María Teresa Jardí
Es de lamentar que a estas alturas del sistema capitalista, alguien piense que es una ofensa llamar fascista al gobernante fascista que, con reformas, aberrantes, al estado confesional, regresa a México con un retroceso que va mucho más allá de la Constitución de 1917. Constitución que fuera la más avanzada del mundo. Constitución convertida, a base de reformas fascistas, en la constitución más bananera de la más bananera de las repúblicas.
La derecha mexicana es fascista. Guardó, mientras así le convino, la fachada de centrista. Pero, como el centro, demostrado ha quedado que no existe. Se descaró con su perversa ideología en cuanto amarró las reformas en materia de rectoría del Estado (artículo 25), agraria (artículo 27) y del trabajo y seguridad social (artículo 123) de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Se descaró en la época de Salinas, justamente, aunque entonces todavía no se haya podido ver con la claridad que hoy salta a la vista.
Reformas, a las que sumó, la que permitía salir del closet de las iglesias. Controlada la católica, merced a que ahí la mantenía encerrada el Estado, aunque igual el gobierno le haya sido permitido violar todas las leyes. Y así es cómo, la Constitución más avanzada del mundo, la federal, se convirtió en la piltrafa más a modo de la más bananera de las repúblicas y la sociedad yucateca, que es de suponer, fue la consultada antes de publicar la conservadora reforma del priísmo convencido de que va a ganar el 2012, ya le gana, a la federal, en retroceso al contravenir convenciones y tratados aprobados por las Naciones Unidas firmados por México.
Sabedores de que la historia siempre es sabia, nuestros antepasados habían convertido al Estado mexicano en laico. E incluso para evitar problemas de herencia, a los fetos se les tenía por personas en tanto habían demostrado que eran viables, lo que sucedía a las 24 horas de haber nacido vivos.
Curiosos los fascistas que en todos los partidos, por estos días, abundan con una misma y sola ideología: la de sus propios intereses.
Mientras se publican en Yucatán, por Ivonne Ortega, las aberrantes reformas, fascistas, repito. La intervención del estado en cuestiones de moral personal siempre son fascistas. Y la decisión de hacerse un aborto es, para la mujer, una cuestión de moral personal que no admite la intervención del macho que la viola ni del pederasta cura ni del padre abusador de la hija… Fascistas son las reformas. A las cosas por su nombre y a otra cosa mariposa. Fascistas, además de conservadoramente estúpidas.
El mundo, incluso en la era del imperio gringo, que como el romano caerá, que nadie lo dude, camina hacia adelante, aunque a los humanos, tan cortos de miras, nos parezca que hacía atrás lo hace.
Crecer duele y al mundo le ha dolido mucho crecer. Pero al crecer, el mundo, por ende, se va haciendo cada vez más sabio. Una buena prueba nos la está dando la naturaleza con sus mensajes de que si no le paramos a la destrucción, la misma se verá obligada a hacérnoslo entender a bofetadas y, de manera tan violenta, que quizá no quede ni un hombre en el planeta para enterarse de qué fue lo que llevó a la naturaleza a elegir entre la prevalencia de la raza humano o salvar a otras especies como las cucarachas que serán las que, posiblemente, prevalezcan.
El mundo, que no aspira a mantenerse como menor de edad para siempre, grave error de los gobernantes a la mexicana, va reparando los errores, cometidos por la humanidad, en el pasado.
Errores, aprovechados por los fascistas, justamente para agredir al otro, al hermano, al diferente, al que se atreve a hacer de manera abierta (la sociedad yucateca ha convertido en su arte personal la doble moral que la aqueja) su preferencia sexual por otra persona del mismo sexo que ella. El mundo va legislando para hacer de la tolerancia el arte de la convivencia.
Curiosos los fascistas que al no nacido defienden con uñas y dientes como forma de control sobre la mujer que en menor de edad debe seguir para siempre convertida mientras en lo oscurito practican lo que en las leyes condenan.
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