Por Ricardo Rocha
15 julio 2010
Los franceses, que son maestros en las artes amatorias, lo son también en la política. Pero siempre he creído que ni ellos mismos han acabado de discernir dónde terminan los límites del placer —si los hay— y dónde empiezan los del poder. Tal vez por ello la han llamado igual, indistintamente: cohabitación. Lo mismo para la convivencia que implica la práctica diaria —si se puede— del gozosísimo ayuntamiento carnal que para el ejercicio cotidiano de un gobierno común entre funcionarios de al menos dos partidos distintos. Tres ya implicaría el celebérrimo ménage à trois, que más bien estaría en los terrenos del primer magisterio que aquí hemos mencionado.
Todo esto viene a cuento por las mentadas coaliciones que han unido en los meses recientes al PAN y al PRD y que no se sabe cuánto tiempo más habrán de durar, pero que, por lo pronto, son una forma de cohabitación innegable. Como si de un romance se tratara, se citaron en lo oscurito, se juraron fidelidad, se hicieron promesas y al final —qué tiernos— se tomaron de la mano y se vieron a los ojos.
Luego, han marchado juntos del brazo y por la calle. Juntos, decidieron sus estrategias para ganar al adversario común y de todos tan temido. Juntos festejaron y se levantaron las manos en señal de triunfo. Y es que no les ha ido mal. Tres estados como Puebla, Oaxaca y Sinaloa —y en una de esas Durango— no sólo son muy significativos por el número de habitantes y ciudadanos. Sobre todo lo son por los montos jugosísimos de dineros públicos que ahora los gobiernos de todos los signos destinan descaradamente al financiamiento de sus campañas locales. Y más aún para apoyar a quien resulte el ungido para la madre de todas las batallas electorales que será la presidencial del 2012. Así que podríamos decir que fue un fin de semana de ensueño donde los tórtolos cohabitaron a placer y quedaron muy satisfechos.
El problema es qué va a pasar de aquí en adelante: ¿se van a soportar el uno al otro? ¿Se van a tolerar sus defectos mutuamente? Porque la relación pasará pruebas un poco más duras que el enojo porque el otro apachurra la pasta de dientes. Y conste que no hablo del desgarramiento de vestiduras de quienes lo han calificado de un amasiato escandaloso e impúdico. No. Simplemente que todavía no está del todo claro para qué quieren ganar. Y quién y cómo van a gobernar o cogobernar. O si va a ocurrir, como ya ha pasado, que sus cachorros los manden al demonio a uno o a los dos y se dediquen a hacer lo que se les pegue la gana.
En pocas palabras, si ha valido la pena ser la comidilla del día no sólo en la calle donde todos murmuran, sino también hacia adentro, donde los más recalcitrantes miembros de las familias se avergüenzan, unos de que el petimetre se haya enamorado de la recamarera; los otros, de que el ñerito chifle y chifle desde su bici en la calle esperando que la damita de sociedad se asome al balcón.
Yo digo que fuera máscaras y que ya aclaren de una vez por todas si están dispuestos a seguir juntos “hasta que la muerte los separe”, con escala en el Estado de México. Amén.
P.D. Por vacaciones, nos volvemos a ver el 10 de agosto.
Todo esto viene a cuento por las mentadas coaliciones que han unido en los meses recientes al PAN y al PRD y que no se sabe cuánto tiempo más habrán de durar, pero que, por lo pronto, son una forma de cohabitación innegable. Como si de un romance se tratara, se citaron en lo oscurito, se juraron fidelidad, se hicieron promesas y al final —qué tiernos— se tomaron de la mano y se vieron a los ojos.
Luego, han marchado juntos del brazo y por la calle. Juntos, decidieron sus estrategias para ganar al adversario común y de todos tan temido. Juntos festejaron y se levantaron las manos en señal de triunfo. Y es que no les ha ido mal. Tres estados como Puebla, Oaxaca y Sinaloa —y en una de esas Durango— no sólo son muy significativos por el número de habitantes y ciudadanos. Sobre todo lo son por los montos jugosísimos de dineros públicos que ahora los gobiernos de todos los signos destinan descaradamente al financiamiento de sus campañas locales. Y más aún para apoyar a quien resulte el ungido para la madre de todas las batallas electorales que será la presidencial del 2012. Así que podríamos decir que fue un fin de semana de ensueño donde los tórtolos cohabitaron a placer y quedaron muy satisfechos.
El problema es qué va a pasar de aquí en adelante: ¿se van a soportar el uno al otro? ¿Se van a tolerar sus defectos mutuamente? Porque la relación pasará pruebas un poco más duras que el enojo porque el otro apachurra la pasta de dientes. Y conste que no hablo del desgarramiento de vestiduras de quienes lo han calificado de un amasiato escandaloso e impúdico. No. Simplemente que todavía no está del todo claro para qué quieren ganar. Y quién y cómo van a gobernar o cogobernar. O si va a ocurrir, como ya ha pasado, que sus cachorros los manden al demonio a uno o a los dos y se dediquen a hacer lo que se les pegue la gana.
En pocas palabras, si ha valido la pena ser la comidilla del día no sólo en la calle donde todos murmuran, sino también hacia adentro, donde los más recalcitrantes miembros de las familias se avergüenzan, unos de que el petimetre se haya enamorado de la recamarera; los otros, de que el ñerito chifle y chifle desde su bici en la calle esperando que la damita de sociedad se asome al balcón.
Yo digo que fuera máscaras y que ya aclaren de una vez por todas si están dispuestos a seguir juntos “hasta que la muerte los separe”, con escala en el Estado de México. Amén.
P.D. Por vacaciones, nos volvemos a ver el 10 de agosto.
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