Por Miguel Angel Granados Chapa
15 julio 2010
ma@granadoschapa.com
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Tan importante como el ajuste ministerial consumado ayer es el severo enjuiciamiento político a que sometió Televisa al presidente Calderón, de quien sólo ha recibido canonjías. Aunque aclara que escribió su artículo “a título personal”, es imposible escindir de su matriz a la Fundación Televisa, cuyo presidente Claudio X. González Guajardo dictó una temible sentencia, proviniendo de donde proviene: “Ha terminado la etapa de Felipe Calderón como presidente de México y comenzado la segunda etapa de Felipe Calderón como presidente del PAN. Lástima”. (“Reforma”, 14 de julio).
Televisa ha destronado a Calderón. González Guajardo (hijo de Claudio X. González Laporte, hasta hace poco presidente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios) no es un articulista profesional que habitualmente exprese en público sus opiniones. Su escrito de ayer tiene, en consecuencia, el valor de una posición política. Y dado el cargo que ejerce hace ya casi una década puede válidamente interpretarse que sus dichos no son exclusivamente suyos, sino del poder de que forma parte. Si no fuera así, veríamos en breve término una desautorización que podría llegar hasta al despido. Pero no se llegara a ese extremo.
El presidente de la Fundación Televisa reprocha a Calderón haber sucumbido a su obsesión opositora frente al PRI y empeñarlo todo en impedir que ese partido retorne al poder en 2012. Amén de definiciones lapidarias (“Calderón es un árbol bajo cuya sombra no crece nada”), González Guajardo juzga que “dejar la Presidencia de la República y optar por la presidencia del PAN es muy costoso para México y los mexicanos”. Y pregunta “qué va a ser de la administración pública durante los próximos dos años?”, es decir en el bienio en que según ese examen la república estará acéfala.
Publicado el mismo día en que se consumó la salida de Fernando Gómez Mont de la Secretaría de Gobernación, González Guajardo lo llama “su mejor hombre (de Calderón) y el único con autonomía en el gabinete”. Fuera del equipo el así elogiado, los que en el permanecen han de merecer el juicio que el alto funcionario de Televisa asesta al paso de Calderón durante “la administración (si así se le puede nombrar) del presidente Fox”, en que el hasta ahora Ejecutivo federal “languidece de puesto en puesto administrativo. No son puestos menores, pero los frutos son magros”.
Finalmente concluyó esa suerte de cautiverio a que Calderón sometió a Gómez Mont. Desde hace seis meses en que lo hizo faltar a su palabra y con ello perder la confianza de sus interlocutores, el secretario de Gobernación daba creciente muestra de descontento con su encargo. Sin duda se había repetido el dictamen atribuido a quien ocupaba ese puesto bajo Plutarco Elías Calles, Gilberto Valenzuela: un miembro del gabinete deja su cargo cuando el Presidente le pierde la confianza, pero también cuando un secretario pierde confianza en el Presidente.
En el último trimestre del año pasado, Calderón juzgó prudente aliarse con el PRI para, por un lado, asegurar la aprobación de su política fiscal para 2010 y, por otro, contribuir a que Enrique Peña Nieto no enfrentara problemas en su propia sucesión, y garantizar con su éxito en ella el que tendría en la presidencial. Sin duda en nombre de Calderón (porque de no ser así, su renuncia no habría demorado seis meses, sino que habría sido fulminante, inmediata) Gómez Mont firmó como testigo de honor, en su propio despacho, el pacto suscrito entre Beatriz Paredes y César Nava para asegurarse de que el PAN no se aliaría con un partido de ideología antagónica en los comicios mexiquenses de julio de 2011.
Pero como el PRI regateó apoyo al impuesto para combatir la pobreza, y/o porque Calderón mudó de parecer respecto de con quién sería más conveniente forjar alianzas, Calderón facultó a Nava a olvidarse del pacto firmado e iniciar pláticas con el PRD para construir las coaliciones que participaron en los comicios del 4 de julio con los resultados conocidos, que en amplia medida debilitaron al PRI y diluyeron la imagen de que nada lo detendría para retornar a Los Pinos dentro de dos años, en la persona de Peña Nieto.
Desde entonces los actos de Gómez Mont estaban inficionados por el virus de la desconfianza, pues sus interlocutores ignoraban si a la postre lo que acordaran con él valdría o podían ser rectificados. Ya en la recta final de su desempeño parece que se resolvió a precipitar su propia salida. Aprovechó la displicencia de Calderón respecto del llamado que tuvo aires de trascendencia y luego se redujo a la trivialidad, sobre el diálogo para la unidad nacional frente a la inseguridad y tomó el cabo suelto y pretendió dar cuerpo a la convocatoria vagamente formulada por el Presidente.
En su última hora en el gobierno Calderón le reprochó sibilinamente haberlo hecho, pues al definir las tareas del sucesor de Gómez Mont, precisó que la nueva invitación al diálogo se haría “en su nombre y representación” como si la de Gómez Mont no hubiera sido hecha con esas características.
