La Fuerza Aérea Mexicana en el presente
Aunque los antecedentes de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) se remontan a 1914, cuando el Ejército Constitucionalista bajo el mando de Venustiano Carranza empleó aeronaves de ataque para bombardear buques huertistas, fue hasta el 10 de febrero de 1944 cuando la institución adquirió su nombre actual y su definición jurídica contemporánea. Unos meses más tarde, los pilotos mexicanos del Escuadrón 201, en el marco del despliegue aliado, combatían en el Pacífico a las fuerzas imperiales de Japón. De entonces a la fecha, la FAM ha pasado por diversas actualizaciones, pero su estatuto ha permanecido sin cambios. El aniversario celebrado ayer da pie a algunas reflexiones acerca de esta institución.
En principio, debe considerarse que, a contrapelo de la tendencia moderna que fusiona el mando de las diversas armas en un solo ministerio, departamento o secretaría de Defensa, en México se conserva la dualidad de Defensa y de Marina; la primera tiene a su cargo la protección terrestre y aérea, en tanto que la misión central de la segunda es la salvaguarda de los litorales. En ese esquema, la fuerza aérea, en los hechos, queda supeditada al Ejército Mexicano. Esa dependencia ha inhibido el desarrollo del arma aérea; tal circunstancia es, en parte, causante de la obsolescencia de los equipos de que disponen los pilotos militares del país. Plantearse la elevación de esta rama de las fuerzas armadas al mismo rango que la Armada de México y que el ejército terrestre es, sin duda, una perspectiva necesaria.
Antes de la renovación de aeronaves y equipos debe considerarse, por otra parte, que México ocupa una posición geoestratégica singular, caracterizada por marcadas asimetrías, tanto al norte como al sureste: la posibilidad de un conflicto armado convencional es tan impensablecon Estados Unidos, por la abrumadora superioridad de la superpotencia, como con Guatemala y Belice –los otros países que comparten fronteras terrestres con el nuestro–, habida cuenta de la colosal desventaja en que se encontrarían tales naciones frente a México, no sólo en términos de medios militares, sino, sobre todo, en el peso demográfico, territorial y económico. En la actual configuración del mundo, por lo demás, no hay estados que pudieran amenazar a México en los ámbitos marítimo o aéreo.
En estas circunstancias, la participación de la FAM en el tutelaje de la integridad territorial –incluido el espacio aéreo– de la soberanía nacional y de la seguridad de la población en casos de desastre requiere de un perfil también singular en el que posiblemente sea más pertinente disponer de más bases, sistemas de radar terrestres y aparatos de transporte, reconocimiento y vigilancia aérea que de escuadrillas de aviones de combate de última generación.
Como se ha señalado en este espacio en diversas ocasiones, no es deseable por muchos motivos que las fuerzas armadas en su conjunto se involucren en tareas propias de las corporaciones policiales, y, menos aún, que lleven el peso principal del combate a la delincuencia. Este razonamiento ha de aplicarse en particular a la fuerza aérea, a la cual se han asignado tareas de vigilancia y hasta de fumigación de cultivos ilícitos, lo que contraviene la lógica que separa las instituciones militares de las civiles y deposita en las segundas la procuración de justicia y la lucha contra el delito.
En suma, en años recientes los extravíos gubernamentales han llevado a una severa distorsión de las tareas de los institutos armados y se ha hecho necesario restituirles su sentido constitucional y dignidad. Sin ánimo de vulnerar las condiciones de seguridad, la eficiencia ni la disciplina de las fuerzas armadas, es claro que en el debate respectivo debe participar el conjunto de la sociedad.
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