domingo, noviembre 11, 2007

De un absurdo se pasa a otro peor


Por Ruby Betancourt Moguel

El paso de una economía protegida a una de libre mercado

Hace algunos días escribí sobre los tiempos en los que privaba la economía mixta y sobre el proteccionismo que imperaba, sobre todo en el comercio exterior, no permitiendo que las importaciones compitieran con los productos que se elaboraban en México. En cuanto a la economía mixta, es mi opinión que la presencia del estado en el ámbito productivo debía haber constituido una forma de manejo de la economía, sobre todo en áreas estratégicas, que conformaran una base para dirigir la economía. El modelo no funcionó mal, sino hasta cuando se llegó al extremo de transformar en paraestatales a todas las empresas que estaban al borde de la ruina. Igualmente, no se manejó a estas empresas como tales, sino como subsidiarias de la economía total.
En cuanto al proteccionismo, éste se constituyó en una barrera para evitar el ingreso de artículos extranjeros que también se fabricaban en México. Esta política, en principio, protegía a las empresas de capital mexicano frente a economías más competitivas que sacarían del mercado y significarían el cierre de empresas y, por lo tanto, la desocupación de muchos trabajadores y trabajadoras. Tampoco era un elemento nocivo en sí, pero comenzó a serlo cuando el proteccionismo condujo al descuido de la calidad de los productos de fabricación nacional y al manejo arbitrario de precios. Se llegó, ya lo decíamos en artículo anterior, al extremo, por ejemplo de pretender elaborar relojes, tanto de pulso, como de mesa y de pared, pretendiendo que las importaciones de esos bienes provenientes en su mayoría de Japón y de Suiza no vinieran a competir con los relojes mexicanos que a lo máximo llegaron a ensamblarse en México en sus modelos más anticuados y faltos de elegancia. Se hablaba de relojes fabricados en México e incluso se creó una compañía que se llamaba INRESA, (Industria Nacional Relojera, S.A. cuyos accionistas eran los importadores de relojes suizos) y que sólo podían realizar sus importaciones si comprobaban que estaban en un "Programa de Integración Nacional" según el cual irían paulatinamente integrando partes de fabricación nacional. Así como este ejemplo, había muchísimos otros que enfrentaban el mismo problema. Yo me he referido específicamente a los relojes porque durante un largo tiempo, como Jefa del Departamento de Industrias Metálicas, de la entonces Secretaría de Industria y Comercio, me tocó mirar más de cerca. En principio me parecía una buena política la de proteger a los fabricantes mexicanos, pero no al grado de no permitir importaciones de productos que realmente no se fabricaban en México, pero que podían caber dentro de una Fracción Arancelaria un tanto genérica. Pongo un ejemplo, otra vez personal, pero al que me refiero por conocerlo de cerca. Un amigo alemán que visitó Rusia pretendió regalarme un "samovar" porque yo siempre bromeaba que en las novelas rusas el trío amoroso estaba formado por él, ella y el samovar, dado que este artefacto es indispensable en todos los hogares rusos cuyos habitantes son adictos al té. Curiosamente la decisión de importarlo o no, recaía en el departamento que yo dirigía. Se le negó la importación porque se consideró que significaba una competencia desleal para las teteras y las cafeteras de aluminio fabricadas en México. Finalmente se permitió su importación pero con un arancel aduanero que excedía el costo del samovar.
Es obvio que un régimen así no podría continuar y mucho menos al iniciarse la apertura de fronteras en el proceso de globalización de las economías. Así que, sobre todo a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, se empezó a eliminar escollos a la importación. El ingreso de México al Acuerdo General de Aranceles al Comercio Exterior (GATT por sus siglas en inglés) fue un paso enorme para abrir nuestra frontera a las importaciones de todos los países signatarios del Acuerdo. La firma del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte vino a ser la puntilla que contrariamente a la política proteccionista, derribó las barreras