PARÍS, 4 de agosto (Proceso).- Con el rostro casi plácido, todavía juvenil y el cabello totalmente blanco, Julian Assange parece surgir de una película de ciencia ficción.
Es misterioso y discreto. A veces radica en Suecia, otras en Kenia y, a últimas fechas, en Islandia. Se dice permanentemente perseguido y hostigado. Los pocos periodistas que se le han acercado lo describen como un tanto paranoico y muy mesiánico.
En realidad, este extraño personaje es la encarnación perfecta de la contracultura libertaria que encontró en internet el medio ideal para librar su guerra contra todos los poderes establecidos del planeta.
Assange afirma tener una sola meta en la vida: desenmascarar las villanías cometidas por políticos, gobiernos, multinacionales y fuerzas armadas en el mundo globalizado. Es la razón de ser de WikiLeaks (WikiFiltraciones), el sitio en internet que Assange fundó en diciembre de 2006 y al que presenta como el “servicio de inteligencia del pueblo”. Este portal brega a favor de la abolición de todos los secretos de Estado y de las cláusulas de confidencialidad.
En sus casi cuatro años de existencia WikiLeaks ha difundido más exclusivas que The Washington Post en 30 años, según afirma el sociólogo estadunidense Clay Shirky, a quien los internautas consideran como el especialista más agudo de las nuevas tecnologías de la comunicación.
La filtración, el pasado 26 de julio, de 91 mil documentos secretos de las fuerzas armadas estadunidenses sobre la guerra de Afganistán es, de lejos, el golpe más espectacular de Assange. El impacto es más fuerte debido a que logró involucrar a The New York Times, The Guardian y Der Spiegel en esa aventura. Es la primera vez que un medio de comunicación electrónico marginal, iconoclasta y con claro corte anarquista realiza semejante proeza.
Esa colaboración es una nueva etapa en la historia del periodismo contemporáneo. Hasta hace poco los medios de comunicación “establecidos” tomaban en cuenta los escándalos revelados por WikiLeaks; los comentaban y publicaban algunos de sus documentos, pero siempre enfatizaban que pertenecían a mundos distintos.
La flamante alianza con The New York Times, The Guardian y Der Spiegel volvió más borrosa la frontera entre estos mundos, otorgó título de nobleza al muy subversivo WikiLeaks y confirmó la importancia creciente de los medios de comunicación en línea.
Ciberactivismo
Poco se sabe sobre Julian Assange. Tiene 39 años y se define como “periodista y ciberactivista”. Nació en Australia en el seno de una familia bohemia. Descubrió la informática a los 14 años y a los 16 ya era un hacker de altísimo nivel, cuya actividad favorita era inmiscuirse en el sistema electrónico ultraprotegido del Ministerio de Defensa de Estados Unidos.
Solía dejar constancia de sus visitas mediante mensajes provocadores en los archivos violados. Fue detenido por la policía de Melbourne después de haber penetrado los sistemas de una importante empresa australiana. Tuvo muchos problemas con la justicia de su país. Pagó multas muy altas, pero escapó a la cárcel y muy pronto fue reclutado por una empresa de seguridad. Acabó sus estudios universitarios y creo WikiLeaks, exclusivamente dedicado a filtraciones de documentos secretos de toda índole.
Ese portal “participativo” funciona sobre el modelo de la enciclopedia en línea Wikipedia: todos los internautas están invitados a entregarle materiales confidenciales o inéditos. Éstos sólo se publican después de ser controlados por especialistas de WikiLeaks, que cuenta con cinco empleados y cerca de mil colaboradores esparcidos en el mundo.
Assange dotó a su página web de sistemas de seguridad muy sofisticados y se vanagloria de proteger contra viento y marea el anonimato de sus informantes. El ciberactivista optó por registrar su portal en Suecia, país en el que la legislación defiende a quienes denuncian abusos. Esa precaución le permite evitar que sus materiales sean censurados. Al parecer lo registró también, pero de manera reciente, en Islandia.
Según explicaron los directivos de The New York Times, The Guardian y Der Spiegel, el fundador de WikiLeaks los contactó en junio pasado para proponerles la publicación de “los diarios secretos de la guerra de Afganistán”. Les entregó los documentos sin cobro alguno y exigió su publicación simultánea el 26 de julio. Rehusó identificar a sus fuentes, pero en varias oportunidades Assange y sus colaboradores revelaron que militares estadunidenses les hacían llegar a menudo datos valiosos.
Los tres medios de comunicación crearon de inmediato equipos de trabajo integrados por expertos, investigadores, periodistas y abogados que examinaron con lupa gran parte del material. Cada equipo trabajó por su cuenta, a su manera y eligió los documentos que más le interesaron.
En una nota de presentación de los materiales seleccionados, The New York Times precisó que informó a la Casa Blanca de su proyecto. Los altos funcionarios de Washington, a quienes el diario mostró los documentos, no negaron su autenticidad.
En cambio subrayaron que informaciones mencionadas en 15 mil de los 90 mil folios ponían en peligro la vida de soldados, oficiales, informantes y colaboradores de las fuerzas armadas estadunidenses y de la OTAN. Los tres periódicos y WikiLeaks decidieron no publicarlos. Assange precisó que su equipo estaba “limpiando” los documentos para quitar cualquier dato comprometedor y que luego los publicaría.
