miércoles, octubre 01, 2008

MI GUERRA PERDIDA
Materia FECAL

Hace más de un cuarto de siglo, en enero de 1982, Ronald Reagan declaró formalmente la "guerra contra las drogas". A lo largo de estos 26 años las autoridades estadunidenses han perseverado en su modelo de combatir a narcotraficantes, vendedores y usuarios, endureciendo las penalidades, llevando a cabo acciones de interdicción y decomiso de droga, e interviniendo "estratégicamente" en otros países. Pero los expertos que han evaluado esta "guerra" coinciden en la ineficacia de las medidas aplicadas y califican todo el proceso como un fracaso. Las declaraciones sobre el avance logrado son un esfuerzo cosmético para maquillar una dura realidad: después de gastar miles de billones de dólares para impedir la entrada de droga, hoy es mucho más accesible obtenerla.
¿Por qué ha fallado la "guerra contra las drogas"? Vista desde una perspectiva histórica, toda la acción operativa y restrictiva (decomisos, interdicciones, prohibiciones y detenciones) no triunfa porque el negocio es buenísimo y la demanda sigue creciendo. El objetivo de lograr un país libre de droga es absolutamente utópico: en todas las épocas y todas las sociedades han existido, y existirán, personas que buscan drogarse. Redimensionar el problema a proporciones manejables conduce a replantearnos la ilegalidad del consumo de ciertas sustancias y a distinguir uso de abuso. El caso del alcohol es ilustrativo: una cosa es su consumo moderado, otra es emborracharse. Lo que produce daños impresionantes es la cantidad que se consume y las circunstancias en que se hace. Así como el hecho de beber alcohol moderadamente no es en sí criminal, de igual manera tampoco lo debería ser drogarse prudentemente. Por eso es un error calificar sin matices el consumo de drogas o verlo como moralmente malo. Y de la misma manera que el intento de prohibir el consumo de alcohol fracasó estrepitosamente, también está fracasando, y fracasará, el intento de prohibir las drogas.
Mi hermano fue adicto a sustancias ilegales desde los 15 años. En la secundaria empezó a consumir LSD y mariguana, y luego siguió con otras "drogas". Nunca se inyectó heroína, porque le daba miedo picarse, pero a veces esnifeaba cocaína. Durante más de 30 años tratamos de "salvarlo" y lo internamos en distintos centros de desintoxicación. Fue imposible que dejara de consumir sustancias ilegales. A lo más, redujo su consumo a la mota y los "papeles". Cuando no lograba comprarlos se ponía muy agresivo. Con un poco de droga regresaba a su condición pacífica y encantadora. Murió, hace cuatro años, al caerse en su departamento y golpearse la cabeza. Supongo que estaba en un "viaje", y se tropezó. Fue una buena muerte, instantánea, y no la que temíamos que le ocurriera cuando iba a comprar su mota, o sus pastillas, o sus "papeles". En los últimos años, cuando desistimos de internarlo, nuestro miedo era lo que le podía pasar durante la transacción comercial. Eso, y no el efecto de la droga, era lo que más nos asustaba y preocupaba.
Por su adicción me puse a leer sobre el tema, y me enteré que a principios del siglo XX la cocaína estaba permitida en todos los países, y que se vendía abiertamente en las farmacias. Es hasta la mitad de ese siglo que se empieza a regular su comercio, y luego a prohibirla. Y hoy su criminalización ha creado un mercado negro y desatado el narcotráfico.
Nuestro país se desangra y corrompe con el "narco". Los dirigentes e integrantes de los cárteles han tejido alianzas familiares y económicas, que se han traducido, por un lado, en una fuerte corrupción de funcionarios y de ciertos mandos de las fuerzas armadas y de la policía, y por el otro, en una bonanza económica en distintas poblaciones, muchas de ellas olvidadas por el gobierno. Los cárteles van en camino de convertirse en un poder paralelo, además de que el régimen de terror que han implantado se traduce en un saldo creciente de muertos. De una lectura cuidadosa de la historia se desprende que hay que enfrentar el narcotráfico de otra manera: abandonando la perspectiva de una "guerra", obstaculizando cada vez más el lavado de dinero y reglamentando el uso de ciertas sustancias.
En lugar de intentar tapar el sol con un dedo, con la regulación se podrían impulsar tratamientos médicos para los adictos que sí desean desengancharse. A través de la despenalización del uso de la droga se podrían canalizar recursos y energías, por ejemplo, para apoyar la investigación biomédica en el desarrollo de una sustancia química que alivie a los drogadictos de la necesidad de drogarse. También se frenaría la inevitable corrupción dentro de las instituciones dedicadas a luchar contra la droga y las policías podrían dedicar sus esfuerzos a combatir a otros delincuentes. Además se reduciría el problema de las muertes por sobredosis o adulteración, ya que las dosis estarían controladas. Y la legalización también permitiría el uso de drogas en pacientes terminales con dolorosas agonías.
Hablar de "guerra contra la droga" es pura retórica política para intentar calmar la angustia e impotencia que siente la ciudadanía. Podríamos empezar por despenalizar el debate, y hablar públicamente de lo que significaría la regulación del consumo privado. Eso es lo que ya están proponiendo un grupo de políticos e intelectuales. l

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