arancelarias y no arancelarias que, finalmente han venido a resultar en una invasión de productos baratos y de mala calidad que han sacado del mercado a numerosas empresas de capital mexicano. Incluso esto ha propiciado el ingreso ilícito (contrabando) de múltiples artículos como son los provenientes de China que han obligado a cerrar empresas zapateras, del vestido, juguetera, entre otras muchas. El Gobierno de México no ha encontrado la forma de defenderse después de que nuestra política económica y de comercio exterior se sujetaron a acuerdos bilaterales y multilaterales en los que México tiene que cumplir lo acordado, no así los países poderosos, como es el caso de Estados Unidos que exige de México el cumplimiento de los acuerdos pero que ese país no respeta.
El asunto de comercio exterior es sumamente importante, pero además de la entrega al exterior de nuestro mercado, se ha venido extranjerizando la inversión antes mexicana. Se ha recurrido al llamado PITEX (programa de importación de insumos para ser ensamblados por las industrias maquiladoras) que ya demostró lo que se sabía desde el principio: que las empresas sólo permanecerían en México mientras encontraran las condiciones óptimas, incluidos los bajos salarios y el incumplimiento de la Ley Federal del Trabajo por lo que corresponde a las condiciones de trabajo y a las prestaciones a las y los trabajadores. Han servido, es cierto, para ocupar mano de obra en un largo período de alta desocupación, pero se han ido, ya lo vimos en Yucatán, en cuanto encuentran condiciones más seguras y favorables en otros países, Tal es el caso de China, la India y otros países que actualmente producen masivamente con salarios de hambre, los productos con los que se ha inundado nuestro país.
Y ojalá que el asunto se quedara en esto. Pero no, las cosas han llegado más allá: la puesta en venta (en baratas) del patrimonio nacional de los mexicanos. La primera vez que oí decir que se pondrían en venta los servicios portuarios y aeroportuarios, me pareció inconcebible. Mi mente, (como quiera que sea formada parcialmente en un período proteccionista) no alcanzaba a comprender que se vendieran los puertos. Y de allí ha seguido todo. Así como antes se presumía del desarrollo de México con una limitada y descendente inversión extranjera, ahora se hace lo contrario y se anuncia con bombo de platillos cómo la economía mexicana se ha ido quedando en manos extranjeras. Lo verdaderamente inadmisible es lo que estamos viviendo respecto a la industria energética que poco a poco se ha ido vendiendo en formas disimuladas. El petróleo que creíamos que era nuestro y que siempre lo sería, ha pasado a manos privadas por medio de los contratos con empresas privadas. Se ha permitido que las instalaciones y el manejo de la industria petrolera se vayan deteriorando para tener el buen pretexto de vender lo que era nuestro orgullo. PEMEX no manejada como una industria de mercado, al mismo tiempo que subsidia una parte enorme de los egresos, no tiene capital para construir una refinadora que integraría a la industria y se llega al absurdo de que en la medida que crecen los precios del petróleo, como ahora ocurre, los precios de la gasolina que se vende en México también suben, porque no contamos con la capacidad instalada para convertir el petróleo en gasolina. No me quiero referir a las grandes catástrofes por las que actualmente pasa PEMEX, porque aunque estén relacionadas, serían objeto de un espacio más amplio. En cuanto a la electricidad, basta con señalar que casi la mitad de la que se produce se pierde en instalaciones piratas ("diablitos" y otras trampas) y que en lugar de ponerla en regla, nos pone el energético a precios inadmisiblemente caros. "Cosas veredes").
El caso es que hemos ido de mal a peor. Es verdad que el fenómeno globalizador que se está viviendo en el mundo no permitiría a México abstraerse y constituirse en una autarquía, pero tampoco es aceptable que no se tome medida alguna para lograr un mayor desarrollo y no seguir sobre la pendiente en descenso en que nos encontramos, renunciando a una nación soberana.

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