Julio Hernández López
La suerte está (más o menos) echada: López Obrador pisó ayer el acelerador en la Torre de Pemex (aunque mantuvo algunos seguros y redes de protección en activo), mientras Calderón se entregaba a los placeres de la complicidad con el decrépito cetemismo y Mouriño pretendía subrayar sus amores patrios (con México) al discursear en Iguala respecto a diálogos y acuerdos (la bandera nacional como escenografía).
Es cierto que el proyecto de acciones para resistir cívicamente las pretensiones calderonistas de privatizar el petróleo no fue presentado personalmente por Andrés Manuel López Obrador (como en otras ocasiones había sucedido con propuestas importantes; por ejemplo, el plantón). Lo hizo la senadora tabasqueña Rosalinda López, quien a su vez condicionó la tercera etapa, la represivamente más peligrosa, a que sea decidida y convocada por el Frente Amplio Progresista, legisladores federales y la Comisión Coordinadora en Defensa del Petróleo.
Pero es indudable que el ex candidato presidencial despojado arriesgó ayer más de lo que había hecho desde los tiempos del campamento vial poselectoral. Sus palabras y gestos no parecen estar concebidos para algún arreglo intermedio o alguna reversa “estratégica”. A lo largo de los meses posteriores al fraude electoral hubo quienes criticaron el pasmo, la inactividad en lo trascendente, disfrazada de giras, y la improductividad de mítines, marchas y discursos que dejaban en ciertos segmentos la impresión de que no se sabía, no se podía o no se quería hacer más que posponer o sobrellevar las cosas. Sin embargo, ayer López Obrador confirmó lo que venía anunciando: su determinación de ser inflexible en la defensa del petróleo mexicano, su compromiso de no aceptar variantes lingüísticas ni presuntos eufemismos para disfrazar lo que es privatización, y empuje para llevar adelante un programa de acciones que implican la confrontación con el ilegítimo poder establecido y el riesgo de que los gobernantes-negociantes crean haber encontrado el pretexto adecuado para desatar la represión que preparan desde antes de haberse instalado en Los Pinos.
La opción preferencial por la violencia ha sido practicada por los nuevos oficiantes del poder desde que, ya transferido informalmente el control de lo institucional, aunque la ceremonia oficial se haría unos días después, fue aprobado el plan de presunto aplastamiento de la rebeldía civil oaxaqueña, que se desarrollaría el 25 de noviembre de 2006. Luego vendría la toma militar del país con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico, que no ha sido sino un reacomodo comercial dirigido por los nuevos gerentes sexenales y una estrategia de control social preventivo. Y ahora están en vías de ser aprobadas las reformas en materia penal que han sido bautizadas como ley Gestapo, con las que los autoritarios rencorosos podrán dirigir acciones policiacas y militares contra quienes quieran, utilizando módicas coartadas legales. Por las noches, como sucedía con las tropas nazis de asalto, cualquier casa podrá ser allanada y sus habitantes arrancados de ella sin orden judicial ni fundamento mayor que la suposición de los agentes gubernamentales de que en esos lugares pudiese estar en riesgo alguna vida (una llamada anónima, denunciando atrocidades en un domicilio, podría servir para “justificar” irrupciones armadas; esa llamada anónima podría ser calumniosa o certera o inventada o auténtica). Ahora, frente a la calculada insurgencia cívica motivada por la defensa del petróleo, el calderonismo tendrá caravanas militares en las calles, una ley alcahueta e instalaciones “estratégicas” protegidas por soldados gracias a las “provocaciones” de grupos supuestamente guerrilleros que habrían hecho estallar explosivos en sitios petroleros.
Es grave la responsabilidad de organizar acciones de resistencia civil pacífica que impliquen “cercos” y “bloqueos” ciudadanos a aeropuertos, carreteras e “instalaciones administrativas estratégicas petroleras y financieras”. Siempre estarán presentes los riesgos derivados de las infiltraciones y las provocaciones inducidas de las que aquí se ha hablado en anteriores entregas. De hecho, ayer el coordinador de los senadores perredistas, Carlos Navarrete, sufrió agresiones verbales e incluso físicas que son inaceptables. Se puede estar firmemente en contra de la manera en que hacen política los miembros de ciertas corrientes perredistas, pero ello no autoriza a nadie a establecer tribunales individuales de conciencia ni a montar horcas u hogueras de odio, porque ello sería autorizar y justificar que se haga lo propio con el movimiento cívico.
En la conformación política que ha sido aceptada por López Obrador y que en su momento él mismo apoyó, al grado de que la fuerza de los chuchos en las cámaras sería mucho menor si el entonces candidato presidencial hubiera decidido impulsar un proyecto alterno de candidaturas, son importantes los personajes como Navarrete y como Javier González Garza, quien fue abucheado mientras desarrollaba un discurso. Políticamente, al agredir a Navarrete y al gritar y silbar a González Garza, se ayuda a consolidar la imagen de rijosidad e intolerancia de esta resistencia civil pacífica. Y además se crean condiciones aprovechables por algunos de estos personajes, de por sí reticentes a sumarse plenamente al difícil plan de acción venidero. Dado que no es del flanco de un movimiento siempre pacífico de donde deben venir provocaciones y agresiones, bien hará el tabasqueño con deslindarse de ellas.
La temperatura sube y el caldero borbotea, pero Felipe y Mouriño hacen como que no se enteran, protegidos por la nube policial y militar que los protege (ahora, gasto doble). El derrotado Francisco Labastida anuncia que se estudia la posibilidad de llevar a Pemex a la Bolsa de Valores. Y Germán Martínez habla de abrir las puertas electorales del PAN a candidaturas “ciudadanas”.
Y, mientras López Obrador es entrevistado hoy, a las 10 horas, por el maestro Jorge Saldaña en Abc Radio, en el 760 del DF y algunas frecuencias de otras ciudades, ¡hasta mañana, en un periodo de reflexión y definición respecto al resistente futuro inmediato!
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