María Teresa Jardí
Coincidíamos un grupo de abogadas, de todas las ideologías, comiendo juntas, hace unos días, en que el peor vaticinio de lo que ya está aquí y del horror que aún nos falta por vivir, se evidencia en la desvergüenza alcanzada por los ministros y ministras, de la antaño, no hace tanto, unos cuantos años, prestigiada, Suprema Corte de Justicia de la Nación. Compañeras de generación varias y todas egresadas de Universidad Nacional Autónoma de México, recordábamos que, cuando aún estudiantes de la Facultad de Derecho, no podíamos ni alcanzar a soñar en lo que significaría llegar a la altísima distinción de ser nombradas ministras de nuestra Suprema Corte de Justicia. Recordábamos, litigantes de diversas materias, en las todas en alguna etapa de nuestras vidas incursionamos, que no importaba que en primera instancia o en segunda, que en las Juntas de Conciliación Federal y Estatales, ningún abuso de poder o desvío de la justicia, una vez que el asunto estaba en manos de la Corte, porque sabíamos, que ahí sí, se impartiría Justicia y que lo único que hacía falta para obtenerla era tener la razón y demostrarla.
Muy enojadas todas, ricas unas, pobres otras, deprimidas la mayoría, hoy se tiene que aconsejar a los clientes, en el caso de las que siguen litigando, que lleguen a un arreglo, por malo que parezca y por injusto que sea, antes de llegar a la Corte, donde se garantizará que la resolución será a la medida de las órdenes que reciban los bien cebados ministros y ministras. Impensable, señalaba una también historiadora, hace sólo unos años, unos cuantos, nada de cara al tiempo de la historia, habrían sido las caricaturas que hoy de manera cotidiana reflejan la corrupción inaudita que alcanza a un Poder Judicial que se desluce desde la cabeza. Dan pena ajena los antaño tan respetables togados. Es bochornoso, una vergüenza que, en coyotes togados se hayan convertido, sin justificación ninguna, abogados, que habiendo llegado a obtener el más alto reconocimiento posible dentro de la profesión elegida e incluso dentro de la clase política de un país, renunciando a merecer ni el menor de los respetos como abogados del más alto tribunal con el más alto nombramiento posible alcanzado, acotaba otra. Además de dar pena ajena, es muy triste. Ningún nombramiento se iguala a ese, decía una más. El nombramiento del titular del Ejecutivo dura un sexenio, los legisladores igual, aunque salten de una cámara a la otra, para nunca perder la chamba como representantes de los partidos podridos hasta la médula hoy, en México, que representantes del pueblo que han renunciado también a ser. Es abominable lo que ocurre en los poderes Ejecutivo y Legislativo. Pero la tragedia, para los mexicanos, está en la corrupción alcanzada por los ministros y ministras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Sí, en el desamparo y en la orfandad absoluta han dejado al pueblo mexicano, los bien pagados ministros y las ministras. Una vergüenza que implica para el país la mayor de las tragedias. Lo que ya está aquí y lo que viene lo vamos a enfrentar con un Poder Judicial, que a sí mismo se ha cortado, a cambio de corrupción, la cabeza.
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