WikiLeaks difundió el material en bruto con una breve introducción y sin comentario alguno. Es su método de trabajo. Deja que los internautas se las arreglen solos con la información.
En cambio The New York Times, Der Spiegel y The Guardian realizaron una amplia labor de contextualización, clasificación del material y análisis de su contenido. El diario británico elaboró, inclusive, un glosario de 400 abreviaturas que permite descifrar todos esos mensajes e informes codificados.
Los tres medios coinciden: El material, que cubre un periodo de cinco años y medio –de 2004 a finales de 2009–, confirma que Afganistán se ha convertido en un auténtico pantano para las fuerzas internacionales encabezadas por Estados Unidos. Peor aún, evidencia una situación muchísimo más grave de lo que se sospechaba.
Golpes mediáticos
¿Cambiará el curso de esa guerra cruenta la publicación de esos documentos?
Es el sueño de Assange, quien confía en la presión que una opinión pública mejor informada puede ejercer sobre sus gobernantes. El fundador de WikiLeaks cree en la virtud de los electrochoques mediáticos y los multiplica.
A finales de 2007 publicó en línea el texto completo de un manual militar redactado por el general estadunidense Geoffrey Miller, jefe del centro de detención de Guantánamo. Estaba destinado a los soldados que servían en esa prisión. Las instrucciones detalladas y sórdidas de Miller sobre cómo ablandar física y psicológicamente a los nuevos presos, dieron la vuelta al mundo.
Lo mismo ocurrió en abril de 2008 con los manuales internos de la Iglesia de Cientología. WikiLeaks sacó a la luz pública esos auténticos tratados de manipulación mental. En vano se empeñaron los cientólogos en demandar y enjuiciar al portal.
Algunos meses más tarde, en septiembre de 2008, Assange puso la lupa en la campaña presidencial de Estados Unidos. Publicó los e-mails personales de Sarah Palin, entonces candidata a la vicepresidencia. Fue un buen golpe político: evidenció que Palin usaba sus cuentas electrónicas privadas para sus comunicaciones oficiales. La ley exige el uso exclusivo de canales oficiales, ya que ese tipo de mensajes deben ser archivados y no pueden ser destruidos.
Ese mismo mes, WikiLeaks difundió un informe confidencial sobre el eminente colapso de un banco islandés. Nadie tomó en serio esa información. Un mes después, Islandia se declaró en bancarrota.
En noviembre de 2008 le tocó el turno a Gran Bretaña. Assange y sus compañeros dieron a conocer la lista casi completa de los 11 mil militantes del British National Party, un partido político neofascista y ultrarracista. Además de sus nombres y apellidos, publicaron también sus direcciones y números de teléfono. Quedaron al descubierto personajes conocidos, periodistas, militares…
Algunas semanas más tarde otro escándalo sacudió a Gran Bretaña cuando WikiLeaks reveló las operaciones turbias de una empresa contratista de Costa de Marfil, a la que la compañía británica de transporte de petróleo Trafigura pidió “desaparecer” 400 toneladas de gasolina contaminadas por desechos tóxicos que se encontraban en un buque cisterna.
La empresa africana vertió el contenido del buque en barrios populares de la ciudad de Abidján y en zonas rurales de Costa de Marfil. Contaminó a 85 mil personas y mató a 15. Trafigura fingió no estar al tanto de la actuación de la empresa contratista, pero el diario The Guardian investigó los hechos. Presiones de alto nivel impidieron que el diario publicara el resultado de sus indagaciones. WikiLeaks se encargó de difundirlo.
En noviembre de 2009, Assange provocó otra polémica con la filtración muy controvertida de 500 mil mensajes que intercambiaron ciudadanos de Estados Unidos durante los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas. Entre esos mensajes se encontraban también muchos que distintos funcionarios de la policía de Nueva York y del FBI se enviaron entre sí.
Ese material heteróclito en el que se mezclan confidencias personales, información de los servicios secretos y mensajes técnicos dio su plena dimensión a esa tragedia, pero suscitó debates violentos acerca de la violación de la privacidad de las víctimas de los atentados y sobre la gratuidad de semejante exhibición.
El pasado mes de abril, Assange asestó otro golpe al Pentágono al difundir en línea un video titulado Collateral Murder. Ese material fue filmado el 12 de julio de 2007 desde un helicóptero de guerra Apache. Muestra cómo soldados estadunidenses ametrallan a civiles iraquíes en un barrio de Bagdad. En ese operativo perdieron la vida 12 personas, entre ellos Namir Noor Eldeen, camarógrafo de la agencia de prensa británica Reuters, y su chofer Saeed Chmag. Millones de personas vieron el video que WikiLeaks puso en YouTube.
Tres años después de los hechos, el Pentágono se vio obligado a investigar esa matanza que había enterrado por considerarla como un mero “daño colateral”. No se sabe aún si encontró a los autores de los disparos, pero en mayo pasado ordenó la detención de Bradley Manning, un joven militar estadunidense de 22 años que trabajaba en Irak como analista de información de inteligencia, y lo acusó de haber filtrado el video. Hasta donde se sabe, Manning está preso en Kuwait mientras prosiguen las investigaciones.
Assange aprovecho el éxito planetario del Collateral Murder para anunciar la publicación de materiales aún más explosivos. El 26 de julio cumplió su promesa y advirtió que le estaban llegando más documentos importantes.
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