miércoles, junio 27, 2007

Carta al doctor Luis Montes

Arnoldo Kraus

Hace algunos años leí, en una afamada revista de medicina, que lo peor que le podría pasar a la profesión era que los abogados se interpusiesen entre los pacientes y los doctores. Quien escribió ese ensayo tenía razón, pero no toda la razón. Hay algo aún más funesto. Me refiero, por supuesto, a los políticos.

Cuento con un buen diccionario de ideas afines y sinónimos. Dice el diccionario que tribuno, hombre de Estado, gobernante, rector, mandatario, son, entre otros términos, sinónimos de político. Confieso que he utilizado este libro muchas veces y con frecuencia me saca del atolladero. Muestra de ello son las pastas dobladas y medio rotas. Aunque en esta ocasión me ha defraudado, el diccionario es un libro que aprecio. La glosa de sinónimos de político es pobre; ladrón, inculto, hijodeputa, oportunista, vendepatrias, asesino, corrupto, cáncer anaplásico, narcotraficante, son, entre otros, algunos de los conceptos que faltan.

Al doctor Luis Montes no lo conozco. Tampoco conozco a Manuel Lamela. El primero era, en marzo de 2005, coordinador de urgencias del hospital Severo Ochoa, de Leganés (Madrid). El segundo era consejero de sanidad de Madrid (miembro del derechista Partido Popular). El primero, aunque perdió su puesto por culpa de Lamela y asociados, sigue ejerciendo. El segundo cambió de puesto: después de haberse dedicado a la salud ha sido nombrado titular de la cartera autonómica de transportes.

La mayoría de los profesionistas casi siempre son lo que son: los pintores pintan, los arquitectos construyen, los religiosos pregonan y los médicos atienden enfermos; con respecto a los doctores es prudente aclarar que los dermatólogos se dedican siempre a la piel y los endocrinólogos al sistema endocrino. Casi nunca un proctólogo opera cerebros y nunca un urólogo coloca marcapasos. En cambio, los políticos contemporáneos van mucho más allá que Proteo (en México tenemos muchos casos): Lamela pasó de atender problemas de salud y casos de pacientes terminales -como sucedió en el hospital Severo Ochoa- a resolver bretes de neumáticos, carrocerías y volantes. Confirmo que mi diccionario es incompleto: multiusos y sabelotodo son también sinónimos de político.

Cuento, sucintamente, lo que pasó en el hospital Severo Ochoa, de Leganés. En marzo de 2005 una llamada anónima acusó a los médicos del nosocomio de haber cometido 400 homicidios en pacientes terminales. Ocho días después, tras haberse estudiado los expedientes, se concluyó que debería ahondarse sólo en 25; con celeridad se destituyó al doctor Luis Montes. Con el paso de los meses se solicitó la opinión de la fiscalía de Madrid, de la Clínica Médico Forense, de un grupo de expertos, del Colegio de Médicos de Madrid y, finalmente, se concluyó, en junio de 2006, que cuatro sedaciones fueron calificadas como contraindicadas; este último punto fue rebatido por expertos en cuidados paliativos, quienes aseveraron que "no hay una dosis de calmantes máxima fijada en ningún protocolo ni, mucho menos, en una ley".

El 22 de junio de 2007 el caso del hospital Severo Ochoa fue sobreseído. Curiosamente, como en el peor de los escenarios políticos del tercer mundo, Lamela dejó de ser responsable de la sanidad madrileña dos días antes de que el juzgado diese por terminado el asunto.

Después de dos años, el balance es, a nivel personal, siniestro: el político Lamela fue premiado con una nueva cartera, mientras que varios médicos han sido objeto de acoso. De acuerdo con la prensa, algunos han pasado por periodos de baja por depresión, otros han cambiado de destino, unos han perdido sus puestos y, sin duda, la mayoría han sufrido diversos grados de estrés por la desinformación y torpeza de Lamela, amén de que, desde que estalló la crisis, los médicos de ese nosocomio se han negado a sedar a pacientes terminales.

Sin embargo, a nivel comunitario, el balance podría ser bueno. Es evidente que la sociedad, sea por méritos propios o por la poca sensibilidad y nula prudencia de la mayoría de los políticos (en casi todo el mundo son iguales), avanza más rápido que las leyes (sobre todo cuando son impuestas por los Lamela, los Fox, los Bush o los Kaczynskis).

Según Luis Montes lo que ahora sigue es rehabilitar la muerte sin dolor: "con la sedación... se trata de asistir en la agonía, evitar el sufrimiento. Hay pacientes que con la sedación tardan más en morirse, pero lo hacen tranquilamente. En otros casos se adelanta la muerte sin dolor". Y agrega: "Morir sin dolor es un derecho ciudadano".

Lo sucedido en el hospital Severo Ochoa muestra la fragilidad que pueden tener los médicos cuando se les acusa sin fundamento; además, el episodio ha deteriorado la relación entre médicos y pacientes y ha puesto en evidencia cuán nocivo puede ser el poder de los políticos y las pestilentes redes que se hilan entre ellos para protegerse: en dos días Lamela tenía chamba.

Montes tiene razón cuando afirma que "morir sin dolor es un derecho ciudadano". Los médicos debemos fomentar la autonomía de los enfermos dotándolos de información; debemos diseminar, sin maniqueísmos, los pros y contras de la eutanasia, y debemos soñar: alejar a la ralea política del ejercicio médico es sembrar un pequeño jardín.

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