Qué ternura…
Viene el ama a visitar, de la mano de su sirvientita, su patio trasero y de paso le ordena que no siga convirtiendo en gordos con la comida chatarra con las que las transnacionales, que a su marido mandan también en el imperio a modo que su marido encabeza, se llenan los refrigeradores que sirven para dar de comer a los niños de la criadita. Qué ternura, una chulada ver cómo la sirvientita escucha y calla, como la lacaya, que se sabe que es, la mujer de quien usurpa el poder.
Crimen que no se resuelve en las primeras setenta y seis horas. Por no decir cuarenta y ocho por aquello de que hasta en la telebasura se sabe. Es difícil que sea resuelto. Aunque haya países con otra clase: de clase política, menos corrupta y más inteligente. Y con otra clase de gobernados: orgullosos de su pertenencia al país que es el suyo y por ende menos dejados y otra clase de ciudadanía: una ciudadanía capaz de poner candados a los, de suyo siempre, por poco que se les permita, abusivos gobernantes, en la que los investigadores se comprometen con algunos casos y aunque tarden años y años no cejan hasta dar con los asesinos. Países donde la regla impuesta por la clase política —que aquí al pueblo obliga a vivir a la deriva— no es la de que crimen cometido: crimen que impune se queda. Países donde la clase política nada tiene que ver con la que en México sufrimos de manera, por lo visto, irreversible.
Suertudos países, donde los crímenes por los cuerpos policiacos se resuelven, en lugar de que sean estos cuerpos los que, cuando no los cometen directamente, los encubren.
Aquí la regla es que todo crimen quede impune incluso aquellos que por sí mismos están resueltos desde la llegada de las autoridades al lugar del crimen. Y, claramente, hay dos crímenes, que sirven de ejemplo, curiosamente, los dos del Estado de México. El del asesinato del hermano de Salinas, que hasta el impresentable Navarrete, entonces procurador, antes abogadito de derecha encumbrado como defensor de los derechos humanos por la CNDH, luego policía en la PGR y en Gobernación, quien sabía, y así públicamente lo declaró, horas después de encontrado el cadáver dejado ex profeso en ese lugar para que él resolviera: como resolvió, es decir, encubriendo a los asesinos: “que en el asesinato de Enrique Salinas estaba la familia”. Pero… quien a cambio de la impunidad fue premiado con la patente de corso que el poder Legislativo con las curules otorga.
E igual ocurre con el caso del asesinato, muy probablemente a manos del padre, cometido en contra de Paulette, una víctima, menor de edad y con discapacidades, que debido a la exageración del drama televiso —les ganó la “necesidad” de raiting como siempre, por otro lado no saben de otra forma de hacer telebasura— se les salió de las manos el encubrimiento acordado con las autoridades.
Los que ya deberían ser indiciados por cómplices y ocultadores, por encubridores y por mierdas, funcionarios de la Procuraduría del Estado de México, seguirán en el puesto y queriendo implicar a las que coloquialmente llaman “nanas”, aunque fueran ellas las encargadas de la niña que a los padres estorbaba. E incluso, bien puede ser, como me hacía ver una psicóloga, que la madre sólo es una mujer más, abusada por el marido y víctima también de violencia intrafamiliar, en términos de la propias características que, la propia telebasura, encubridora también del pirruris cómplice del padre de la menor, que quiere imponernos la telebasura, como el objeto vendido que es, como el próximo usurpador, sucesor del actual usurpador, cuya mujer, tan poca cosa se ve: tan sirvientita, tan poco nana incluso, al lado de la mujer colonizadora, que su patio trasero revisa, aprovechando para dar la orden de que a los hijos de los criados no es sensato engordarlos, demasiado, con la comida chatarra que desde su país se envía, por aquello de que los criados deben estar en forma para cumplir raudos lo que los amos les mandan.
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