Luis Linares Zapata
La andanada ha sido fenomenal en los medios de comunicación. La misma prensa escrita, con honrosas excepciones, se ha desgañitado en el griterío. Todos a una: López Obrador ha malgastado su capital político, es la consigna expresada a manera de indeclinable conclusión. Armados con encuestas a modo, consejos de guerra ensamblados en mesas redondas y entrevistas varias en los más notorios canales y estaciones de radio, locutores, comentaristas, funcionarios del régimen actual, articulistas y conductores de programas se lanzan tras la presa que presienten herida de muerte. Han olido la especie que esparcen, desde oficinas encumbradas, sus patrocinadores y jefes mientras se arrellanan para otear horizontes inciertos. Han recibido, con el agrado y la obsecuencia conocida, las señales para lo que consideran la masacre final.
El demagogo populista, el autoritario e iluminado rebelde, el que se autonombró víctima propiciatoria de una mafia, el que los acusa de haber envilecido las instituciones, ése que se arropa entre las muchedumbres de los furiosos, el autócrata que dice a todo que no, el que no acepta su destino de perdedor, el que miente con descarado cinismo es el objetivo de sus puñetazos de aire con micrófonos gigantes, el paria de sus desdenes, el irredento mesías tropical, motejado así por un enriquecido negociante con pergaminos de escritor derechoso.
Ellos, la mayoría de los comunicadores del oficialismo, seguros de merecer el calificativo de independientes, se vuelven a colocar en la tesitura del fraude electoral imposible y, desde esa alta tribuna, emiten sus inapelables sentencias. Muestren una sola foto de Fox cargando urnas repletas de boletas apócrifas y entonces hablaremos en concreto. Antes de ello, el fraude, el acoso y el complot amafiado son puras habladurías de aquellos que fueron derrotados. Nadie puso granito de arena alguno para engrosar su fracaso.
A sólo un año de distancia de la elección de 2006 la caída de AMLO en el aprecio de los ciudadanos es dramática, afirman con la seguridad de un añejo y sagrado oráculo. Apenas 30 por ciento de ellos volvería a votar por él. Por Calderón, en cambio, lo haría más de 40 por ciento. ¡Caray, qué tragedia!, después de un año de protestas, de plantones en el mero corazón de la capital, de haber desaparecido del horizonte radiotelevisivo, de ser el sujeto de conjuras y denuestos tan variados como cotidianos, mantener tal nivel de aprobación no puede ser entendido y, menos aún, aceptado por los que creen tenerlo bien apresado entre sus afilados dientes. Se olvidan de que Calderón tenía, hasta hace poco tiempo, más de 50 por ciento de posibles votantes, y que AMLO, aunque sea poco, pero recupera aceptación. Ese es un ángulo irrelevante, dirán con alevosía, ya se conocerán otros que alumbren el continuado ascenso del presidente del oficialismo. Mientras eso ocurre, habría que soslayar con premura los datos de la cuenta corriente de la balanza de pagos y los saldos de la balanza comercial que alcanzan las decenas de miles de millones de dólares. Ambos indicadores apuntan la seriedad de peligros inminentes, de apuros económicos, de crecimientos ralos y limitados.
Pero más allá de todos esos dimes y diretes, si los comunicadores, tan ansiosos de dar por fallecido a López Obrador, se tomaran la molestia de recorrer al menos una parte del país, de esas dilatadas regiones del mismo que no se ven desde los cielos, saldrían disparados a proteger sus cuentas bancarias y, al volver a sus cabinas y estudios de transmisión, a sus cubículos sentirían, como un vahído interior, las abismales diferencias, acrecentadas por los despojos cotidianos, entre dos mundos por completo separados. Uno que, aunque con privaciones varias, continúa una vida casi normal. Y, otro, donde reina el desamparo, el olvido, la postración de hombres y mujeres que no ven salida alguna, que se resignan a pasarla con las miserias que los rodean o buscan, en la migración, el horizonte de una vida distinta.
Es, a ese mundo, donde habitan millones de mexicanos que merodean una existencia precaria, donde López Obrador no duda en acudir para llevar un mensaje de aliento. Y de ahí mismo, desde esa polvorosa realidad, ha iniciado, con el auxilio de un puñado de colaboradores, la construcción de un movimiento que reponga la esperanza perdida o mitigue las desgracias que pueden tornarse desesperación colectiva.
Es en ese inframundo, inexistente para los tomadores de decisiones centrales, desconocido para infinidad de columnistas, de críticos y opositores que le presagian el mayor de los fracasos, donde AMLO ha fincado su trabajo y va descubriendo, para él mismo y para los que lo rodean, un futuro asequible, de penosa construcción.
Es ahí donde hay que enjuiciar la tarea del gobierno legítimo que preside AMLO. Es en esas vastas regiones del desamparo donde se va cimentando un movimiento reivindicador. Uno que pretende renovar instituciones, dignificar la práctica política ya bien extraviada en los salones de postín y manoseada por groseras complicidades en contra de los intereses populares. Y ese movimiento avanza a pasos de 50 mil afiliados por semana. Hombres y mujeres que han respondido al llamado de una nueva República y que ya rebasan, a sólo cinco meses de su inicio, el millón de apoyadores, no únicamente de los marginados, sino con creciente participación de clasemedieros que ya no pueden con las colegiaturas de sus hijos o de esos otros que desean participar, por convicción personal, en este ya cuajado movimiento político, inédito en el país.
Mientras, habrá que superar los escollos levantados por ésos que hablan del año perdido.
Anterior
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario