jueves, enero 15, 2009

GAZA

Lorenzo Meyer

Analista político

Distrito Federal– Campana. El tema del conflicto en Palestina es un terreno política y moralmente minado. La prudencia aconseja evitarlo, pero incluso esa decisión conlleva un costo, pues la carnicería es ya espeluznante –alrededor de mil muertos, de los cuales un buen número son niños y mujeres–. Y siempre que doblan a muerto las campanas, doblan por cada uno de nosotros.
La naturaleza de la lucha. La violencia en Gaza, nos recuerda ‘The Economist’, es parte de una guerra que ya dura cien años. De un lado está hoy el ejército del Estado de Israel pero del otro lado esta un no-Estado: una sociedad que tiene una autoridad democráticamente electa pero que sus instituciones no son parte de un Estado pues carecen de sus atributos esenciales: soberanía y control del territorio. Un cardenal, Renato Martino, presidente del Consejo para la Paz y la Justicia, definió a Gaza como un campo de concentración; ante la protesta de Israel, el Vaticano declaró ‘inoportuna’ esa caracterización. ¿Conviene entonces definir a Palestina como un territorio ocupado? Sí, pero sólo de manera intermitente y, en cualquier caso, su ocupante no asume la responsabilidad de lo que hoy sucede ahí. Como sea, hoy Gaza es una sociedad bajo ataque, bloqueada y sin viabilidad.
Es justamente la ambigüedad de la naturaleza política de los palestinos, de sus derechos y deberes donde reside una de las raíces del problema –de la tragedia–, que está teniendo lugar ante nuestros ojos y donde la comunidad internacional está jugando, básicamente, el papel de espectador, pues los pronunciamientos de la ONU para detener el fuego no tienen efecto práctico alguno.
Palestina. En los tiempos bíblicos Palestina fue el asiento del pueblo de Israel, pero desde el 722 A. C. la región ha sido dominada por asirios, babilonios, persas, macedonios (y sus sucesores), romanos, bizantinos, árabes, los cruzados, turcos y, finalmente, tras la I Guerra Mundial, ingleses. Se trata de una tierra de muchos soberanos pero pocas veces soberana.
La construcción de los estados nacionales modernos en el Medio Oriente es una historia muy complicada. Tras la destrucción del Imperio Otomano a inicios del siglo XX, la influencia colonial de Inglaterra y Francia en el Medio Oriente fue el detonante que llevó a la construcción de estados nuevos en sociedades viejas pero donde faltaban los elementos necesarios para que desembocara en entidades nacionales viables.
Egipto sí tenía una ‘personalidad nacional’ relativamente definida pero incluso ahí fue difícil dilucidar si incorporaba o no al Sudán. En otros casos el problema ha sido mayor: la nación es aún algo muy frágil: una amalgama social que aún no acaba de cuajar, como es el caso notorio de Irak, un país donde aún son muy visibles y antagónicos sus componentes shiítas, sunitas o kurdos.
Lo que Pudo Ser y no Fue. Tras la II Guerra Mundial, los fragmentos del antiguo Imperio Otomano hicieron a un lado la tutela colonial de los sucesores de los turcos: los imperios europeos –Francia e Inglaterra– y se lanzaron a la aventura de la creación y consolidación del Estado-nacional pese a no contar con algunos de los elementos esenciales para tamaña empresa. Por otra parte, en Europa había una auténtica nación pero que carecía de asiento geográfico: la judía. Por ello desde 1917 los británicos, vía la llamada “Declaración Balfour” –James Balfour estaba al frente de la Foreign Office británica– habían declarado su aceptación al establecimiento de un ‘hogar nacional’ judío en Palestina. Como es frecuente con los imperios, esa decisión del gobierno de Londres no fue consultada en toda su profundidad con los afectados: los palestinos, y ahí quedó sembrada la semilla de un conflicto que ya había empezado a darse.
La increíble, inaceptable y brutal política alemana de exterminio del pueblo judío hizo que al concluir la II Guerra Mundial la comunidad internacional, en particular Estados Unidos, y vía las Naciones Unidas, aceptara las exigencias de la comunidad judía para hacer realidad ese hogar nacional que se veía como condición indispensable para que no volviera a ocurrir el horror del Holocausto. El problema fue que los palestinos no aceptaron ser los que pagaran las culpas de quienes se habían ensañado por siglos con los judíos: los europeos, desde los Reyes Católicos hasta los rusos para culminar con Hitler. Sin embargo, para los vencedores de los nazis resultó que la opción menos difícil fue usar a Palestina para satisfacer la necesidad de un territorio para el Estado judío. Con dos mil años de diferencia, los judíos volverían a donde habían salido.
