08 abril 2010
Un niño de once años se fotografía los genitales con su teléfono móvil y envía esa imagen a tres niñas de su edad. Una de ellas imita al niño y se fotografía. La historia circula en el colegio, llega hasta la asociación de padres de familia y eventualmente a la policía. La directora y algunas madres exigen castigo. El pobre niño y sus amigas se ven sumergidos en una vorágine de interrogatorios al más puro estilo judicial. Una profesora se pregunta si eso puede considerarse pornografía infantil y una “especialista” del DIF dice que sí. Más allá del aberrante absurdo y de la galopante ignorancia de supuestos especialistas en pornografía infantil, resulta urgente hacer una parada de emergencia en el tema.
Las niñas y los niños desarrollan una curiosidad absolutamente natural por descubrir la sexualidad, su cuerpo y sus reacciones eróticas. Lo hacen de manera sana y progresiva, a solas y con otros niños o niñas en quienes ellos confían. Todos y todas los hicimos (habrá quienes lo admitan y quienes lo oculten). La única diferencia es que en la actualidad la infancia cuenta con recursos diferentes a los que teníamos hace décadas. Esta corriente internacional de pánico moral respecto a la sexualidad infantil y el sexting, solamente logra confundir, afectar y hacer más vulnerables a nuestros hijos e hijas.
Así como en los sesenta se les dijo a nuestras madres que si ellas no nos hablaban de sexo alguien más lo haría, y si no explicaban el SIDA sus hijos les darían malas noticias, a nuestra generación le toca asumir que hay una gran responsabilidad para aprender y enseñar a utilizar la tecnología responsablemente. Ellos pueden enseñarnos a twitear, ellas a abrir Facebook, pero no podemos abdicar a la responsabilidad de hablar, además de sexualidad, sobre los peligros de abrir nuestra intimidad a cualquiera. Ponerles reglas claras y precisas con horarios para ver televisión, para utilizar los celulares y para navegar internet es una tarea adulta; debemos navegar a su lado para entender cómo y qué buscan. Hay páginas de sexualidad educativas y otras páginas de pornografía que pueden confundirles o reclutarles. Hay que poner filtros de contenidos, comprarles celulares solamente con empresas que tengan filtros para infantes (y explicarles por qué los tienen). Enseñarles a establecer barreras de privacidad e intimidad, tanto personal como cibernética, resulta fundamental para su formación.
El sexo está allá afuera, híper expuesto y trivializado, el problema no es que exista, el reto consiste en que les demos herramientas y poder a niñas y niños para aprender sobre él sanamente, para poner sus propios límites. Lo mismo aplica para toda la información que suben a la red, que puede ser tomada por secuestradores o abusadores.
Nada sustituye una buena educación. Castigar, perseguir, satanizar y humillar a niñas y niños por nuestra incapacidad para prepararnos y prepararles, además de ser absurdo implica una gran irresponsabilidad parental.
Las niñas y los niños desarrollan una curiosidad absolutamente natural por descubrir la sexualidad, su cuerpo y sus reacciones eróticas. Lo hacen de manera sana y progresiva, a solas y con otros niños o niñas en quienes ellos confían. Todos y todas los hicimos (habrá quienes lo admitan y quienes lo oculten). La única diferencia es que en la actualidad la infancia cuenta con recursos diferentes a los que teníamos hace décadas. Esta corriente internacional de pánico moral respecto a la sexualidad infantil y el sexting, solamente logra confundir, afectar y hacer más vulnerables a nuestros hijos e hijas.
Así como en los sesenta se les dijo a nuestras madres que si ellas no nos hablaban de sexo alguien más lo haría, y si no explicaban el SIDA sus hijos les darían malas noticias, a nuestra generación le toca asumir que hay una gran responsabilidad para aprender y enseñar a utilizar la tecnología responsablemente. Ellos pueden enseñarnos a twitear, ellas a abrir Facebook, pero no podemos abdicar a la responsabilidad de hablar, además de sexualidad, sobre los peligros de abrir nuestra intimidad a cualquiera. Ponerles reglas claras y precisas con horarios para ver televisión, para utilizar los celulares y para navegar internet es una tarea adulta; debemos navegar a su lado para entender cómo y qué buscan. Hay páginas de sexualidad educativas y otras páginas de pornografía que pueden confundirles o reclutarles. Hay que poner filtros de contenidos, comprarles celulares solamente con empresas que tengan filtros para infantes (y explicarles por qué los tienen). Enseñarles a establecer barreras de privacidad e intimidad, tanto personal como cibernética, resulta fundamental para su formación.
El sexo está allá afuera, híper expuesto y trivializado, el problema no es que exista, el reto consiste en que les demos herramientas y poder a niñas y niños para aprender sobre él sanamente, para poner sus propios límites. Lo mismo aplica para toda la información que suben a la red, que puede ser tomada por secuestradores o abusadores.
Nada sustituye una buena educación. Castigar, perseguir, satanizar y humillar a niñas y niños por nuestra incapacidad para prepararnos y prepararles, además de ser absurdo implica una gran irresponsabilidad parental.
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