martes, febrero 24, 2009

Un balance del Foro Social Mundial de Belén

Barómetro Internacional

Dentro de la noche veloz

Raphael Fernandes Alvarenga *

La relevancia de realizar un Foro Social Mundial en la Amazonia

Siendo una de las más importantes metrópolis de la Pan-Amazonia, Belén despuntó como un lugar estratégico para la realización de la IXa edición del Foro Social Mundial, la Amazonia y la cuestión ecológica se encontraron en el centro de los debates, al lado de otras cuestiones del orden del día, como la crisis de la economía mundial, la asunción de Obama, la masacre de Gaza y los 25 años del Movimiento de los Sin Tierra. La primera intención era llamar la atención del mundo sobre la importancia del mayor bosque del planeta, que contiene la mayor biodiversidad existente, para el equilibrio de la Tierra. Significativamente, la Amazonia lanza diariamente en la atmósfera cerca de 20 millones de toneladas de agua en forma de vapor.

Se trataba también de poner en evidencia que la Amazonia que tenemos hoy está lejos de ser un bosque homogéneo, un espacio desocupado, una mata virgen, sino que por el contrario es el producto de siglos de intervención social. Allí vivieron, de manera ejemplar, sustentable y armoniosa sociedades agrícolas, proto-estados con una sofisticada red de comercio con los Andes y Meso-América. Por lo que parece, fue también el escenario de un vasto imperio tupí-guaraní que abarcaba de Ecuador a Paraguay. En el espíritu del FSM, un poco de la increíble diversidad humana y cultural de la región puede ser apreciada en la “ciudad morena”, como también es conocida Belén. Indígenas de 46 etnias participaron del evento, proponiendo actividades ligadas a sus culturas e interactuando con la juventud llegada de 142 países para pensar colectivamente en la construcción de un nuevo mundo.

A pesar de la gran diversidad de asuntos abordados y discutidos en el Foro, un consenso pareció atravesar la mayor parte de las discusiones: la gran crisis financiera que se abatió sobre el mundo debe ser pensada conjuntamente con la crisis energética, climática y alimentaria. Se trata sobre todo de una crisis de sustentabilidad, que reflejaría la crisis terminal a la cual ha llegado la sociedad burguesa. Hoy consumimos un 30% más de lo que el planeta es capaz de suplir. Con gran dificultad comenzamos a entender que la Tierra no es algo inerte, con recursos ilimitados, que es algo vivo que reacciona muchas veces de manera violenta a la prolongada intervención predadora en gran escala.

En este contexto, la noción de “desarrollo sustentable” es un engaño. Recordó Leonardo Boff que se trata de un trampa, un engaño del sistema, que se reapropia del discurso ecológico para continuar su expansión devastadora. La verdad es que la idea de desarrollo, sustentable o no, es en sí misma un engaño, pues presupone un cuadro de normalidad capitalista que no resiste la menor confrontación con la realidad. Como ejemplo ¿Qué podemos decir de la barbaridad en que se han transformado las sociedades china e hindú, esas máquinas infernales de crecimiento rápido, a través de la explotación máxima de recursos naturales y mano de obra barata?

El problema no es el consumo, es la producción

“No podemos consumir los recursos del mundo sin considerar los efectos” dijo Obama en su discurso de asunción. No obstante, en ese mismo discurso afirmó: “No nos vamos a disculpar por nuestro modo de vida, ni vamos a malgastarnos en defenderlo”. Traduciendo: las más de 700 bases militares estadounidenses implantadas en todo el mundo continuarán garantizando el modo de vida individualista y ultraconsumista que es la marca de los EE.UU., y pobre de aquél que disienta. Tal contradicción en el discurso del nuevo presidente estadounidense pone en evidencia que no sólo falta “conciencia y voluntad política” como afirma uno de los organizadores del FSM. Tómese como ejemplo la cuestión ecológica. Hace tres décadas que se está llamando la atención sobre los peligros del calentamiento global y de la depredación sistemática de la naturaleza; hace tres décadas que se sabe que en un momento u otro los recursos terrestres llegarán a su fin, y también se agotará la capacidad del planeta para regenerarse. Y mientras tanto ¿Qué se ha hecho al respecto? Nada significativo.

