Guillermo Almeyra
En los últimos 10 años los gastos mundiales en armamentos aumentaron 37 por ciento. El 58 por ciento de ese monto se debe a las guerras actuales de Estados Unidos y a la preparación constante de la guerra "preventiva" contra Rusia y China. Este último país también se rearmó, modernizando su aviación y su ejército con armas rusas, pero tanto China como Rusia aportaron, cada una, apenas 5 por ciento de ese aumento. Como se sabe además desde hace tiempo, Estados Unidos tiene preparados sus planes de ataque a Irán, que dependen, para su ejecución, de la existencia de una situación política nacional e internacional favorable (Bush el maromero baila hoy en la cuerda floja en su propio país). Está preparando su llamado "escudo" contra posibles misiles chinos y rusos, pero Rusia acaba de lanzar tres misiles capaces de vencer esa intercepción, y se los podría dar a China, con lo cual estamos de nuevo en el equilibrio del terror atómico, como en plena guerra fría.
Corea del Norte, por su parte, lanzó cohetes que pueden llegar fácilmente a ese portaviones natural, anclado frente a ella y a China, que es Japón (que también se rearma a la chita callando). Por otra parte, mientras Estados Unidos coloca bases en Bulgaria y en Rumania, el 26 de abril Vladimir Putin amenazó con retirar a Rusia del Tratado sobre las Fuerzas Convencionales en Europa, que permite a las potencias enfrentadas inspeccionar las bases de los firmantes y controlar sus movimientos de tropas. Serguei Ivanov, viceministro encargado de los asuntos militares, declaró además la moratoria de las inspecciones y de las informaciones diciendo que Rusia tiene derecho pleno a desplazar sus tropas por su territorio. Pero Rusia considera que todo el Mar Negro tiene para ella importancia estratégica y, por lo tanto, mantiene una base en la región de Abjazia (en Georgia, aliada de Washington) y en Transnistria (en Moldavia, ligada a Estados Unidos) y, además, amenazó a Polonia, Ucrania y la República Checa con apuntar hacia esos países sus cohetes defensivos, ya que ellos instalan misiles estadunidenses que apuntan hacia toda Rusia.
Para agravar las cosas, el incendiario George W. Bush, en su reciente visita a la capital albanesa, Tirana, acaba de declarar su apoyo a la secesión por la fuerza de Kosovo, que es región autónoma de Serbia. Con eso no sólo da un golpe de muerte a la doctrina imperante desde después de las anexiones nazis en la Segunda Guerra Mundial (la integridad territorial de los países salidos de esa guerra) sino que también sienta un temible precedente. Por ejemplo, se podrá plantear en teoría la secesión de Flandes de los valones belgas (o sea, el fin de Bélgica), o separaciones (por la fuerza de otros, si éstos decidiesen intervenir en problemas) en Francia (Córcega, por ejemplo), Italia (Lombardía o Tirol), España (Cataluña o País Vasco) pero también en la parte oriental de Ucrania (que es pro rusa) o en Abjazia (Georgia) o Transnistria (Moldavia), si Moscú así lo decidiera.
La Revolución Francesa dio el impulso inicial a la organización estatal de las naciones europeas (hasta entonces divididas por razones dinásticas prescindiendo de la historia, la cultura, la geografía). La revolución de 1848, esa "primavera de los pueblos", desarrolló después la contradicción entre las estructuras estatales monárquicas y la voluntad de independencia nacional de los súbditos (húngaros, eslavos, italianos, polacos) de los mismos. El paneslavismo unió por casi un siglo (detrás de Rusia) a casi todos los Balcanes y parte de Europa central (la alianza checo-eslovaca, Hungría) y dio base a la independencia -con eje en Serbia- de los eslavos del sur, que formaron Yugoslavia, cuyo bautismo de sangre data de la guerra antifascista. Pero el estalinismo en Rusia y en los países de Europa oriental vacunó a esos pueblos no sólo contra el "socialismo real" sino también contra una alianza con Moscú, desarrollando sentimientos violentamente antirrusos. Alemania y Estados Unidos chapotean desde hace rato en ese caldo reaccionario. Disgregaron Yugoslavia, aplastaron a Serbia, tratan de meter la dictadura turca en Europa para controlar mejor y dividir esa zona y procuran expulsar a Rusia del Mar Negro y del Mediterráneo. Rusia, a la que quieren convertir en un país asiático de mediana importancia, con una parte europea (ahora es una potencia euroasiática), para explotar mejor su gas y su petróleo, responde estrechando lazos con China y se defiende utilizando todos los medios militares, económicos y financieros a su alcance (es una gran productora de oro, y por eso, y por sus energéticos y sus relaciones con otros países petroleros que tienen grandes reservas monetarias, puede debilitar aún más al dólar).
El panorama es así el de los años 30 del siglo pasado: armamentismo, conquistas de posiciones estratégicas, crisis financiera, nacionalismos, colonialismo (Israel en Palestina, Estados Unidos en Irak y Afganistán), equilibrio político internacional volátil. No se trata sólo, por consiguiente, de lograr mejores precios para las materias primas, el fin de los subsidios de los países imperiales a sus propios productos exportables o que terminen las prácticas industriales antiecológicas que amenazan la subsistencia de la humanidad. No se sabe, en efecto, si la guerra generalizada precederá al desastre ecológico y lo potenciará o si éste acelerará la disputa militar por los recursos y, por consiguiente, el conflicto bélico mundial. Por lo tanto, es indispensable discutir cómo salir de un sistema -el capitalista- que trae en su seno la guerra, la crisis y los desastres naturales tal como las nubes traen las tormentas destructivas. Una vez más hay que proclamar que la alternativa es el socialismo o la barbarie, y declarar la guerra a la guerra.
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