jueves, julio 09, 2009

La diáspora perredista

Francisco Rodríguez

JESÚS ORTEGA MARTÍNEZ no quiso dar cara a los medios la mañana en la que acudió a depositar su voto ¿a favor del PAN? Para evitar desencuentros, su oficina citó a la prensa media hora después de que el llamado “Chucho Mayor” se presentara a la casilla que le corresponde. Fue así que en una mañana ajetreada, fotógrafos, camarógrafos y reporteros recibieron no sólo un desaire, también tamaño plantón.
Y hasta ayer al mediodía el hidrocálido seguía sin dar la cara, mientras se multiplicaban las demandas de que, al igual que ya lo hiciera Germán Titínez Cázares en el PAN, presente su renuncia a la “dirigencia” del PRD dados los magros resultados electorales obtenidos por el partido del sol azteca.

Ortega se aferra a la posición. Muchos años, muchas elecciones internas perdidas. Y, finalmente, un arribo más que cuestionado a la presidencia del CEN perredista –también, como en el caso de Felipe Calderón y su ocupación de Los Pinos, por el fallo de un tribunal—, lo hacen aferrarse al casco de un paquebote que irremediablemente se está hundiendo.
Las cifras son contundentes. El PRD está hoy muy por debajo de la línea de flotación del 12 por ciento del total de los votos emitidos, alcanzados en los anteriores comicios para renovar a la Cámara de Diputados federal.
Lo peor es que, en no pocas de las entidades que componen al país, el partido amarillo podría incluso perder su registro electoral.
Al igual que Titínez, Ortega es ejemplo palpable de que los liderazgos no pueden inventarse, menos aún falsificarse.
Porque, cual diagnosticara apenas el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, Ortega y sus más próximos paniaguados perpetraron un “error mayúsculo” al haber adoptado como estrategia en el pasado proceso electoral la división y confrontación internas, en lugar de privilegiar los intereses del partido.
Más todavía, Ebrard apuntó la imposibilidad de que Ortega continúe por la ruta de la división permanente, sólo para privilegiar los intereses de su corriente, “Los Chuchos”, por sobre los de la organización partidaria.
Tiene Ebrard razones de sobra para hacer tales señalamientos. En el DF, él es un triunfador. Y, más relevante todavía, es congruente con “los ideales, los objetivos, los valores, las aspiraciones de quienes coinciden con la izquierda” política de nuestro país.
Ortega, en cambio, ha dado sobradas muestras de traición a tales valores. Su nada oculta alianza con el calderonismo y sus causas fallidas –por las que ahora también paga el PRD—, le restaron no nada más simpatizantes, incluso militantes al organismo azteca, que así queda reducido a su mínima expresión.
Autocalificados cual “izquierdistas modernos” no porque sepan negociar, sino por su habilidad para transar –“cambiaron el morralito por la Suburban”, sentenció sobre su conducta Andrés Manuel López Obrador—, “Los Chuchos” Ortega, Zambrano, Navarrete, et al, se convirtieron en los favoritos de cierta prensa, misma que les colocaba en sitiales de ejemplaridad que, insisten, los seguidores de AMLO deberían imitar.
La reacción ha sido exactamente contraria a la perseguida cual objetivo. La encuesta electoral de este domingo 5 de julio, pues los votantes reprobaron dicha estrategia.
Antes que disuadir a los seguidores de López Obrador, columnistas, comentaristas, analistas adictos al “chuchismo” consiguieron que esta corriente quedara en un tercer lugar, muy lejano al primer y segundo lugar obtenidos por el PRI y el PAN en la contienda electoral.
¿El destino de la izquierda mexicana?
La diáspora.
Ortega Martínez no dará la cara. Tampoco renunciará al cargo que tanto “trabajo” le costó alcanzar. Muy probablemente anunciará la expulsión de López Obrador –cual le urgen los “chuchólogos” de la mediocracia—, y con ello fortalecerá al ex candidato presidencial que, dice uno de los apologetistas de Ortega Martínez, solo y sin partido “vale hoy 4.3 millones de votos”, que no son pocos, porque ¿cuánto “vale” hoy Madrazo?
¿Cuánto, hoy, Felipe Calderón?

Índice Flamígero: Magnánimo en el triunfo, el líder senatorial Manlio Fabio Beltrones ya perdonó los agravios recibidos durante la sucia campaña electoral panista que le infligiera Felipe Calderón. No hay rencor, dijo. “Ya con el castigo en las urnas fue suficiente”. ¿Opinará lo mismo que el sonorense la sociedad ofendida por la violencia, la carestía y, sobre todo, por la manifiesta ineptitud de los otrora ensoberbecidos panistas? Y no digo que “es pregunta”, para no faltar el respeto a los lectores de este espacio, que sí saben distinguir los signos de interrogación. + + + Sí, claro. Quise escribir Yunes, pero “salió” Núñez. Precipitación y distracción. Le presento mis disculpas a usted, lector. Y a todos los Núñez, por la equivocación.

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Que un mequetrefe mitómano y fantoche como Germán Martínez tenga más dignidad que Jesús Ortega nos la talla moral de éste último. Un pobre acomplejado que no es consciente de su mediocridad porque si lo fuera y la contrapusiera con sus ambiciones se suicidaría. Pobre hombre aunque dé coraje su actitud por el perjuicio que ha causado al país finalmente lo que debiera dar es lástima. Pero cómo serán los seguidores. De pena ajena los cabrones.

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