Creer que la toma de conciencia y el cambio de óptica y de forma de vida bastan para cambiar el curso desastroso del mundo, es sintomático de un punto ciego de la crítica altermundista. Mejor dicho, en sociedades esclarecidas los modos de funcionamiento de la ideología cambian de forma. No es sólo una cuestión de falsa conciencia como en los tiempos de Marx, mas bien se trata, como diría Althusser, de la repetición de rituales materiales: sabemos lo que hacemos, pero continuamos haciéndolo. En una palabra, la ilusión ideológica se da al nivel de hacer, no de saber. En ese sentido, a la crítica altemundista le faltan análisis consistentes de las disposiciones subjetivas; de la dinámica conflictual de los procesos de socialización; de lo que acontece en el interior de la más diversas esferas de interacción en una estructura familiar patriarcal en desintegración; de las instituciones educativas completamente volcadas al mercado y por eso mismo degradadas; del deshecho mundo del trabajo, de los complejos industriales de entretenimiento dirigido; del aparato de control político-económico... Salvo equivocación, en los años 50 y 60 estábamos relativamente más avanzados en estas cuestiones, por lo menos se articulaban con una reflexión sobre la praxis de la transformación social.

No se trata aquí de resucitar viejas fórmulas, sino de subrayar que hoy la lógica de la reproducción mercantil del capital, que procura alimentar el flujo continuo de equivalencias en campos sociales cada vez más amplios, tiene por elemento central la incitación continua al goce y el disfrute. Filósofos como Slavoj Žižek y Vladimir Safatle vienen poniendo en evidencia el hecho de que el actual imperativo superegocéntrico al puro goce, vacío de determinaciones o contenidos normativos privilegiados, hace que pueda ser realizado por los sujetos en el mal infinito del consumo ilimitado de objetos. La sociedad de la mercancía tiene que presentar continuamente nuevas determinaciones, en las cuales la obsolencia veloz esté programada, importando muy poco su contenido. En una sociedad donde todo tiene carácter descartable, provisorio y flexible, aún con las identidades y las promesas de goce vehiculadas por la industria del entretenimiento, la propia insatisfacción se vuelve una mercancía, como ya lo había notado Guy Debord.

En la situación histórica actual, la ideología se tornó reflexiva, los modos de vida han sido ironizados, de modo que los sujetos postmodernos, aunque estén relativamente concientes de los motores ideológicos de sus acciones, no encuentran necesario modificar o reorientar su conducta. El sujeto sabe bien que los tenis Nike que está comprando por el valor de un salario mínimo fueron producidos por niños de doce años que trabajan por un salario miserable en condiciones infrahumanas en Indonesia; tampoco ignora que es falsa la imagen dada a través de la propaganda publicitaria, imagen de belleza y felicidad acoplada a la compra de los zapatos. Nada de esto le impide comprarlos, y gozar momentáneamente la ilusión del estilo de vida asociado a la marca que consume.

Por consiguiente el problema es menos de concientización para la reducción del consumo, aunque esto no sea del todo irrelevante, que de intervención colectiva directa en los rumbos y determinaciones de la producción.

Balance crítico de una década de crítica altermundista

¿Está alta nuestra moral porque teníamos razón? ¿Probamos al mundo que Davos se engañaba (y nos engañaba) durante todo este tiempo? No es para tanto. Para empezar, nadie era tan estúpido al punto de ignorar el carácter altamente destructivo de la libre circulación de capitales en un mundo altamente asimétrico, lo cual no impedía que los agentes de mercado mantuvieran todo el tiempo los ojos fijos en los monitores. Véase también por ahí cuanto la ilusión ideológica es menos la adhesión a una doctrina cualquiera, que la repetición práctica de un ritual. En lo que concierne al pueblo de Porto Alegre (el FSM), la comprensión insuficiente de la lógica del capital, sumada al desconocimiento patente de sus ciclos históricos desde el siglo XVI, constituirían desde el inicio otro punto ciego de la crítica altermundista. De allí viene su dificultad para comprender la crisis actual. Se criticaba, no sin razón, al monstruo neoliberal, que es nada más que una de las expresiones políticas más acabadas de la sociedad de la mercancía. Pero ¿qué hacer ahora, cuando la “economía del antiguo vudú”, como la nombró Paul Krugman, economía que se basaba en la magia de la reducción de tasas y en el culto a la oferta y demanda y la libertad de inversión, fue súbitamente expulsada del discurso dominante?

