miércoles, abril 28, 2010

La gran diferencia

Por Guillermo Fabela Quiñones

Para México, la vecindad con la principal potencia del mundo ha sido una gran fuente de problemas, en vez de haber sido un factor provechoso como sucede con Canadá, la otra nación que comparte una amplia frontera con Estados Unidos. No sucede así porque los mexicanos tenemos raíces culturales diferentes a los anglosajones, pertenecemos a mundos distintos y siempre se nos consideró étnicamente de una raza inferior. Este ha sido el pretexto para imponernos condiciones leoninas en todos los tratos que hemos tenido con los estadounidenses, con la sola excepción del periodo comprendido de 1934 a 1940, cuando el gobierno mexicano fue encabezado por un estadista que además tenía un patriotismo a toda prueba.
El Presidente Lázaro Cárdenas hizo todo lo que estuvo a su alcance para cumplir su responsabilidad histórica del mejor modo posible, en favor de los intereses de México, como nunca antes lo había hecho nadie luego del triunfo de las fuerzas constitucionalistas sobre el usurpador Victoriano Huerta. Desgraciadamente, quien lo sucedió en Los Pinos, Manuel Avila Camacho, dio un vuelco de ciento ochenta grados a la relación con la Casa Blanca, que dio pábulo nuevamente a la imposición de medidas draconianas en contra de los mexicanos, situación que se fortaleció con Miguel Alemán Valdés, el llamado “Mister Amigo”, que lo fue de Estados Unidos por su entreguismo que pudo haberse evitado.
Sin embargo, incluso tal actitud en ese periodo puede considerarse altamente patriótica en comparación con la asumida por los presidentes del periodo neoliberal, quienes actuaron, y lo sigue haciendo Felipe Calderón, como leales empleados de la Casa Blanca. De ahí que suene a simple demagogia insulsa la promesa de Calderón de usar “todos los recursos a su alcance” para defender los derechos de los emigrantes, afectados por la ley que criminaliza a los braceros sin documentos migratorios, firmada en días pasados por la gobernadora de Arizona, Jay Brewer.
Nada podrá hacer Calderón mientras México siga siendo el principal expulsor de mano de obra a nivel mundial, según el Banco Mundial, situación que se incrementó a partir de que el PAN se hizo del poder presidencial en el año 2000. Existe una sobreoferta de mano de obra mexicana en territorio estadounidense, que resulta estorbosa para muchos políticos conservadores, pero también un atractivo tema de campañas electorales del que hacen uso porque les da buenos dividendos. Se trata de 12 millones de compatriotas que luchan a brazo partido en suelo estadounidense (no “americano” como dice Fernando Gómez Mont) por abrirse paso en condiciones muy adversas, que no lo son tanto en comparación con el dramático desempleo existente en nuestro país.
Lo único realmente efectivo contra la ley SB 1070 sería traer a esos millones de paisanos que trabajan en la nación vecina, la mayoría de manera ilegal porque así conviene a los propios empleadores estadounidenses, y ponerlos a producir aquí los bienes que producen en Estados Unidos. Pero desde luego pagándoles un salario que les permita un nivel de vida como el que tienen en la nación vecina, a pesar de su condición de esclavos clandestinos. Porque ese es otro gran problema, que los jornales en México son absolutamente insuficientes para mantener una familia por mínima que sea, en tanto que allá reciben un pago por hora trabajada que les permite hasta enviar dólares sobrantes a sus familiares.
Para la oligarquía de México, la expulsión de mano de obra es una bendición, porque de otro modo tendría una presión social muy fuerte que agravaría los problemas estructurales del país. Por eso es impensable que Calderón haga algo en favor de los afectados por la mencionada ley antimigrantes. Más bien, lo que hará será suplicarle al presidente Obama que ponga todo el peso de su investidura para echar abajo dicha legislación de Arizona, lo que aprovechará el inquilino de la Casa Blanca para imponerle a Calderón condiciones más gravosas para los mexicanos. Así ha sido siempre el juego de las relaciones bilaterales, que habrá de seguir hasta que México sea liderado por un estadista que pueda sumar la fuerza social necesaria para impedir que Estados Unidos nos siga tratando como un pueblo inferior.
El primer paso, qué duda cabe, tendrá que partir de los mexicanos, de un gobierno que sirva a los intereses nacionales, no a los de una elite desnacionalizada, que demuestre a propios y extraños capacidad y patriotismo suficientes para enfrentar todo tipo de presiones. Finalmente, los estadounidenses nos necesitan tanto como nosotros a ellos, pero ellos cuentan con instituciones que los defienden y orientan, mientras nosotros carecemos de ellas. Esa es la gran diferencia.

gmofavela@hotmail.com)

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