Jesús Peraza Menéndez
Honduras, en el corazón de los pueblos de América
(II)
Honduras aparece en la escena de los conflictos de este planeta, por una oligarquía anacrónica y bárbara conservadora-neoliberal-católica, que lucha contra un fantasma demoníaco y ausente hace tiempo: el de la burocracia soviética. Oculta su deseo real, el de preservar el sitio de control norteamericano en un continente que, de sur a norte, se sacude del neoliberalismo inhumano; en 100 ciudades del imperio se movilizaron millones de trabajadores migrantes para frenar reformas buchonianas inhumanas, y en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Guatemala con gobiernos que han creado organismos propios de intercambio comercial y cultural, que han roto el cerco imperial del control norteamericano. Más todavía el eje Venezuela-Bolivia-Nicaragua y, por supuesto, Cuba como veremos.
Lo que está en juego, es el orden de los intereses expansionistas neocoloniales de las empresas monopólicas globales que, de ipso, dominan y dirigen la administración norteamericana (con Busch y con Obama, son los mismos métodos con dirigentes distintos). No sin una profunda crisis en el corazón del imperio y sus centros de poder, que pasa por el eje de economía-política-cultura del “estilo de vida norteamericano”, esclavista-servil-imperial. Que no se resarce de los efectos causados por la siniestra y perversa política de los gobiernos de la familia Busch, que afianzaron el neoliberalismo fundamentalista, el modelo neoliberal de economía de guerra, que abrió en tiempos modernos Ronald Reagan, tras su derrota en Vietnam, Laos y Camboya y luego serían derrotados en Nicaragua con el dictador Somoza, con Hugo Chávez y Evo Morales en Venezuela y Bolivia. Su guerra ha puesto en riesgo al planeta y a la humanidad. Desde “La tormenta del desierto” para sacar a Saddam Hussein de Kuwait, a la que siguió la de los “Escudos Espaciales Antimisiles” de manufactura bushoniana y luego, la invasión a Afganistán para “perseguir y eliminar a Osama Bin Laden y Al Qaeda, luego de las Torres Gemelas, el que sigue tan vivo, por cierto, como la sombra de la guerra contra la humanidad. Para ir luego contra Irak para evitar “la proliferación de armas de destrucción masiva” que no existían. Todo en ese “corto siglo”, como lo llamó Hobsbawm, de 1914 con la 1ª Guerra Mundial hasta 1991 con la caída de la Unión Soviética y la desarticulación del Bloque Socialista de Europa del Este, que dejó avanzar a un mundo unipolar-neoliberal que se reparte el mundo ya no entre naciones, sino entre grupos monopólicos empresariales-militares-mediáticos que disfrutan con la muerte; es soberbia, elemento indispensable del que domina.
En esta era poscomunista y hegemónicamente neoliberal, se amenaza a la humanidad pero no por el “fantasma del comunismo” o de la burocracias estalinistas-militares, sino por la barbarie neoliberal, que alcanza a los estadunidenses, la otrora segura e intocable sociedad norteamericana, que han sufrido la guerra en la tranquilidad de su hogar con la explosión terrorista de la Torres Gemelas de Maniatan, en Nueva York, y la pobreza, que penetra a sus bases sociales que han dejado de vivir el “sueño norteamericano”, con rasgos de desamparo social y de degradación cultural que los lleva a extremos esquizofrénicos como las masacres en varias universidades y escuelas medias y secundarias, lo que significa estados sociales alienados a formas inhumanas insoportables. Los norteamericanos veían la guerra como un espectro lejano, que sólo llegaba por televisión endulzada por heroísmo invencible de los superhombres “buenos salvadores” estadunidenses, que dilapidan la vida de sus jóvenes en guerras de dudosa confección, que causan destrucción de pueblos humildes pero con gran dignidad, mientras destruyen el espíritu de su propia nación que se resarce de sus traumas criminales.