Hay que reconocer que la crítica altermundista fue hasta más reactiva que activamente crítica. Se gritaba con gran indignación en manifestaciones anti-G8 o anti-OMC: “El mundo no es una mercancía”, pero no se entendía que el devenir del mundo de la mercancía, inscrito en la lógica del capital, que supone la auto expansión ilimitada del mismo, no era otra cosa que el devenir en mercancía del mundo. Se pasaron diez años en la defensa de una regulación del sistema a través de la tributación mínima al flujo de capitales internacionales, a fin de frenar el capital especulativo y relanzar la inversión del capital productivo. En suma: se soñaba con un capitalismo con rostro humano, además de ecológico, ya que también el Protocolo de Kyoto debía ser respetado. Habiéndose vuelto todo esto una bolsa de de aire y habiéndose mostrado el capitalismo de rostro humano como una imposibilidad objetiva, se quedó sin qué decir. El propio FSM estaba en vía de transformarse en una mercancía. Como lo dijera Luiz Hernandez Navarro: “Después de Nairobi, en que hasta las empresas privadas financiaron el Foro, hay que decir que la frase “otro mundo es posible” debería ser cambiada por “otro turismo es posible”. No estoy exagerando, daba la impresión de que el modelo nacido en Porto Alegra estaba agotado.

Críticas aparte, a despecho de la gran desorganización del evento de Belén, el saldo final me parece “positivo”. Como recordó todavía Navarro, el FSM sigue siendo la única organización multisectorial internacional, con un proyecto alternativo emergente. Esto no es de menospreciar. En relación a sus primeras ediciones, éste fue marcado por una mayor radicalidad y contundencia en los análisis, una mayor articulación de los movimientos y también por un sentido de urgencia que no había estado presente ocho años atrás. La definición de estrategias de lucha social y política para la superación de la sociedad del capital fue más urgente que en años anteriores. La convicción de fondo, que finalmente dio la tónica, fue que no se trata de salvar al sistema, sino de resolver los problemas de la humanidad. Que hemos llegado a un impasse: o se coordinan fuerzas para salir del hueco en el cual nos metió la lógica destructiva del capital, o posiblemente no pasaremos de este siglo. “La solución” concluyó Michael Löwy, “no es una versión más verde, más civilizada, más ética y regulada del modo de producción capitalista”. Y completa “Debemos pensar en una alternativa revolucionaria.”

Si consideramos las manifestaciones de Seattle el momento en que se aglutinaron fuerzas antes dispersas, momento a partir del que el movimiento altermundista comenzó a tener mayor visibilidad e influencia social, es preciso apuntar que desde entonces se ha dado una extraordinaria politización de los movimientos sociales. Antes de Seattle, cada cual en lo suyo, activistas ecológicos luchaban para salvar focas y ballenas, mientras que feministas luchaban por salarios iguales para trabajos iguales, y todo sucedía como si luchas en apariencia tan dispares no podrían concertarse en torno a objetivos comunes. Pasados diez años, en nuestros días, ya no es posible denunciar la extinción de una especie sin referirse a la voracidad del capital que todo destruye en su proceso de auto-reproducción. Del mismo modo en los años 80 y 90 no se oiría jamás, tal como se oyó en la marcha de apertura del FSM de Belén, a feministas cantando: “No quiero capitalismo, no/mi feminismo es/para la revolución” O sea, hoy se comprende mejor el significado de la relación de géneros en el sistema patriarcal de reproducción mercantil, o mejor, el hecho de la construcción social de los géneros es dependiente de la lógica económica de la valorización del capital, lo que implica que la superación de la socialización establecida por el vínculo de capitalismo y patriarcado, es indisociable de la superación de la propia sociedad capitalista.

