Mentira y verdad
Mundus vult decipi. El mundo quiere ser engañado. La verdad es demasiado compleja y produce temor. El afán por la verdad es un gusto adquirido que pocos adquieren. Por eso hay que agradecerle a José Antonio Crespo su compromiso con ella, demostrado en su nuevo libro, 2006: hablan las actas: las debilidades de la autoridad electoral mexicana. En él revela las verdades a medias y las mentiras completas que acompañaron ese episodio del cual México aún no se ha podido recuperar. Esa elección divisoria, polarizante, aguerrida, que dejó más dudas que certezas tras de sí. Pero ahora el país cuenta con un documento invaluable que pone las cosas en su lugar; que, con base en la revisión minuciosa de todas las actas de 150 distritos electorales, esclarece lo que muchos quisieran olvidar; que deslinda responsabilidades evadidas y asigna culpas inescapables; que revela las siguientes lecciones.
1) El gran número de inconsistencias aritméticas en las actas debió haber producido un recuento “voto por voto” para determinar exactamente qué pasó. Y más allá de eso: Las autoridades contabilizaron también un gran número de errores de cómputo, los cuales sólo podrían haberse explicado con el recuento de los paquetes electorales. (De hecho el número de errores de cómputo excede el margen de victoria de Felipe Calderón sobre Andrés Manuel López Obrador.) Como eso no ocurrió, las dudas no han sido disipadas y 37% del electorado continúa pensando que hubo fraude. El PRD no logró demostrar el fraude que denunció, pero el Tribunal tampoco pudo demostrar el triunfo inequívoco del ganador oficial de manera convincente.
2) El argumento lopezobradorista del magno fraude electoral no puede demostrarse fehacientemente, o al menos no con los elementos hasta ahora disponibles. Pero la misma duda se cierne sobre el triunfo válido, pulcro e incuestionable de Felipe Calderón. Las actas revelan que acerca de la elección de 2006 la posición intelectualmente honesta es la del “agnosticismo electoral”, dada la incertidumbre que prevalece sobre las actas y las boletas. Tanto el PRD como el PAN han asumido posiciones que no se justifican ante lo que las actas revelan: la elección no fue un cochinero orquestado para arrebatarle el triunfo a AMLO, pero tampoco fue una contienda más blanca que el manto de la Virgen de Guadalupe. La información aportada por las autoridades electorales para emitir su dictamen no corresponde con lo registrado por las actas. La verdad jurídica no corresponde con la verdad aritmética.
3) Las autoridades electorales mexicanas no lograron asegurar el consenso, la certeza y la certidumbre de la elección porque hicieron mal su trabajo. En más de una ocasión demostraron sesgos partidistas y políticos que contribuyeron a fortalecer la posición del PAN. Una de las decisiones más cuestionables fue la de impedir el recuento, dos días después de la elección, de paquetes electorales frente a un promedio de 270 actas inconsistentes por distrito. A pesar de las irregularidades, el Consejo General del IFE mandó instrucciones de no hacerlo, porque el PAN había difundido la idea de que abrir más paquetes podría provocar la anulación de la elección. Aplicaron la ley, pero con demasiada frecuencia lo hicieron de formas poco convincentes o contradictorias. Ignoraron pruebas concretas con el objetivo de arribar a resultados predeterminados.
4) El Tribunal Electoral asumió posturas poco consistentes y cambió de criterio en diferentes momentos. Algunas veces usó el argumento del “interés general y ciudadano” para justificar sus decisiones y en otras lo descartó. Algunas veces consideró que el interés general era “superior a las partes procesales” y otras veces no. Algunas veces enarboló el principio de exhaustividad y otras lo archivó. El Tribunal regañó al IFE por no abrir suficientes paquetes, pero después recurrió a argumentos poco claros para justificar por qué no era necesario hacerlo cuando el caso arribó a sus propios recintos. Los magistrados llegaron a la conclusión de que los votos irregulares “en la mayoría de los casos encuentran plena justificación”; de allí que no fuera necesario un recuento general. Pero en realidad no contaban con evidencia contundente y clara para hacer esa afirmación. Como escribe Crespo en la página 94, el Tribunal no lidió de manera correcta con los llamados “votos irregulares”: “Ni los votos presuntamente coleccionados por los votantes ni los explicados por haber sido emitidos en la casilla equivocada constituyen la mayoría del conjunto de votos irregulares, al contrario de lo afirmado por el Tribunal en su dictamen final”. Los magistrados dicen que los errores de cómputo no afectaban la certeza del veredicto, pero las actas dicen que sí.
5) Así como la Suprema Corte estadunidense le obsequió a George W. Bush un triunfo que no quedaba plenamente comprobado, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hizo lo mismo en México. Así como el máximo tribunal impidió en Estados Unidos el recuento que hubiera aclarado quién ganó allá, la máxima autoridad electoral hizo lo mismo acá. No hubo una maquinación fraguada pero sí una acción concertada. No hubo una manipulación de las actas pero sí se ignoraron las irregularidades que demostraban. No hubo un magno fraude pero sí una decisión profundamente cuestionable por parte de un cuerpo colegiado que debía inyectarle certeza al proceso y que prefirió no hacerlo. Tomó, al igual que su contraparte en Estados Unidos, una decisión política, y hay que entenderla así.
6) Ambos bandos se encargaron de diseminar mitos –el “magno fraude electoral” y el “triunfo inobjetable”– producto de filias y fobias más que de datos duros. Durante décadas el PAN esgrimió argumentos para “limpiar” elecciones cuestionables y no aceptó sus resultados. Pero en la elección de 2006 cambió de estrategia, dejando atrás la tradición partidista que enfatizaba la transparencia y la certidumbre. Por su parte, AMLO erró al exigir el recuento y – poco después– declarar que no aceptaría los resultados, con lo cual eliminó cualquier incentivo que Calderón podría tener para apoyar la propuesta. Por su parte, las autoridades electorales temieron un recuento cuyos resultados podrían contravenir el veredicto oficial de la elección o incluso anularla. Pero como constata José Antonio Crespo, cuando las actas hablan por sí mismas evidencian mentiras y verdades inocultables. México no sabe exactamente qué pasó en la elección de 2006. México tiene problemas no resueltos con su andamiaje electoral, el cual está poco preparado para lidiar con resultados apretados. México debe aprender las lecciones de una contienda conflictiva porque, si no lo hace, corre el riesgo de repetirla. Y esa es la verdad. l
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