Por Víctor Flores Olea
"Por sus obras los conoceréis", sentencia la reflexión bíblica. Sobre todo en materia política ningún responsable se salva del juicio ciudadano. Y que no digan que las aspiraciones son impecables, porque ya sabemos que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
Perdón por el lenguaje, pero lo intento con el propósito de que alguna chispa llegue a las seráficas conciencias de quienes hoy detentan el poder, que nos presentan a cada minuto caras distintas, como si la opinión nacional fuera desmemoriada. Sí, lo es a veces pero no siempre.
En los primeros días de su gobierno se anunció que Felipe Calderón deseaba "rehacer" las relaciones con los países del Sur latinoamericano (y otros no tan sureños) después de los destrozos de Vicente Fox. Sin embargo, su presencia en Davos le sirvió no para remendar sino para ahondar aún más las diferencias y para acercarse mansa, rendidamente a Estados Unidos. La emprendió, sin mencionarlos por su nombre, contra los gobiernos que proyectan una mayor participación estatal y social en sus economías (Venezuela, Bolivia, Ecuador), calificándolos de autoritarios. Y no podía faltar: "México en cambio ha decidido ver al futuro fortaleciendo su democracia, los mercados y las inversiones". El futuro, en la reducida imaginación del mandatario, sigue siendo el neoliberalismo y no su necesaria corrección, como lo exigen los pueblos y los seres pensantes en todas partes.
Su ataque a las políticas de los países latinoamericanos que intentan salirse de los mandatos impuestos por los organismos financieros internacionales y el gobierno de Washington le trajo desde luego los elogios de los directivos de las bancas privadas con influencia mundial (por ejemplo, del jefe de inversiones globales del City Group), y del otro lado las incisivas respuestas de Lula da Silva, Presidente de Brasil, y del venezolano Hugo Chávez.
¡Tal fue el camino que creyó encontrar Calderón para atraer inversiones a México, por la ruta de la entrega ya recorrida por Vicente Fox! Calderón, menos vistoso pero no con menos doblez ya que después negó lo dicho y hecho, simula olvido sobre su utilización de la imagen de Chávez para atacar a su adversario electoral de aquel momento: AMLO. Diferente estilo pero una misma voluntad de alinearse a Estados Unidos, no obstante que el mundo entero exhibe ya las contradicciones, inconsistencias e injusticias del "mercado libre".
El laberinto de los problemas no permite el éxito fácil de las políticas de Calderón, como haría suponer el gesto firme y la voz engolada con la que anuncia los programas. Las operaciones contra el narcotráfico y la deportación de un puñado de cappos, parecen demasiado magras en su cosecha y encuentran ya muy bruscas respuestas, como los siete asesinatos de Acapulco.
Por supuesto el capítulo de los derechos humanos, sobre todo por obra y gracia de la Secretaría de Gobernación, parece sin remedio acumular déficits y convertirse en un callejón sin salida para Calderón y para la entera sociedad mexicana. Con el agravante de que esa Secretaría revive hoy los instrumentos de la censura que parecían superados en México. La marcha atrás: ¿instrucción concreta de Calderón? ¿Tiene entonces en un puño a su gabinete? ¿Por qué entonces tan mediocres y retrógrados colaboradores?
En este laberinto de trampas el alza de la tortilla, por las operaciones mafiosas de los acaparadores del maíz vinculadas a fenómenos internacionales, agobian también al actual gobierno, que no acierta a desenredar la madeja. Entre otras cosas por su creencia ilusoria en las virtudes del mercado, con una "mano invisible" que se ha tornado en bien visible mano de los monopolios. Tiros erráticos en apariencia decididos que están lejos de limpiar el panorama.
Tres retos próximos definitorios del gobierno de Calderón: ¿privatización de Pemex? ¿Reforma electoral que, entre otras virtudes, debe eliminar la "mano negra" de los funcionarios y el dinero electoral de los inversionistas? ¿Reforma fiscal con un horizonte progresivo pero que primero deberá atacar a fondo el problema de la bajísima recaudación de impuestos en México, que en años anteriores fue apenas del 11% del Producto Nacional y que, como los cangrejos, descendió todavía ahora al 9% del mismo PBN.
Vicente Fox se alejó de los problemas y dejó correr el reality show, ignorando cínicamente los resultados. Felipe Calderón, por temperamento y porque enfrentó a un contrincante que situó en el primer lugar de la agenda nacional la cuestión de la pobreza, parecería que llegó con la voluntad de enfrentar los problemas. Pero, ¿por ese camino? ¿Por el de la incondicional subordinación a los mercados y a las reglas impuestas, que han abandonado ya los países que de verdad crecen en este tiempo? ¿Y con ese personal de ayuda? ¿O de plano le quedó grande la tarea de salir de un laberinto complicado para lo cual no bastan las buenas intenciones sino que es imprescindible elegir los métodos acertados?
Porque no es suficiente con hablar del pasado y el futuro, cuando se pone la carreta enfrente de los bueyes y se recurre a procedimientos envejecidos para resolver los problemas del porvenir nacional (salvo que se quiera seguir al infinito favoreciendo a los ricos y empobreciendo a los que nada tienen).
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario