martes, noviembre 25, 2008

20 de Noviembre

Por Rosario Maríñez

El discurso de los funcionarios del gobierno calderonista y del propio Calderón durante el acto de celebración de la gesta revolucionaria iniciada el 20 de noviembre de 1910, cuando Francisco I. Madero lanzó su Plan de San Luis llamando a los mexicanos a levantarse contra el gobierno ilegítimo de Porfirio Díaz, es tan falso como un billete de tres dólares. Estos funcionarios, que conducen un gobierno tan parecido al del tirano Díaz, en aspectos como la falta de democracia política y la imposición de una economía que empobrece a la inmensa mayoría de los mexicanos y reparte la riqueza del país en unos cuantos, se montan sobre la efeméride del calendario cívico para traer agua a su molino. Este molino es "su guerra" contra el narcotráfico. Ni siquiera la mención a Madero, como único revolucionario según Calderón, puede considerarse un gesto digno en el espectáculo montado en el Monumento a la Revolución, pues este gobierno tan falto de legitimidad no tiene calidad moral para llamarse representante de los ideales de Madero, sintetizados en la consigna "Sufragio Efectivo. No reelección".

Thomas Benjamin, historiador estadounidense, en su libro "La Revolución Mexicana. Memoria, mito e historia" (Edit. Taurus, 2000) nos dice que la celebración del 20 de noviembre devino en espectáculo masivo de persuasión política cuando el grupo sonorense se consolidó en el poder mediante rituales, desfiles, festivales y juegos deportivos para introyectar a los mexicanos una idea de patria y nación cohesionada en torno a los valores de la ideología del nacionalismo revolucionario. Durante dos décadas, luego de aquel 20 de noviembre de 1910, su celebración sólo era fomentada por asociaciones voluntarias y virtualmente ignorada por el gobierno de los generales. Pero a finales de los años veinte, en el momento del nacimiento del Partido Nacional Revolucionario (el abuelo del PRI), el Estado "de la Revolución Mexicana" se apropió de aquella celebración para montar el espectáculo anual, en el que fuimos educados por la escuela mexicana, para crearnos el imaginario de un México vigoroso que había surgido de una revolución heroica. Al mismo tiempo, el autoritarismo, la corrupción, el fraude electoral, la represión a los movimientos sociales, fueron constituyéndose en las prácticas de los gobiernos priístas, hasta llegar a la masacre estudiantil de 1968, a la guerra sucia, y al arribo al poder del grupo neoliberal encabezado por Salinas de Gortari. Fueron precisamente en esas prácticas corruptas, y en la gestión gubernamental vista como la posibilidad para los grandes negocios, en donde se crearon las condiciones para que el crimen organizado y el narcotráfico encontraran tierra fértil para minar a todo el cuerpo gubernamental y destruir las redes sociales de solidaridad y la salud de nuestros jóvenes. El bono democrático que llevó a la silla presidencial a un individuo como Vicente Fox, quien le heredó el poder a Calderón, sólo ha debilitado al Estado frente a esos otros poderes que hoy tienen al país viviendo jornadas sangrientas, y a los ciudadanos temerosos de perder sus bienes o incluso la propia vida.

Por eso me pregunto, ¿qué necesidad hay de que Calderón y sus funcionarios hagan el ridículo montando celebraciones que nada les dice a los mexicanos en torno a una supuesta "unión, fraternidad y patriotismo", y en donde sólo se tiran a la basura los recursos del erario en un afán de justificar con falsos discursos su ineficiencia para combatir el narcotráfico y su incapacidad de dar seguridad a todos los mexicanos? A 98 años parece que estamos igual como a principios del siglo veinte.

La autora es Maestra en Ciencias Educativas por el IIDE-UABC, y doctorante en Ciencias por el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav-IPN.

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