José Antonio Rojas Nieto
Este viernes el crudo marcador West Texas Intermediate (WTI) cerró en el mercado spot de Nueva York con una cotización superior en 2.25 dólares a la del jueves pasado. Con esto su promedio de diciembre llegó a poco más de 90 dólares por barril. Y el promedio anual prácticamente a 72 dólares, casi siete dólares más que su promedio anual de 2006, 15 más que el de 2005, 30 dólares por encima del promedio anual de 2004 y, para sólo dar otro número más, casi 58 dólares superior al nivel más bajo del periodo 1974-2007, justamente los 14.45 dólares corrientes por barril registrados por el promedio anual del WTI en 1998.
Hoy, casi 10 años después de este bajísimo promedio, sabemos de sus consecuencias, como también las sabemos en el caso del hierro, del níquel, del cobre, incluso del acero, pero también del maíz, del trigo, del café, del arroz.
Todo castigo al precio de los productos, que lleva sus precios de mercado por debajo de lo que David Ricardo llamaría su precio natural, más pronto que tarde se convierte en su contrario. Por eso hoy vivimos una compleja reivindicación –por demás evidente en el caso del petróleo–, que lleva los precios de mercado ya no sólo a ese nivel natural –el determinado por las condiciones de producción– sino a un nivel superior.
¿Qué tan superior en el caso del petróleo? En primera instancia el determinado por el yacimiento más caro cuya producción es exigida por el nivel del consumo mundial. Pero –en segunda instancia– por el que determina la especulación propiciada y aceptada por un mercado temeroso del desabasto.
Desde 1999, como casi todos los productores de costos inferiores a esos más costosos que exige la demanda mundial, para bien y para mal México aprovechó esta espiral de ascenso de precios. De 1999 a 2006 la Secretaría de Hacienda recogió por concepto de derechos de extracción de hidrocarburos 236 mil millones de dólares actuales de 2007.
Su presupuesto original de estos derechos, de esta renta petrolera –el de los famosos Criterios Generales de Política Económica de cada año– era de aproximadamente 177 mil millones de dólares, también de 2007. En buen romance esto significa que se tuvieron excedentes del orden de los 59 mil millones de dólares actuales, excedentes que, en principio, no habían sido considerados en el gasto gubernamental.
¿Cómo explicar entonces el haber arribado al escenario catastrófico que se presenta en el Programa Sectorial de Energía? ¿Cómo explicarnos este escenario en el que parecemos condenados a sufrir el decaimiento secular de nuestros yacimientos, Cantarell por delante?
¿Cómo, asimismo, aceptar que hemos llegado a una situación en la que aparentemente no tenemos más de cinco a seis años de seguridad energética petrolera? ¿Después de haber recibido esos 236 mil millones de dólares, derivados básicamente de la bondad de la sonda de Campeche? ¿Cómo? ¿Cómo, finalmente, entender que la única alternativa a este escenario catastrófico es el eufemísticamente llamado escenario sobresaliente, que en el fondo contempla la abdicación al mandato del artículo 27 de la Constitución en materia petrolera?
¿Cómo? ¿Sabe usted quién fue uno de los secretarios de Energía que –en principio– debió haber estudiado, cuidado y advertido en su momento, del arribo al escenario catastrófico que se nos presenta hoy? Sí, adivinó usted. Es el mismo que este año 2007 también recibirá uno de los montos de derechos de extracción de hidrocarburos, de renta petrolera más abundantes de nuestra historia petrolera reciente: no menos de 50 mil millones de dólares. Y que propone las eufemísticamente llamadas reformas estructurales –especialmente la laboral y la energética–, que permitirán a nuestro país –según su decir– convertirse en un México ganador… nada más que… sin los actuales artículos 27 y 123 de la Constitución.
¡A buen entendedor…saludos!
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