De Blogotitlan
México, Anacrónico País Bananero
Los "países bananeros" desaparecieron ante el empuje democrático, pero México retrocedió en la Historia y se volvió uno de ellos, sin libertades ni garantías individuales, con retenes militares que detienen ciudadanos arbitrariamente y un Supremo comandante de soldados que patrullan el país para que nadie lo desafíe.
La carencia de legitimidad y base social real, hizo que el presidente de facto de México, Felipe Calderón, creyera que sacar al Ejército a las calles le daría la tranquilidad suficiente para cumplir la multitud de compromisos que pactó para llegar al poder.
Sólo logró hacer de México una mala e inoportuna copia de los antiguos "países bananeros", regidos por obtusos militares dependientes de la poderosa United Fruit, que dependían de los toques de queda y patrullajes militares permanentes para consumar sus respectivos saqueos.
Con torpeza, Felipe Calderón consideró que una supuesta "guerra al narcotráfico" a cargo del Ejército, sería la fachada incuestionable para nulificar el enorme movimiento de resistencia a su usurpación y desatender las exigencias de rendición de cuentas a su tramposo antecesor Vicente Fox. Craso error.
Enfrentar a un ejército regular contra una guerrilla multitentacular, mejor pertrechada con dinero y armas, sin un previo diseño logístico ni información de inteligencia, es una torpeza descomunal que sólo lleva a un fracaso monumental. El Ejército, por lógica, no pudo hacerlo por sí mismo, pues va contra todas sus normas elementales. Excepto la de obediencia ciega al superior.
Según la Constitución, el Presidente de la República es el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, por lo que el Ejército Mexicano no tuvo mucha opción. En manos de una persona consciente de su compromiso hacia el pueblo, tal precepto es indispensable para el orden nacional. Pero en poder de un desquiciado comprometido con intereses ajenos al país, el mismo se vuelve garantía de desorden y rompimiento de normas constitucionales y violentamiento de las garantías individuales.
Y eso fue lo que hizo Calderón: hacer de las Fuerzas Armadas su juego de poder personal. Ordenó al Ejército y la Marina --sin preparación del terreno, sin orden ni concierto-- salir a las calles, poner retenes ilegales, hacer revisiones inconstitucionales, violar derechos humanos y... aterrorizar a todos, para que vieran quién manda. Sus mismos patrocinadores empresariales iniciaron campañas publicitarias con Centuriones Romanos, para justificar las órdenes de un tipo común y corriente convertido en Nuevo Emperador. Los spots justifican su juego de poder. Los narcos, desde luego, siguieron sin enterarse de que "la guerra" era contra ellos.
Como a río revuelto, ganancia de pescadores, las facciones delictivas más protegidas por las altas esferas políticas decidieron aprovechar el momento y emprender acciones contra sus competidores para quitarles espacios. Como es obvio, aquéllos de inmediato reaccionaron, atrapando en medio de sus trifulcas a ciudadanos inermes, que no pueden confiar en sus autoridades, coludidas con los mafiosos. La violencia se desató en forma incontrolada y creciente.
Por la torpeza en su enfoque y tratamiento, un problema de seguridad pública se convirtió en asunto de seguridad nacional, no sólo para el país sino hasta para la nación vecina, calificada de la mayor potencia imperial del planeta, el mayor mercado para las drogas de todo el mundo.
Los mismos protectores políticos de los narcos de su preferencia pedían el auxilio de las fuerzas armadas para aplacar a los contrarios, que tampoco se dejaron amedrentar. La sangre empezó a correr en abundancia, con decapitados por todas partes, secuestros a diestra y siniestra perpetrados en los ratos libres de quienes, entrenados como Fuerzas Especiales de Ejército y Marina, se pasaban al narcotráfico que les pagaba mejor y les permitía más desmanes.
Los especialistas independientes en temas del narcotráfico coincidían en que la estrategia impuesta por Felipe Calderón a las Fuerzas Armadas de México, era un enorme error: no debía combatirse con tácticas convencionales a un enemigo multipresente, enormemente pudiente, con gran poder corruptor, y mega sanguinario.
En diversos tonos se le pidió regresar al Ejército a sus cuarteles y recomponer su estrategia, removiendo --antes que nada-- a los funcionarios que nombró a cargo de seguridad pública y procuración de justicia, quienes arrastran desde hace años sospechas --y acusaciones sin investigar-- de corrupción y contubernio con capos de la droga.
Pero para demostrar quién manda, y que si se equivoca puede mandar otra vez, Calderón no sólo persistió en su tozudez, sino que encubrió a sus funcionarios corruptos y les dio más dinero y poder, poniendo bajo su mando a todas las policías del país, aun contra la Constitución.
Claro que para hacer como que hacía, inició una tan presuntuosa como falsa "Operación Limpieza" que sólo logró encerrar provisionalmente a unos cuantos funcionarios menores, sin mayor capacidad decisoria, pero dejó intocados a los verdaderos responsables de la corrupción que apunta hacia lo más alto del poder que encubre y justifica los atropellos.
Hoy México, con su dictador de pacotilla y sus soldados patrullando todo el país para que nadie ose desafiarlo, dejó de ser un Estado de Derecho, y parece un "país bananero" sin libertades ni garantías individuales, sujeto a la voluntad de un Supremo, lacayo de poderes trasnacionales.
Las fotos que circulan por el mundo eso es lo que dicen.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario