viernes, febrero 13, 2009

Catastrofismo y catástrofe

Para ser catastrofista no hace falta una actitud pesimista sino, ante todo, dilucidar si estamos en una catástrofe o nomás la inventamos, en cuyo caso el catastrofismo es inocuo y no hay de qué preocuparse. El debate, entonces, consiste en conocer las causas de la crisis, evaluar la situación de la economía y advertir los efectos sociales.
El primer punto es que la recesión ya está admitida por todos. Sin embargo, Calderón sostiene que se trata sólo de un reflejo de la recesión en Estados Unidos, la cual –se piensa– es producto de una falta de regulación y un mal manejo de los mercados financieros. Esto no parece ser del todo cierto.
Los grandes negocios financieros que precedieron a la crisis fueron provocados por una sobre liquidez incontrolada, es decir, la existencia de valores de capital mucho mayores que los aplicables en la inversión productiva. Las súper ganancias no pudieron ser usadas en las mismas ramas de la economía donde fueron generadas y tampoco en otras, de tal manera que la liquidez fue lanzada hacia la esfera de la especulación con una desesperada colocación improductiva y, por tanto, circular de los capitales-dinero que volvían siempre a los mismos mercados especulativos. Aquí tenemos un problema de la estructura social.
El problema de México no sólo consiste en la disminución del consumo en Estados Unidos, donde se vende casi el 20 por ciento del PIB mexicano, sino en el estancamiento de la economía que lleva ya demasiados años, por lo que éste no es coyuntural. Lo que se requiere ahora es revisar el modelo económico y no sólo tomar medidas de emergencia que en poco podrían aliviar los efectos de la crisis.
Uno de los temas centrales es el papel del gasto público en el crecimiento y en la reindustrialización del país. Esto es lo que niega Calderón. Sin embargo, lo que hoy debe hacer el Estado mexicano es aumentar la inversión pública productiva de acuerdo con un plan de reactivación de la producción y fomento del mercado interno. El factor externo no podrá ser ahora una esperanza. Es el tiempo de volver los ojos hacia adentro.
El planteamiento concreto es invertir cada año, durante 2009 y 2010, por lo menos unos 500 mil millones de pesos adicionales a lo ya presupuestado, para lo cual se debería recortar gasto corriente, hacer uso de fondos congelados, canalizar los subejercicios y acudir al financiamiento por otros dos puntos porcentuales del PIB. El déficit público se ubicaría en unos cuatro puntos del producto (1.8 ya presupuestado y 2 agregado), lo cual resulta recomendable bajo la crisis (sacar capital-dinero de la especulación para destinarlo a la producción), pero también, en general, como instrumento de crecimiento económico sin reducir el gasto social.
Sí, hay una catástrofe, la que gestó el neoliberalismo paso a paso, la que resulta de los dogmas impuestos a muchos países pobres desde los países desarrollados. La economía mexicana está desarticulada, estancada, desfigurada. Lo que impera es el empleo informal mientras que se ha desindustrializado al país y el campo vive en la ruina.
La catástrofe viene de antes pero ahora está a la vista de todos, excepto del gobierno. Esto es lo injustificable. No se logrará nada descalificando a los llamados catastrofistas mientras la catástrofe se nos viene encima.
pgomez@milenio.com

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