Ana María Aragonés
En el más reciente viaje de Felipe Calderón a Estados Unidos planteó que quería “trabajar codo con codo para revertir la discriminación y el hostigamiento que padecen los migrantes” a quienes pedía consejo para “saber cómo ayudarlos”, posición que significó una gran desilusión para esos trabajadores, pues el gobierno demostró que no tiene ni idea del fenómeno y, lo peor, que no están entre sus prioridades, ya que quien tenía que haber hecho las propuestas era el propio Calderón.
Es muy lamentable que la posición de México sea tan tibia cuando la situación para los migrantes es cada vez más difícil, según señala en su reportaje David Brooks (La Jornada, 11/3/08). Los crímenes de odio cometidos contra latinos entre 2003 y 2006 se incrementaron 35 por ciento, según la FBI, y lo que parece claro es que gran parte de estos delitos tienen como objetivo a migrantes. En este entorno lo realmente preocupante es que estos embates los justifican tanto comentaristas como políticos conservadores. Y no sólo eso, sino que algunos de estos personajes se atreven a plantear propuestas tan aberrantes como la posibilidad de esterilización de las mujeres mexicanas y la colocación de minas en la frontera con México.
Si bien es cierto que las ráfagas de racismo y odio se lanzan contra todos los latinos, los más perjudicados son los indocumentados por su situación de vulnerabilidad. Estos trabajadores pueden vivir grandes penalidades, como cuando se ponen en marcha redadas y son separados de sus hijos, sin importar que sean lactantes, lo cual los coloca en el desamparo total.
Resulta inaceptable que se trate de acciones selectivas, es decir, para consumo interno y para calmar a los grupos más conservadores, pues todos saben que se trata de un conjunto laboral del que no pueden prescindir. Las autoridades satisfacen sus objetivos sancionando a los migrantes y aplicando alguna multa económica a los empleadores, que, como sabemos, es como “quitarle un pelo a un gato”, pues las ganancias que obtienen gracias al trabajo de los indocumentados son altísimas.
Ejemplos hay muchos, pero habría que destacar uno en particular: el caso de una fábrica de uniformes para los militares estadunidenses de la guerra en Irak, que obtuvo un contrato por 91 millones de dólares y cuyo personal era mayoritariamente indocumentado, lo cual permitió a los propietarios abusar de esos trabajadores, tal como hizo patente el fiscal Michael Sullivan, quien los acusó de explotar a los migrantes indocumentados para maximizar sus beneficios. Entre las barbaridades que ejercían estaba descontar a los trabajadores 15 dólares por cada minuto de atraso y les aplicaban multas de 20 dólares por pasar más de dos minutos en el baño o hablar durante su labor. “Es la típica fábrica donde se explota a los obreros... como las que existían a principios de la década de 1900. Éstas eran las condiciones deplorables que estos trabajadores tenían que soportar”, dijo Sullivan.
Es verdad que en el operativo el dueño de la fábrica, Francesco Insolia, fue detenido, aunque liberado horas más tarde. Y si bien tuvo que pagar una multa por contratar indocumentados, no hubo ninguna sanción por haber violado las más elementales leyes del trabajo ni por haber atentado contra sus derechos humanos. Es decir, sólo se le sancionó por haber contratado indocumentados.
La opinión pública de Estados Unidos debe entender que esta situación es resultado de la puesta en marcha de una estrategia económica de los empleadores, apoyada por los políticos que han decidido sustituir a los trabajadores legales por indocumentados, pues resultan mucho más baratos y así se favorece la descarnada competencia mundial en favor de las empresas estadunidenses. De ahí que el número de trabajadores sin documentos se haya incrementado en forma por demás extraordinaria.
Pero si las condiciones para los migrantes ya eran bastante lamentables, en el contexto del debate electoral se agudizan y se incrementan las políticas antinmigrantes ante la ambigüedad de los candidatos a la presidencia, tanto los demócratas Clinton y Obama como el republicano John McCain. Habría que recordar que este último, antes de entrar en la contienda presidencial, conjuntamente con el senador demócrata Edward Kennedy había planteado interesantes propuestas en favor de los trabajadores migrantes agrícolas. Pero eso ya se acabó, y no sólo ha cambiado totalmente el tono del discurso, sino prácticamente ha dejado de hablar sobre migración, pero en cambio enfatiza la cuestión de la seguridad nacional aceptando el muro.
¿Hasta cuando van a terminar los golpes contra los migrantes?
Hasta que Felipe Calderón decida defender a los connacionales con la misma enjundia con que apoya a políticos deshonestos de su gabinete.
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