En 1947, las Naciones Unidas decidieron partir a la región palestina y crear dos entidades: por un lado estaría la judía y por el otro la palestina. Los afectados, apoyados por los nuevos estados árabes, se negaron a aceptar esa decisión y el resultado fue la proclamación unilateral del Estado de Israel en 1948, lo que ha dado lugar a tres guerras entre árabes e israelíes –1948, 1967 y 1979– y a numerosos incidentes. A la creación del Estado Judío no le siguió la de su contraparte: la del Estado Palestino; primero porque los palestinos no aceptaron y hoy porque tampoco los israelíes tienen interés en ello, ya que deberán devolver tierras ocupadas.
Justicia Imposible. La satisfacción de la justa demanda de la nación judía de contar con un Estado engendró una nueva injusticia –despojar a los palestinos– y ya no fue posible encontrar una solución genuinamente justa. Así lo entendió el gobierno mexicano desde el inicio. En 1947 el delegado mexicano en la ONU se abstuvo de participar en los debates y en la votación en torno a la creación de un Estado Nacional Judío en Palestina. En abril de ese año nuestra cancillería consideró que México saldría perdiendo si rompía lanzas a favor de judíos o palestinos. “A los primeros no les asiste la razón, pero tienen a su favor el sentimiento humanitario que despierta la persecución que han sufrido durante siglos… Los árabes, por su parte, cuentan a su favor con la poderosa razón de su derecho a unos territorios que ocupan desde hace dos mil años…” (citado por Arturo Magaña “México ante el conflicto árabe-israelí, 1932-1976”, tesis, El Colegio de México, 2006).
Tres guerras y muchos incidentes después, el corazón del problema sigue siendo el mismo: el sentido de injusticia y humillación de los palestinos y la necesidad de un Estado judío seguro.
El Problema del Estado. Israel justifica su invasión actual de Gaza –una zona pequeña, densamente poblada y en la que es simplemente imposible actuar con violencia sin dañar a la población civil– por la necesidad de desmantelar la capacidad de la organización Hamas de lanzar cohetes –no particularmente efectivos– contra territorio israelí. Pero la acción israelí también se inscribe en el contexto del estrangulamiento de Gaza y de la pequeña política: una elección en Israel y la conveniencia de confrontar a Estados Unidos, su aliado más importante, con un fait accompli antes de que tome posesión su nuevo presidente. Sin embargo, si bien las dos partes en conflicto reclaman para sí la justicia de su causa, es la combinación de la parte de razón que asiste a los palestinos con la asimetría de poder y la desproporción de la reacción israelí ante la provocación de quienes ya casi no tienen nada que perder, lo que hoy hace inaceptable el tipo de ataque de Israel a Gaza, además de que, en un tiempo, fue Israel quien alentó el desarrollo de Hamas para debilitar a quien entonces fue declarado el enemigo N° 1 de Israel: Al Fatha, el brazo laico y armado del nacionalismo palestino.
Desde hace mucho los responsables de la partición de 1947 –especialmente Estados Unidos– están obligados a presionar realmente a las partes a negociar para llevar adelante la creación del Estado Palestino, condición esencial para que la comunidad internacional pueda pedirle con legitimidad y efectividad una conducta responsable. Sólo la eliminación de los asentamientos judíos en los territorios ocupados y el ejercicio de la soberanía efectiva de los palestinos y la responsabilidad que eso conlleva, puede poner fin a la guerra de los cien años en esa parte del mundo. Obviamente, es fácil formular la propuesta de un juego que no sea de suma cero pero muy difícil implementarla, sin embargo es la salida realista.
La pasividad internacional ante la violencia en zonas marginales tiene lugar no sólo en Gaza sino ayer en los Balcanes o Ruanda y hoy también en Darfur o el Congo. Es la indiferencia ante los “infiernos en la tierra”; pero cada uno de esos infiernos es una situación que nos concierne porque nos degrada a todos, nos disminuye como humanidad y nos obliga a encontrar la solución ya.
RESUMEN: “LOS INFIERNOS EN LA TIERRA’ COMO GAZA HOY, NOS CONCIERNEN A TODOS PORQUE A TODOS NOS DEGRADAN”

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