06 julio 2009
Este domingo que el PRI arrasó en algunos de nuestros estados, recordé julio del 2000. Cuando creíamos que el IFE de Woldenberg había llegado para quedarse, sólido y honesto, que era nuestro caballo de Troya para conquistar la democracia; cuando creímos que la transparencia una vez instaurada nos haría un poco más libres. En aquel momento millones de personas votaron por Vicente Fox porque mostró que era un tipo cualquiera (y luego lo demostró de la peor manera), y porque él se convirtió en el instrumento para deshacerse de la clase política priísta que estaba llevando al país al colapso por la vía de la corrupción y la injusticia.
Nueve años después, cuando los grandes expertos nos dijeron que el cambio de partido nos llevaría a la madurez democrática, nos encontramos en las urnas con una sensación de que el voto nulo o el abstencionismo darían una lección a los partidos. Vimos los camiones acarreando gente del PAN, del PRI y del PRD. Las mismas técnicas de antaño, colores diferentes.
Los altísimos índices de abstencionismo no deben desestimarse. No acudir a las urnas, aunque el IFE diga lo contrario, es un acto político; es una forma de resistencia y un derecho. Descalificar el abstencionismo y el voto nulo no les arrebata fuerza social ni carga ideológica.
México está en uno de los momentos más difíciles de su historia moderna. Las y los expertos nos dicen que somos un símil de Colombia en los tiempos más complejos. Estamos rodeados de ira, de hartazgo, de violencia. Los políticos han logrado crear un ambiente tan violento que ya no hay adversarios sino enemigos. Ya no hay divergencias sino descalificaciones, trampas e insultos. Con las elecciones nos pone a prueba la vieja clase política que se resiste a la renovación. Esa que se disfraza, que cambia el discurso pero es corrupta igual. Los partidos se dividen no por sus enemigos sino por la ambición de sus aliados. Ganan los que hacen mejores trampas porque no tienen sentido de Estado (bien sabemos que el PRI nunca lo tuvo).
Las y los políticos ofrecen lo que no pueden aportar. No es necesariamente cinismo sino mezcla de ignorancia y pasión por un poder patriarcal impositivo, parlanchín y poco transformador. Más allá del decaimiento de una fiesta democrática que duró seis años, y que en los últimos tres se apagó al ritmo de las balas, bajo los ríos de sangre, con el miedo a las botas militares y a la incertidumbre del secuestro y la muerte, estas elecciones fueron un paso más para recordarnos que la sociedad tiene un poder transformador que debe articular mejor. Sí, el PRI seguirá recuperando bastiones no por su credibilidad, sino por incapacidad de la oposición. Los partidos pequeños desparecerán. El PAN seguirá fomentando mano dura. Llegarán más paramilitares y veremos videos de limpieza social por YouTube.
Estas intermedias nos recordaron que a la democracia no se llega por las urnas, sino por la transformación cultural. En Colombia, 60% de los diputados ha estado en la cárcel por nexos con el narcotráfico y con paramilitares. La historia no miente, la gente se engaña. Ahora más que nunca la sociedad civil tiene una tarea política. Rescatar el valor de la vida humana, prepararse para lo peor, que apenas viene, y trabajar por la paz que algún día llegará.
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