Guillermo Almeyra
Antes, en Argentina se hablaba del "sueño de la casa propia". El mismo aún subsiste, y desvela a millones, por supuesto. Pero el que ahora está de moda entre los políticos argentinos que no quieren aparecer como cavernícolas es el sueño del socialista propio, para colocar detrás del titular de la lista de candidatos a lo que sea. De este modo existen socialistas K (kirchneristas), socialistas R (radicales), socialistas L (por Elisa Lilita Carrió, del ARI, de centroderecha), pero no hay socialistas S (socialistas socialistas y basta, independientes de todos y con proyecto económico, político y social propio, a la antigüita). "O tempore! O mores!", decía Cicerón, y la traducción libre en el Plata sería "en estos tiempos verás cosas turcas!", porque ni en los arbustos de moras se encuentra moral.
El presidente Néstor Kirchner, por ejemplo -sabedor de que en la muy importante provincia de Santa Fe los candidatos peronistas oficialistas tienen tantas posibilidades como yo en un concurso de belleza-, busca cooptar al socialista Hermes Binner, un campesino mediano de origen suizo y protestante, famoso por su eficacia como alcalde de la ciudad de Rosario y por la muy poco habitual honestidad en el uso de los recursos públicos, pero también conocido por su visión liberal-nacionalista muy cercana al peronismo y por su carencia de ideas y propuestas socialistas propiamente dichas.
Al mismo tiempo, en la ciudad de Buenos Aires, principal reserva electoral, para el cargo de gobernador de la misma se enfrentan por un lado el bloque conservador, representado fundamentalmente por el ultraconservador y reaccionario Mauricio Macri -presidente del club Boca Juniors, lo cual le da recursos y una amplia clientela, que abarca desde las "niñas bien" antiperonistas de siempre de La Recoleta hasta los lumpens de la derecha peronista de los basurales de Villa Lugano-, y por otro, el vago sector "progresista". En éste navegan, entre otros, pero como los más importantes, el actual gobernador, Jorge Telerman -kirchnerista independiente del aparato central, que trabaja en dúo con su ministro, el líder socialista local Roy Cortina-, y el también kirchnerista y ministro actual de Educación, Daniel Filmus -cuyo candidato a vicegobernador es el actual ministro de Salud Pública, Ginés González García, y su aliado es el ex alcalde defenestrado, Aníbal Ibarra-. Filmus iría también con el banquero Carlos Heller, comunista, como candidato a vicegobernador y cuenta con una falange socialista a su servicio. Tanto Telerman como Filmus son judíos y se disputan la gran comunidad de ese origen o credo, que en su amplia mayoría es sionista y muy conservadora y trata de forzar a Kirchner hacia una línea agresiva antiraní. Telerman, por ejemplo, fue a Tel Aviv a estudiar cómo Israel encara el problema de la seguridad (no se sabe si también los métodos y los interrogatorios antipalestinos). Además, ha hecho una alianza con la Unión Cívica Radical porteña, que tiene muchos judíos prominentes, y que tradicionalmente ha sido antiperonista y, por lo tanto, no depende de la línea que fije el presidente Kirchner. Todo eso le favorece pescar en una parte del electorado socialista y comunista tradicional de Buenos Aires, de origen judío y anticlerical (la Iglesia católica es antigubernamental y no esconde mucho sus lazos con la derecha). Hay, por supuesto, también otros candidatos, como el diputado kirchnerista Miguel Bonasso, y el diputado de la Central de Trabajadores Argentina Claudio Lozano. Pero esa rama del "progresismo" no tiene peso propio.
De este modo, Argentina se arrastra hacia las elecciones nacionales de fin de año, pasando por las elecciones locales en varias provincias y en la capital federal. La disputa en las urnas se da entre diversas variantes del antikirchnerismo y del kirchnerismo. O sea, entre diversos matices de una política liberal y conservadora que ni siquiera se refiere a los grandes problemas nacionales (extensión de la soya y dependencia del monocultivo, persistencia de la desocupación, problema agrario, agua, energía). El viejo partido liberal de centroderecha, la Unión Cívica Radical, ha estallado también entre los radicales K (aliados al gobierno) y los radicales L (aliados con la derecha tradicional peronista representada por el ministro de Economía y duhaldista Lavagna) y los radicales-radicales (liberales antiperonistas a los que no les repugnaba aliarse con socialistas y comunistas, también liberales y conservadores) prácticamente han desaparecido, tal como han desaparecido los que en la izquierda, tradicionalmente, se referían al movimiento obrero (socialistas y comunistas) y trataban de mantener su independencia política y organizativa.
A pesar de que las aguas son turbias, se podría apostar a que en las elecciones porteñas del 9 de junio y en las presidenciales de octubre la abstención no será significativa, como lo han demostrado las recientes elecciones provinciales en Misiones y en Entre Ríos. Aunque ni en las elecciones locales ni en la nacional se pueda optar por una alternativa y ni siquiera por un germen de la misma constituido por una candidatura electoral única de izquierda, muchos parecen querer utilizar brechas, rincones, en las listas y gobiernos kirchneristas. Porque si el peronismo, como en 1945, debe hoy recurrir al prestigio de las ideas laicas y progresistas y a la honestidad en la función pública de los socialistas, es en buena medida para vestir un taparrabos rosa que cubra "sus vergüenzas", pero también porque hay una demanda de una política redistributiva, aunque moderada, y de lucha contra la corrupción. Ahora bien, el Partido Socialista, que tiene casi 120 años, fue conservador y cometió todos los errores políticos posibles, pero presentó leyes sociales y jamás robó. No es mucho, pero después de Menem no es poco.
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