La pobreza, inadmisible en el sueño norteamericano, penetra como la humedad del invierno hasta los huesos de la base de la pirámide social. Esta situación llevó a una inusitada votación para elegir a Barak Obama, afroamericano, como habitante de la Casa Blanca, quien ofreció rescatar la seguridad, la producción de alimentos, desgravar las viviendas hipotecadas de 12 millones de familias con interese impagables, generar empleo y parar el desempleo por la quiebra de sus empresas automotrices, eléctricas; el quiebre de la banca fraudulenta que arrasó con las reservas del tesoro norteamericano y que se embolsaron un puñado de familias republicanas y demócratas, y que han enviado a prominentes superfuncionarios a la cárcel por desfalcos y fraudes, que, no obstante, no recuperan lo perdido y los beneficiarios siguen impunes dirigiendo la guerra contra la humanidad y la naturaleza.
El índice de desempleo, en el otrora poderoso país, significa la calle sin esperanza para más de dos millones de personas en estos dos años, y alcanza una tasa de 10 e la población económicamente activa. Hundidos en una crisis sin precedentes, producto de la corrupción de su clase política, las privilegiadas burocracias de las corporativos trasnacionales y de los propietarios monopólicos de medios y de empresas dedicadas directa e indirectamente a la guerra, no ha podido enderezar el rumbo, no han cumplido las promesas a los norteamericanos, esas que recuperarían, a la gran nación del capitalismo mundial. Pero sí han seguido, las políticas de la economía de guerra, con algunos tonos diferentes en las formas pero sirviendo a los mismos intereses de empresas monopólicas, que invadieron Irak y que ahora patrocinan el golpe de Estado en Honduras.
La disputa sobre el tablero mundial, se desplaza de
las “cuestionadas elecciones” en Irán a Honduras, con un golpe de Estado, al que la inteligencia militar ha denominado una “sustitución constitucional”, en la voz de los militares-gorilas de viejo cuño con la vieja-oligarquía-platanera, que ahora se expresa por sus juniors, más conservadores todavía que los de origen colonial, los que de hacendados señoriales españoles pasaron a finqueros yanquis es ese sujeto neoconservador-neoliberal que vive la fantasía de la monarquía mediática-financiera-empresarial como los países que participan de este eje del moderno desarrollo de la guerra de no tan baja intensidad con Estados Unidos, con distintos disfraces: la Colombia de Álvaro Uribe; México del Espurio Felipe Calderón y Honduras de Roberto Micheletti, empresario del transporte y veterano del Partido Liberal que se alza contra el pueblo desarmado.
Los militares hondureños, que en un dejo de sinceridad anuncian que han salvado a América de “la amenaza comunista” y de la “sociedad sin Dios” (La Jornada 05/08/09). En Honduras, 85 e la población se declara católica y 10 rotestante, en un continente que tiene la mayor población de católicos del planeta ¡Dios no ha muerto!, pero tiene distintas expresiones. Aquella que han condenado las botas militares y la inteligencia norteamericana, la de la teología de la liberación (en un acuerdo entre el Vaticano con Ronald Reagan), con asesinatos de religiosas, sacerdotes y obispos como Arnulfo Romeo de El Salvador. La otra, es la teología de la dominación, en voz de la jerarquía católica hondureña, parte del poder fáctico, ostentan la violencia, son ellos los que revelan a Zelay que no vuelva “pues habrá un baño de sangre”.
El golpe lo origina la propuesta de poner una urna para consulta popular, con el objeto de conocer la necesidad y sentimiento hacia reformas sociales, que, digámoslo de este modo, es forma una de democracia más elemental, para que el poder político permita el desarrollo humano de la sociedad hondureña, a lo que responden con un golpe de Estado, porque las reformas sociales son inadmisibles en el neoliberalismo y para la élite del poder en Honduras.
Estos son puntos álgidos o “calientes” sobre el mapa geopolítico-militar”, en la estrategia de control de las oligarquías de las potencias-imperiales-neoliberales (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia y su asociación de estados subordinados como Israel, Holanda (esta última nación tiene 2,000 soldados en Irak, 19 de ellos han perdido la vida), entre otros, que se ocultan tras “acuerdos internacionales de cooperación militar”, que impone Estados Unidos en los organismos mundiales para hacer negocios de empresas monopólicas, con armas, para imponer sus productos en los mercados, controlar las zonas de tráfico, los insumos, materias primas, energías y los medios de comunicación). (Continuará)
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