En su ajuste ministerial de ayer Calderón dio muestra insólita de revisión de sus propios actos: hizo retornar a la Oficina de la Presidencia a Gerardo Ruiz Mateos, a quien en mal momento había nombrado secretario de Economía, y despidió de aquella oficina a Patricia Flores Elizondo, que creyó que el cargo implicaba funciones de alta política (del modo en que lo ejercieron José Córdoba y Juan Camilo Mouriño) en vez de realizar únicamente tareas administrativas.— México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx ————— *) Periodista
Televisa ha destronado a Calderón. González Guajardo (hijo de Claudio X. González Laporte, hasta hace poco presidente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios) no es un articulista profesional que habitualmente exprese en público sus opiniones. Su escrito de ayer tiene, en consecuencia, el valor de una posición política. Y dado el cargo que ejerce hace ya casi una década puede válidamente interpretarse que sus dichos no son exclusivamente suyos, sino del poder de que forma parte. Si no fuera así, veríamos en breve término una desautorización que podría llegar hasta al despido. Pero no se llegara a ese extremo.
El presidente de la Fundación Televisa reprocha a Calderón haber sucumbido a su obsesión opositora frente al PRI y empeñarlo todo en impedir que ese partido retorne al poder en 2012. Amén de definiciones lapidarias (“Calderón es un árbol bajo cuya sombra no crece nada”), González Guajardo juzga que “dejar la Presidencia de la República y optar por la presidencia del PAN es muy costoso para México y los mexicanos”. Y pregunta “qué va a ser de la administración pública durante los próximos dos años?”, es decir en el bienio en que según ese examen la república estará acéfala.
Publicado el mismo día en que se consumó la salida de Fernando Gómez Mont de la Secretaría de Gobernación, González Guajardo lo llama “su mejor hombre (de Calderón) y el único con autonomía en el gabinete”. Fuera del equipo el así elogiado, los que en el permanecen han de merecer el juicio que el alto funcionario de Televisa asesta al paso de Calderón durante “la administración (si así se le puede nombrar) del presidente Fox”, en que el hasta ahora Ejecutivo federal “languidece de puesto en puesto administrativo. No son puestos menores, pero los frutos son magros”.
Finalmente concluyó esa suerte de cautiverio a que Calderón sometió a Gómez Mont. Desde hace seis meses en que lo hizo faltar a su palabra y con ello perder la confianza de sus interlocutores, el secretario de Gobernación daba creciente muestra de descontento con su encargo. Sin duda se había repetido el dictamen atribuido a quien ocupaba ese puesto bajo Plutarco Elías Calles, Gilberto Valenzuela: un miembro del gabinete deja su cargo cuando el Presidente le pierde la confianza, pero también cuando un secretario pierde confianza en el Presidente.
En el último trimestre del año pasado, Calderón juzgó prudente aliarse con el PRI para, por un lado, asegurar la aprobación de su política fiscal para 2010 y, por otro, contribuir a que Enrique Peña Nieto no enfrentara problemas en su propia sucesión, y garantizar con su éxito en ella el que tendría en la presidencial. Sin duda en nombre de Calderón (porque de no ser así, su renuncia no habría demorado seis meses, sino que habría sido fulminante, inmediata) Gómez Mont firmó como testigo de honor, en su propio despacho, el pacto suscrito entre Beatriz Paredes y César Nava para asegurarse de que el PAN no se aliaría con un partido de ideología antagónica en los comicios mexiquenses de julio de 2011.
Pero como el PRI regateó apoyo al impuesto para combatir la pobreza, y/o porque Calderón mudó de parecer respecto de con quién sería más conveniente forjar alianzas, Calderón facultó a Nava a olvidarse del pacto firmado e iniciar pláticas con el PRD para construir las coaliciones que participaron en los comicios del 4 de julio con los resultados conocidos, que en amplia medida debilitaron al PRI y diluyeron la imagen de que nada lo detendría para retornar a Los Pinos dentro de dos años, en la persona de Peña Nieto.
Desde entonces los actos de Gómez Mont estaban inficionados por el virus de la desconfianza, pues sus interlocutores ignoraban si a la postre lo que acordaran con él valdría o podían ser rectificados. Ya en la recta final de su desempeño parece que se resolvió a precipitar su propia salida. Aprovechó la displicencia de Calderón respecto del llamado que tuvo aires de trascendencia y luego se redujo a la trivialidad, sobre el diálogo para la unidad nacional frente a la inseguridad y tomó el cabo suelto y pretendió dar cuerpo a la convocatoria vagamente formulada por el Presidente.
En su última hora en el gobierno Calderón le reprochó sibilinamente haberlo hecho, pues al definir las tareas del sucesor de Gómez Mont, precisó que la nueva invitación al diálogo se haría “en su nombre y representación” como si la de Gómez Mont no hubiera sido hecha con esas características.
En su ajuste ministerial de ayer Calderón dio muestra insólita de revisión de sus propios actos: hizo retornar a la Oficina de la Presidencia a Gerardo Ruiz Mateos, a quien en mal momento había nombrado secretario de Economía, y despidió de aquella oficina a Patricia Flores Elizondo, que creyó que el cargo implicaba funciones de alta política (del modo en que lo ejercieron José Córdoba y Juan Camilo Mouriño) en vez de realizar únicamente tareas administrativas.— México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx ————— *) Periodista
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