunca") y Francisco Gil Díaz (el "envidiado tesoro" macroeconómico) decían lo mismo, pero nunca se animaron a decir por qué esa "maravillosa" maquinaria económica que tanto presumían no ha servido para lo socialmente elemental: el bienestar de la población. Que la economía nacional "es un tesoro y una fortaleza", aseguraban, pero los beneficios para el grueso de los mexicanos de plano no se ven por ninguna parte. Como si fuera novedad, Calderón y Carstens repiten el numerito, tal cual en su momento lo hicieron Zedillo y la dupla Ortiz-Gurría, Salinas y Aspe. Y la prueba más contundente es que en 25 años la mediocridad económica y la carencia de resultados han sido, son, la constante.

Tiempo atrás, tecleamos que según la versión oficial día tras día se registra un terrible golpe para los agoreros del fracaso y los enemigos de la modernización, pues se escuchan discursos victoriosos en torno a la situación económica de un país inexistente: en esa República el empleo crece, la inflación disminuye, el poder adquisitivo avanza, la concentración del ingreso no existe, las oportunidades son iguales para todos, la desnutrición es cosa del pasado remoto, la desaceleración económica es manejable y pasajera, y los huevos que se pusieron en una sola canasta, están bien puestos.

Esa nación, definida por los expertos como "el oficialismo en el país de las maravillas", marcha viento en popa; sólo los enemigos del avance (que pueden ser los millones que sobreviven en la pobreza y la miseria, los desempleados, los que ganan salario mínimo o, de plano, los que lanzan fuego y naranjas en las esquinas de las grandes ciudades), llegan a cuestionar la validez de esa bonanza.

En sentido contrario está un país real que lejanamente encontraría sitio, así sea en gayola, en los discursos victoriosos. El problema estriba en cómo hacer compatible el país real con el ficticio, porque, indudablemente, buenos deseos no son sinónimo de buenos resultados (el problema es que este texto fue publicado a mediados de 1993, y 14 años después la situación sigue exactamente igual: de la "solidaridad" a la "continuidad").

Las rebanadas del pastel

Rauda como acostumbra, la Procuraduría Federal del Consumidor anunció que sancionaría a Telcel con más de 5.5 millones de pesos por "interrumpir temporalmente el servicio de telefonía celular", lo que sucedió tres semanas atrás. Se estima que 15 millones de usuarios resultaron afectados por la "caída del sistema", y que las pérdidas provocadas se aproximaron a 100 millones de pesos. Entonces, la Profeco sancionaría con el equivalente a 5.5 por ciento del daño provocado, mientras los usuarios se quedan con el daño. Con esas rígidas medidas, el sistema puede "caerse" cuando quieran, porque sale muy barato para los dueños de la tienda.

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