Además de que estos dos acontecimientos generan consecuencias similares no es lo único donde media parentesco. Carlos Salinas fue el presidente que enarbolo esta decidida estrategia liberalizadora de la economía nacional. Felipe Calderón es quien se ostenta como el general supremo en su guerra estratégica contra la delincuencia organizada. Ambos presidentes constitucionales de México pero de ninguna manera legítimos representantes de la voluntad popular. Legitimidad que se vieron obligados a buscar en otro lugar distinto del consenso de la población. Ambas estrategias están encaminadas a buscar ese objetivo, el primero en el reconocimiento del exterior el segundo por la fuerza y la violencia. En ambos casos les preceden ejercicios electorales marcados por el descontento social y por el fraude. Ambos también le asestan fuertes golpes al sindicalismo y a la clase obrera, en antaño por medio de la represión unipersonal al líder del sindicato de Pemex y con advertencia extensiva a las demás organizaciones sindicales. Al mismo tiempo, y bajo el manto de la política económica, la firma de pactos con la elite empresarial y sindical que en ultima instancia descansan sobre los hombros de la clase trabajadora. Calderón ejerce la violencia por medio del despido masivo de trabajadores y la disolución de un sindicato además de un ineficiente ajuste al gasto publico por medio de incrementos periódicos a los combustibles y que tienen efectos inflacionarios.
En las postrimerías de ambos sexenios también se caracterizan por el incremento de la violencia, con salinas, el levantamiento armado justo después de la firma de TLCAN y una ola de asesinatos incluido el del candidato a la sucesión presidencial desacreditan al estado mexicano en el exterior. Con calderón no hace falta describir el ominoso escenario de miles y miles de mexicanos muertos.
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