lunes, noviembre 05, 2007

La bomba de tiempo kurda


Sabotajes, atentados y ejecuciones de población civil adversa están en la cuenta del PKK
Foto: archivo

México, D.F., 5 de noviembre (apro).- Que uno de los efectos de la invasión estadunidense a Irak sería la exacerbación de los nacionalismos internos, era algo que se sabía. Así sucedió con los chiitas y sunitas, y sólo era cuestión de tiempo para que estallara también una crisis entre los kurdos, ese pueblo que se asienta en el norte y que siempre ha reivindicado su autonomía.Si bien todos estos conflictos tienen ramificaciones externas que crean tensiones con otros países de la región, el caso de los kurdos corre el riesgo de desembocar en acciones armadas que no sólo enfrentarían a Irak y Turquía, sino crearía una crisis internacional de dimensiones mayores, por todos los actores que se verían involucrados en ella.El pasado 17 de octubre, el Parlamento turco aprobó con una aplastante mayoría de 507 votos a favor y 19 en contra una moción para permitir que el gobierno de Ankara lance una ofensiva militar contra las bases del rebelde Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que se asientan en la región kurda de Irak.Desde ahí, unos 3 mil 500 guerrilleros realizan ataques contra territorio turco, lo que ha derivado en sangrientos enfrentamientos fronterizos con las tropas de Ankara. Además de un partido de orientación marxista, el PKK es un grupo armado que desde 1984 reivindica mayor autonomía para los 15 millones de kurdos que viven en Turquía y también, eventualmente, la reunificación del Kurdistán histórico, que hoy está fragmentado en otros cuatro países: Irán (8 millones), Irak (2.5 millones), Siria (un millón) y Armenia/Azerbaiyán (500 mil). Esta reivindicación ciertamente no ha sido con métodos suaves. Sabotajes, atentados y ejecuciones de población civil adversa están en la cuenta del PKK. Pero la represión del gobierno turco contra estos afanes autonomistas ha sido multiplicadamente brutal: torturas, despariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, desplazamientos masivos de población y hasta bombardeos han sido documentados en la zona de mayoría kurda, y se calcula que el número de víctimas de estos 23 años de guerra no declarada llega ya a 35 mil.Nadie, sin embargo, ha hecho un esfuerzo serio para poner fin a este conflicto y una solución de fondo; es decir, la reunificación de unos 30 millones de kurdos bajo una misma bandera, parece una simple fantasía ante la división de facto y la multiplicidad de intereses que chocan entre sí, no sólo de países y bloques, sino también de los diversos grupos kurdos.Descendientes de los antiguos medos y con dos mil años de historia documentada, los kurdos en realidad nunca han constituido un Estado como tal y tampoco conforman una entidad cultural uniforme. Étnicamente no son turcos ni árabes ni persas, ni tampoco hablan ninguna de éstas lenguas, sino varios dialectos con un tronco común, que les permite cierto entendimiento. Su religión predominate es la sunita, pero también hay chiitas, cristianos, judíos, yazidis y adoradores de Zoroastro.
Las diferencias
De tradición nómada, la mayoría está ahora asentada en pequeñas aldeas agrícolas, casi todas en zonas montañosas de condiciones climáticas extremas, donde vive en un estado de atraso y marginación. Con una organización tribal y de espíritu guerrero, las rivalidades territoriales son frecuentes y no pocas veces se dirimen con las armas. Incluso, el principal impedimento para una hipotética reunificación de la nación kurda radica en las diferencias entre el tribalismo rural y la propuesta de liberación nacional y social del PKK turco.En este marco de división, la tendencia de la mayoría de las organizaciones kurdas es más hacia la autonomía dentro de las fronteras nacionales a las que pertenecen, que a la búsqueda de un Kurdistán único. Los gobiernos respectivos, por su parte, han buscado alimentar estas divisiones para evitar frentes unidos, y no pocas veces coordinan sus políticas represivas contra quienes amenazan subvertir este orden.Para los occidentales, causantes directos de la fragmentación de los 550 mil kilómetros cuadrados que alguna vez abarcó la patria común kurda, gracias al reparto de sus áreas de influencia después de las dos Guerras Mundiales, tampoco hay ningún interés en que se vuelva al antiguo estado de cosas, sobre todo en una región rica en mantos petroleros y acuíferos, bienes que amenazan con volverse escasos en los próximos decenios.Así, tanto para la Unión Europea como para Estados Unidos, el PKK significa una amenaza para sus intereses e, inclusive, ha sido catalogado como una organización terrorista. Pero, por distintos motivos, ninguno de los dos desea que sus milicias que operan en el Kurdistán iraquí sean neutralizadas mediante una incursión militar turca.Miembro desde 1952 de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), Turquía ha sido una aliada útil pero incómoda para las dos potencias. Desigual con éstas en desarrollo socioeconómico, raíces culturales y religiosas, y con una política autoritaria y represiva que poco comulga con una democracia occidental, fue incorporada a la alianza atlántica más por razones estratégicas que por afinidad.Pero actualmente, para Europa, más que una aliada militar es una pieza de su propio proyecto geoestratégico de construir un solo bloque hasta la frontera con Rusia. Asociada al Mercado Común Europeo, Turquía pugna ahora por ser miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Pero justamente sus pobres registros en materia de democracia y derechos humanos han impedido que su admisión tenga consenso. Y en ello también ha jugado un papel el problema kurdo.Los europeos han insistido en que