Para ir más allá del capitalismo

El capitalismo es la única formación social en la cual el valor económico y sus formas derivadas (Estado burgués, mercancía, trabajo, dinero, propiedad) se tornan formas fundamentales que condicionan directamente las relaciones sociales. El predominio de tales formas sociales fetichizadas implica una ignorancia casi completa de la sensibilidad social. Vale decir, de las cualidades individuales, de las necesidades sociales concretas y de las condiciones humanas de sociabilidad. La actual crisis mundial de valores, o sea, como recordó Chico de Oliveira en una entrevista reciente, la imposibilidad creciente del sistema en realizar su más-valía, es vivida por la sociedad como una crisis de su propia capacidad de socialización.

No parecen quedar dudas respecto al hecho de que, si no por otras razones, por lo menos a causa de los peligros inminentes ligados a la ecología de la Tierra, esto es, a la destrucción intensiva y desenfrenada del planeta (sequías, endurecimiento climático, aumento del nivel de los mares, agotamiento de los recursos vitales), la ecología de las ciudades (explosión urbana, megalópolis superpobladas al borde de la anomia social, favelización del mundo, segregación), la ecología de los sujetos (narcisismo colectivo, individualismo, cultura del miedo y la desconfianza generalizada, depresión, ansiedad, anorexia, paranoia, perversiones diversas), la cuestión de la superación del capital y de sus formas fetichizadas será la cuestión más importante del siglo. Cuando se dice, a la manera de de Walter Benjamín, que el capitalismo no morirá de muerte natural, lo que la afirmación implica es el hecho de que los límites del capital serán externos, tanto objetivos (o socio-ecológicos) como subjetivos (o sicosomáticos).

Las premisas con las que debe trabajar la perspectiva de transformación social son las siguientes: la humanidad a logrado un nivel de conocimientos y de medios técnicos que hacen posible la construcción colectiva de todos los aspectos de una existencia afectiva y práctica emancipada. El no empleo de estos medios superiores de acción en la construcción de una sociedad libre, de individuos concientes y sujetos de su propio movimiento social, se debe a imperativos irracionales de la economía capitalista, actualmente global, así como a la ausencia aparente de fuerzas emancipadoras que, inmanentes al sistema, apunten más allá de él.

Es preciso notar además que la racionalización de la sociedad de la mercancía es, y siempre fue una racionalización insuficiente, por estar determinada de cabo a rabo por una finalidad irracional y externa: la acumulación ilimitada de capital con el único objetivo de acumular siempre cada vez más. La dinámica expansiva del capitalismo histórico redujo la razón a una pura instrumentalidad, se tornó indiferente a las finalidades humanas y a los contenidos sensibles. De ahí la necesidad de oponer a esta razón instrumental una contra-razón, atenta al contenido, una contra-razón al mismo tiempo social y ecológica, en función de la cual, en una sociedad post-capitalista se determinaría conscientemente y de forma democrática la utilización de fuerzas sociales productivas, de los recursos vitales y de la riqueza socialmente producida por el conocimiento humano; en vez de abandonarlos sin más ni menos al proceso ciego de la maquinaria social capitalista. Si no comprendemos la superación de la sociedad actual como un imperativo histórico, perderemos otra generación más y entonces tal vez ya será tarde para lograr lo que queremos.

La legitimación ética y estética de la nueva sociedad tiene que fundarse en un considerable mejoramiento de la calidad de vida, que se mide por “valores de uso” no capitalistas, como vivienda, salud, alimentación de calidad, educación formadora, tiempo social disponible para la cultura del ocio, espacios públicos diversificados…
Esperemos que el FSM se afirme como un espacio en cuyo seno mujeres y hombres de todas partes del mundo puedan dar una expresión política a sus intereses, aspiraciones existenciales profundas y potencialidades humanas rebeldes.

Tomado de Agencia Carta Maior
Traducción: Miguel Guaglianone

* Es doctor en Filosofía de la Université Catholique de Louvain

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