04 febrero 2010
“¡No eran chavos banda! ahora resulta que es un delito ser joven en Juárez”. La voz de Jessica se quiebra mientras llora por la masacre de estudiantes. Estaban reunidos comiendo botana, algunos veían la pelea, otros escuchaban música, tenían entre 15 y 20 años. La procuradora de Chihuahua declaró que los muchachos asesinados eran inocentes, mientras en un acto de irresponsabilidad las autoridades federales exhibían a uno de los asesinos, quien aseguró que sus víctimas eran delincuentes.
En Japón el presidente dijo que se fortalece el Estado de Derecho ¿cómo? ¿Con masacres de inocentes?, o con la exhibición de falsos culpables que un mes más tarde saldrán de prisión sin un solo elemento, no solamente de comisión de un delito, sino en ausencia total de investigación. O se refiere a los confesos que casualmente son asesinados en una balacera policiaca (pena de muerte a la mexicana).
Esta masacre no puede, ni debe pasar como una más entre los casi 17 mil asesinatos del sexenio. Además de acompañar en su dolor a las familias, la sociedad no puede seguir avalando una guerra que hace agua por doquier. Me parece que no es útil quedarnos atrancados en un debate cuyo origen es el pánico moral generado por las estrategias simplificadoras de García Luna, en que todos los muertos son malos, todos los arrestados son culpables y exhibidos públicamente y las televisoras son los jueces. Mientras tanto el sistema de impartición y administración de justicia mexicano sigue tan débil y corrupto como hace una década, y menos transparente que antes. Ese un problema de Estado no del Presidente, sin embargo es el problema central. ¿Cómo concluye Calderón que a más muertos más justicia? Si es imposible impartir justicia sin Estado de Derecho.
Nadie tiene la menor duda de que los delincuentes deben pagar por sus delitos, pero para ello se precisa reconstruir un sistema de legalidad real. Esta discusión será cíclica e interminable, hasta que la sociedad decida lo contrario, hasta que nos indignemos ante la muerte y el odio en lugar de someternos a ellos. Hasta que exijamos el fin de este teatro de sangre y se aborde el tema de las drogas como uno de salud pública y educación, como ahora debaten en Estados Unidos. La necedad de hacerlo todo al vapor nos tiene aquí: recibiendo armas norteamericanas, operando como los criminales (ajusticiando a balazos) y el Congreso de la Unión actúa azorado, como si no fuera co-responsable. Para qué nos engañamos, esto es sólo un reciclaje de criminales que celebran la violencia que ejercen y provocan.
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