México, D.F. (apro).- El presidente de los 40 mil muertos -hasta ahora- ya es víctima de su propio “éxito” y desde hace tiempo se anticipa que en cuanto desocupe Los Pinos tendrá que abandonar el país, huyendo del odio y dolor causados por su estrategia contra el narcotráfico.
Para nadie es desconocido en México y aún en el extranjero que quiso hacer del tema de seguridad el fundamento de su legitimación como presidente.
Fue tan deliberado que él mismo terminó por reconocer ante personeros estadounidenses que no sabía en lo que se metía.
Lo hizo desde el principio de su administración, pero en uno de los encuentros que tuvo con personal del Buró Federal de Investigaciones (FBI) destacado en la embajada de Estados Unidos en México en momentos en que la Policía Federal estaban sufriendo severas bajas en Michoacán admitió que no previó los niveles de violencia que desataría su decisión.
Esa es la premisa fundamental de lo que primero llamó “guerra al narcotráfico” y que ante la violencia que desató luego reacomodó como “guerra a las drogas” y ahora, con miles de muertos y desaparecidos en la espalda, nombra como “estrategia por la seguridad”.
El FBI estaba interesado en saber el número de bajas efectivas que estaba sufriendo su “similar” en México en todo el país y la manera en que el responsable de la Policía Federal, el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, había decidido el despliegue que tantas bajas le estaban causando La Familia Michoacana.
Aunque policías federales estaban cayendo en otras entidades como Sinaloa y Durango, Michoacán era la principal preocupación estadounidense, porque ahí Calderón había iniciado la narcoguerra.
Su primer acto en busca de legitimación, a los diez días de llegar a Los Pinos, “haiga sido como haiga sido”, fue desplegar al Ejército en lo que se llamó el Operativo Conjunto Michoacán. Nadie tampoco olvida la caricatura que hizo de sí mismo vestido como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
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