Guillermo Almeyra
Da vergüenza tener que repetir en 2009 la discusión de hace 30 años, cuando la caída del sha, el cual fue arrastrado por la ola de la revolución campesina que asumió la forma y el ropaje de una revolución islámica debido a que los únicos intelectuales orgánicos de los campesinos eran los mulás y ayatolas.
Entonces, como ahora, estudiantes y clases medias urbanas, ligados a los comerciantes importadores y exportadores del bazar, eran liberales y proccidentales (proimperialistas, modernizadores), mientras que el sha era proimperialista pero modernizador a la Bismarck, desde arriba, con el aparato estatal, y afirmaba su modernización tecnológica en la policía y el ejército y en el apoyo de los propietarios terratenientes y del capital extranjero.
La izquierda internacional dogmática, para la cual la religión es siempre y en cualquier circunstancia y país sólo una fuerza reaccionaria que quiere hacer volver al Medievo, se alineó con el imperialismo para combatir la revolución de los ayatolas (en realidad, de los campesinos que se apoyaban en éstos para imponer un intento de reforma agraria). Una parte de esa izquierda (el partido comunista Tudeh ilegalizado en Irán) combatió incluso contra Irán del lado de Saddam Hussein en la guerra de ocho años fomentada por Estados Unidos y por Arabia Saudita y las monarquías árabes, para destruir un régimen islámico –el de Teherán– que predicaba la pobreza y la igualdad (banderas de los chiítas) y pretendía expulsar al imperialismo y a su marioneta, Israel, del Cercano Oriente, y derribar a los regímenes (sunitas) corruptos del mundo árabe.
El igualitarismo y hasta el comunismo religioso primitivos asustaban, al mismo tiempo, a los ricos de Irán, que habitan las ciudades, y a sus aliados árabes y europeo-estadunidenses que tenían grandes intereses y grandes ambiciones en ese rico país lleno de petróleo y de gas. Toda la gran prensa mundial, de modo coherente con los intereses de los grandes grupos capitalistas que la alimentan y con los de Israel, que tiene en Irán su principal enemigo potencial, atacó violentamente al régimen de Teherán, poniendo en primer plano las expresiones de atraso y barbarie del fundamentalismo islámico pero escondiendo el fondo progresista de la revolución iraní, al mismo tiempo que callaba el atraso y la barbarie del fundamentalismo judío o cristiano que marcó con sangre y fuego estas tres décadas de guerras internacionales y de ocupación colonialista y racista de Palestina.
Ahora, ante las elecciones presidenciales en Irán, nuevamente tergiversa, engaña, quiere crear las condiciones para una cruzada cuando en Irán se repitió, con una cobertura religiosa, lo que se ve en Venezuela: los barrios ricos y las clases urbanas ricas, minoritarias, no aceptan los resultados de las urnas y chocan contra la Venezuela popular, beneficiaria del proceso de desarrollo capitalista nacional dirigido desde arriba, verticalmente, por un aparato que, para enfrentar al capital extranjero y al gran capital nacional, se apoya en los trabajadores y en los más pobres.
Por su parte, Israel, que desde hace rato expone públicamente sus planes de bombardear Teherán, alimenta la jauría de los intervencionistas, entre otras cosas porque Obama, a diferencia de Bush, no alienta la colonización de Palestina ni una aventura militar antiraní y Tel Aviv quiere vencer esa resistencia produciendo hechos consumados.
Mirhosein Musavi no es un liberal laico. Aunque por él se manifiestan laicos, de izquierda, musulmanes liberales y otros opositores a Ahmadinejad, forma parte del régimen. Es musulmán, partidario del desarrollo nuclear iraní, es amigo de Rafsanjani (musulmán moderado) y fue primer ministro. Todos los candidatos presidenciales, por otra parte, deben ser aprobados previamente por el Consejo de Guardianes, compuesto por 12 personas, seis juristas religiosos y seis clérigos elegidos por Ali Jamenei, el líder supremo, que es jefe también de las fuerzas armadas y al cual se subordina Mahmud Ahmadinejad, el presidente y ganador de las elecciones por 11 millones de votos de diferencia. En un país donde todo tiene un aspecto religioso, la lucha de clases se da entre los comerciantes y capitalistas del bazar y los sectores explotados y oprimidos y se da dentro mismo del grupo de los mulás y ayatolas y en el Consejo de Guardianes, y cada grupo tiene su intérprete, fundamentalista o liberal, de los textos sagrados. Por eso es frívolo, patético y vergonzoso el título, por ejemplo, de Liberazione, órgano de lo que queda de Rifondazione Comunista, que, regocijándose con las manifestaciones opositoras en la capital, grita en su primera página “¡No pasdaran (guardianes)!”, queriendo insinuar que los islámicos fundamentalistas están todos del lado de Ahmadinejad y que los opositores quieren hacer de Irán un país como Egipto, moderno y ligado a Estados Unidos. Sin embargo, en Irán no existe sólo el fundamentalismo, que es repudiable aunque social e históricamente comprensible (y que, por otra parte, es doctrina oficial desde hace 100 años y fue doctrina del poder ya con el sha y el padre de éste). Por ejemplo, aunque los adeptos de las otras religiones del libro (cristianos, judíos, zoroastrianos) no pasan de 2 por ciento de la población, según la Constitución actual tienen garantizados cinco diputados (o sea, una representación que casi triplica su importancia numérica) y, así como hay curas y monjas católicos partidarios de la teología de la liberación, no faltan mulás y ayatolas para los cuales la revolución islámica debe ser social.
El centro y el centro derecha de los clérigos, bajo la presión popular y ante el temor al estallido de graves conmociones políticas, han respaldado ahora al presidente Ahmadinejad. La pelota bélica está, pues, en el campo de Tel Aviv que, sin embargo, para una solución de fuerza, necesita que la administración de Obama –dividida al respecto– le dé luz verde, lo cual sin duda provocará grandes discusiones en el gobierno de Estados Unidos.
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