lunes, junio 14, 2010

Por qué no irle al tricolor

Por Alfredo Velarde

Lo que leerán en los renglones que vienen, se prestará a la polémica. ¡Bienvenida sea! “Se trata de las vacuas descalificaciones de un amargado”, espetarán algunos futbolizados ofendidos. Otros, tal vez, tilden al que escribe, sin más de “antipatriótico” e incorregible “aguafiestas” que no sabe divertirse disfrutando del “deporte”. Al respecto, sólo se puede hacer la pregunta: ¿les cae? En cualquier caso, apenas rodó el balón en Sudáfrica, para empachar hipnóticamente de goles a millones de obtusas mentalidades anestesiadas con el más atroz y anodino culto chabacano por el “juego del hombre” (¡durante un mes completo!), una reflexión crítica y por necesidad de denuncia se impone contra la auténtica apoteosis mediática por excelencia de la sociedad del espectáculo capitalista (que tan bien fue caracterizada por esos anarquistas del siglo XX que fueron los situacionistas en la fina pluma de Guy Debord), y que muchos –entre quienes nos incluimos- padecerán sin otro remedio que el de una resignación pensante y distanciada de la estupidez generalizada que nos inundará, en última instancia, a favor del capital vía satélite.


Al respecto, pocos advierten que nuestra época parece haber optado y sin ambages -como lo dijera inmejorablemente Ludwig Feuerbach en La esencia del cristianismo-, prefiriendo “la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser (…) Para ella, lo único sagrado es la ilusión, mientras que lo profano es la verdad. Es más, lo sagrado se engrandece a sus ojos a medida que disminuye la verdad y aumenta la ilusión, tanto que el colmo de la ilusión es para ella el colmo de lo sagrado”. Estas elocuentes palabras, acaso sirvan para ponderar con desagrado crítico la perniciosa elevación de la extendida futbolización masiva y la rotunda tele adicción, al rango de una auténtica religión profana que, sin embargo, produce los mismos efectos distractores y embrutecedores de cualquier otra religión al servicio del statu quo. Y tanto más, cuanto mayormente intrascendente es el mensaje que porta consigo. Como en el insuperable caso del fútbol.


La inminente Copa del Mundo nos confronta, de nuevo y remasterizadamente, con todo lo peor de lo más insustancial pero malamente mediático con que el sistema hipnotiza y distrae, apendeja y pervierte a la gente, mientras valoriza y factura miles de millones de dólares en ganancias expoliadas a los jodidos de abajo, de todos los colores, razas y latitudes, para enriquecer y apuntalar las ventas y realizaciones de mercancías chatarra sólo para que unos cuantos oligarcas y sus cada vez más centrales Empresas Transnacionales del capitalismo global acumulen riqueza en poquísimas manos, mientras las multitudes globalizadas y eufóricas suponen desconectarse de la pesadilla en que viven y a la cual han sido confinadas por los poderes biopolíticos y sus mismos intereses, realidad nada virtual, por cierto, a la que volverán, ipso facto, sólo para percibir tras del efímero “escape” que todo irá peor una vez disipados los etílicos y cerveceros humores de la mal llamada “fiesta futbolera”.


La resaca será resultado de los excesos del imperativo mandato conductual dizque a favor del “deporte”, que es más bien la infumable imposición del espectáculo sistémico en tanto aparato ideológico de Estado global de parte de la sociedad de control que nos constriñe. Por eso, nunca tan precisas, palabras como las que el filósofo judío-alemán y frankfurtiano, Walter Benjamín, externara en otro momento de elocuente barbarie de parte de la decadente modernidad civilizatoria capitalista que nos acosa: ”La humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de si misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como goce estético”. ¿Qué si no eso, tanto en lo simbólico, como en la más cruda y objetiva realidad, es lo que anuncia el Mundial, gane quien gane y pierda quien pierda?
El singularmente patético caso mexicano representa, al respecto, el más absurdo reducto de toda esta sinrazón manipulada en contra de los “aficionados” mismos; de esa estulticia patriotera sin remedio, y que, no por predecible, resulta menos eficaz en tanto que estrategia disciplinaria de distracción social de la suma inconmensurable de gravísimos problemas que se sufren en México; así como también de las canalladas de un gobierno autoritario e incorregiblemente incapaz de resolver los enormes dramas padecidos y de los que la existencia misma del sistema político mexicano –y su contraproducente partidocracia- termina por exhibirlo del todo como una ineludible raíz causal de los mismos y de las cada vez más agravadas tragedias que sufre la enorme mayoría de nuestros connacionales, que ardían en deseos de que empezara ya el soma de la Copa el Mundo.


¡Qué remedio! Por eso resulta incongruente irle a México, ni a ningún otro de los alineamientos chovinistas que suponen ridículamente que el honor de una nación estriba en meter más veces la pelotita para honrar a “la patria” –tan envilecidas ambas como hoy se encuentran entre más vulnerables sean económicamente y geopolíticamente hablando-. Por eso que importa el resultado del juego inaugural Sudáfrica contra el insufrible y reaccionario “equipo tricolor”, mal que le pese al duopolio televisivo a todo lo largo y ancho del territorio telcel en que el capitalismo de la dependencia ha convertido a eso que todavía se llama México. Sobre todo, por el grotesco spot televisivo de Javier Aguirre para “Iniciativa por México” –otrora simpatizante zapatista-, claramente maiceado para vender la expectativa, como lo suele hacer el neoliberalismo mismo, convocando a transitar del “sí se puede” al “ya se pudo”, cuando todos sabemos que el tricolor no está para el multicitado “quinto partido”.

Lamentable, en efecto, que el técnico tricolor y sus discípulos aprovechen la afición de la gente para hincharse de billetes, mientras que ésta se infla de gas y cerveza con papitas chatarra queanuncian sus espectaculares héroes deportivos, aprovechándose del interés de la gente que escucha los anodinos mensajes comerciales de estos auténticos muñecos de ventrílocuo. ¿O no?

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