éste debe tener una solución negociada y no militar, porque no desean un conflicto armado dentro de sus fronteras comunes y, por supuesto, mucho menos quieren una guerra con un país vecino como Irak, además de que resulta imprevisible la reacción de los kurdos de las naciones, que podría generar una crisis regional.Pero hay otro factor: en Europa viven alrededor de un millón de kurdos y 4 millones de turcos, la mayoría migrantes económicos, pero también políticos, lo que convierte a ésta en una caja de resonancia de lo que pasa en su tierra de origen. En noviembre de 1998, cuando en Italia fue detenido Abdullah Ocalan, el líder del PKK solicitado en extradición por Turquía, el mundo no sólo pudo ver cómo unos kurdos se inmolaban al estilo bonzo en Roma y Moscú, sino que numerosas ciudades europeas se vieron sacudidas por violentas manifestaciones pro y antikurdas. Uno puede imaginarse lo que ocurriría si los turcos atacan militarmente a los kurdos de Irak.Estados Unidos, geográficamente más lejano y con una mínima población turca y kurda, ha utilizado a Turquía más bien como un ariete contra sus adversarios en esa zona del mundo. Durante la Guerra Fría, construyó ahí grandes bases militares que no sólo contaban con fuerzas aéreas, marítimas y terrestres, sino también con arsenal nuclear: y a punto estuvieron de volar desde ahí cohetes atómicos contra la Unión Soviética, durante la crisis de los misiles en Cuba, en 1962.En los últimos 40 años casi no ha habido ningún conflicto en Medio Oriente y Asia Central en que los estadunidenses no hayan movilizado algún elemento militar desde territorio turco, ya ni hablar de las tareas de inteligencia que desde ahí se realizan. Ankara ha servido también como muro de contención de los movimientos nacionalistas y religiosos de esa zona, entre ellos, el de los kurdos.Pero con la invasión de Irak, fue un tanto diferente. Los aliados de la OTAN no se pusieron de acuerdo en el ataque militar ni en el papel que Turquía debía jugar en éste. Y el gobierno turco, con un partido islamista en el poder y una población mayoritariamente musulmana que salió a las calles para oponerse a que su país se convitiera en una plataforma de ataque contra una nación hermana, tampoco aceptó colaborar de buen grado.Al final, Ankara prestó sus bases como punto de escala para atacar a Irak desde el norte, pero a cambio de una multimillonaria “compensación de guerra” y, además, exigió el despliegue de 80 mil de sus propios soldados en la frontera iraquí, para impedr una invasión masiva de refugiados kurdo-iraquíes, que creara una explosiva presión sobre su propio conflicto interno.
Bastión de resistencia
Ubicado en la parte norte de Irak, que fue convertida en zona de exclusión aérea después de la guerra de 1991, el enclave kurdo iraquí fue visto por los estrategas estadunidenses como un bastión de resistencia contra el régimen de Bagdad. Integrado por unos 2.5 millones de personas, siempre conservó su lengua, su cultura y sus costumbres, y reivindicó tenazmente su autonomía, lo que le valió una constante represión por parte del gobierno central de Irak.Sin embargo, los kurdos iraquíes han sido utilizados y traicionados varias veces. En 1970, el Sha de Irán instigó a los jefes tribales a levantarse contra la reforma agraria, lo que les significó un sangriento aplastamiento. Y en la Guerra del Golfo, su colaboracionismo con Teherán y la agitación que crearon en la zona fronteriza con Irán, fueron castigados con bombas de gases venenosos, como aquella que, en 1988, mató a los 7 mil pobladores de la aldea de Halabya.Ansioso de que fuera derrotado el régimen del ayatola Jomeini, Washington, que le había proporcionado estos gases a Sadam Hussein y sabía del uso que les daba, no hizo nada para impedirlo. Y tres años después, luego de que los estadunidenses obligaron a los iraquíes a replegarse de Kuwait, el gobierno de Bush padre instigó otra vez a los kurdos a sublevarse contra Bagdad, lo que significó una nueva dosis de bombardeos. Abandonados a su suerte, más de un millón de kurdos intentó huir hacia Turquía e Irán por las montañas, donde miles murieron de frío y hambre durante el invierno.Ante la invasión en curso fueron más cautos. Apoyaron el derrocamiento de Hussein, pero pusieron sus condiciones y mantuvieron su propia agenda. Actualmente, en el gobierno de “unidad nacional”, el presidente Yalal Talabani y el canciller Hosyan Zebari cubren, entre otros altos funcionarios, la cuota de representación kurda, lo que, sin duda, marca el tono del actual conflicto con Turquía.Los kurdos iraquíes no hablan de independencia, pero está claro que quieren conservar su autonomía. No se dio el temido éxodo de refugiados hacia Turquía, pero es evidente que los milicianos del PKK no podrían estar instalados del lado iraquí de la frontera, sino fuera con anuencia del gobierno regional kurdo. El gobierno central de Bagdad, por su parte, ha dicho que no tiene capacidad militar para combatir a los rebeldes y que, de cualquier modo, no los entregaría a Ankara.Ante la presión internacional y luego de pláticas con Ankara, Bagdad ordenó el cierre de las bases del PKK en Irak y dijo que controlaría sus actividades armadas, lo que fue calificado por el gobierno turco como “insuficiente”. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, viajó hoy a Turquía y este lunes George W. Bush esperaba la visita del primer ministro turco, Tayyip Erdogan, quien se comprometió a no tomar decisiones hasta no hablar con el jefe de la Casa Blanca. Es probable que, por el momento, quede conjurada cualquier acción armada; a nadie, ni siquiera a Turquía le conviene. Pero, como una bomba de tiempo, el problema kurdo seguirá ahí.

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