Carlos Fernández-Vega
Feliz y presumido, el "nuevo" equipo de la Secretaría de Economía celebra las escasas victorias obtenidas en unas cuantas batallas, pero hace mutis ante la derrota contundente en la guerra del libre comercio. México exporta, sí, pero importa mucho más, y en ambas rutas dos son las constantes: concentración del comercio exterior en pocas manos y arrasadora presencia trasnacional de ida y vuelta.
Entre las más recientes celebraciones de la Secretaría de Economía se cuenta la siguiente: en 2006, y gracias al Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, las exportaciones mexicanas sumaron 13 mil millones de dólares, 166 por ciento más que antes de la entrada en vigor de dicho acuerdo. Esa es una batalla ganada, pero se ha perdido la guerra, porque, según su propia información, en igual año el país registró con ese bloque de naciones una balanza negativa cercana a 30 mil millones de dólares, monto que se eleva a 50 mil millones si se considera el saldo conjunto del comercio exterior en el periodo 2000-2006.
En la campaña promocional en favor del TLC trilateral (México, Canadá, Estados Unidos) mucho se cacareó la "independencia y solidez" que se lograría con tal acuerdo, y los ríos de dinero que irrigarían (era el "combate a la pobreza", versión "solidaridad") al país, con su catarata de efectos positivos para el crecimiento económico y el bienestar social. Trece años después, el balance es desastroso: ni ríos ni cataratas, ni crecimiento ni bienestar; mucho menos "independencia" ni "solidez".
Como en el caso de la batalla "ganada" a la Unión Europea, comunidad que nos ha ganado la guerra por cerca de 30 mil millones de dólares, mucho se presumió, se presume desde las esferas oficiales que "México exporta muchísimo dinero en hortalizas" (batalla ganada), pero el silencio se torna sepulcral cuando se conoce lo que el país importa en alimentos, incluso en los que esta heroica nación tiene un potencial envidiable, como en los productos del mar (guerra perdida).
El modelo económico ha hecho de este un país de servicios (financieros, turísticos, comerciales, maquiladores, etcétera), y como se "olvidó" de su sector productivo, México importa lo inimaginable, y su dependencia crece con cada contenedor que arriba a los puertos nacionales. Eso sí, la nuestra es la nación con mayor número de tratados comerciales, pero con un creciente déficit.
Y en este espeluznante ambiente habrá que agradecer al modelo que alrededor de 50 por ciento de los alimentos que se consumen en el país proviene del extranjero, de Estados Unidos principalmente, a pesar de que muchos de ellos se producían en el país. Por la importación de alimentos alrededor de 30 mil millones de dólares se erogaron en los primeros siete años del TLC tripartito (1994-2000); en el sexenio del "cambio" (2000-2006) esa suma creció a 60 mil millones de dólares, y como van las cosas en la "continuidad" holgadamente rebasará los 100 mil millones de billetes verdes, en medio de discursos, muchos, sobre lo bien que funciona y produce el campo mexicano, en especial a partir de 2008, cuando por el propio TLC se abran de par en par las puertas del mercado agrícola nacional.
La más reciente estadística del INEGI sobre la balanza comercial mexicana (junio de 2007, con información al cierre de abril) revela que en los primeros cuatro meses del año de la "continuidad", México importó cerca de 5 mil 700 millones de dólares en alimentos, muchos de los cuales en otras épocas se producían en el país en volumen suficiente para el consumo interno y con excedentes exportables.
Con más de 10 mil kilómetros de costas y una variedad inagotable de productos del mar, en los pasados tres años México importó más de 800 millones de dólares en pescado, crustáceos y moluscos, más 130 millones en los primeros cuatro meses de la "continuidad". A estas alturas, las cooperativas pesqueras son un recuerdo, el boom camaronero en Campeche un sueño perdido y de la flota del Pacífico sólo sobrevivió el yate Fiesta de Acapulco. A cambio, toneladas de pescado congelado proveniente del norte.
En los pasados tres años, modestamente los mexicanos comieron cerca de 7 mil millones de dólares en carne importada (de bovino, principalmente) y tan sólo en los primeros cuatro meses de este fraudulento 2007 casi mil millones adicionales.
Más de 3 mil 200 millones de dólares bebieron y comieron los mexicanos en leche, productos lácteos y huevo, más 420 millones de enero a febrero del presente año; de igual manera, al estómago de la nación cayeron mil 800 millones de dólares en frutas y frutos comestibles (más alrededor de 300 millones en enero-abril de 2007); de igual manera, consumieron 6 mil 500 millones de dólares en cereales (cerca de 3 mil por importación de maíz) y 5 mil 500 millones en semillas y frutos oleaginosos entre 2004 y 2006, y a ese monto hay que sumar, respectivamente, mil y 650 millones en el primer cuatrimestre de la "continuidad".
Y así por el estilo, en medio del discurso que celebra las escasas batallas ganadas, cuando es obvio que la guerra de tiempo atrás se perdió.
Las rebanadas del pastel:
El halcón Paul Wolfowitz, ex del Banco Mundial por obra y gracia de George W. Bush, se fue a otra parte con sus calcetines rotos y su costoso nepotismo. Y cayó en blandito, porque a partir de ayer, como "académico visitante", se integró al equipo del American Enterprise Institute (AEI), derechoso organismo que cobija a varios promotores de la invasión de Irak. Recientemente el rotativo británico The Guardian acusó a dicho instituto, financiado por Exxon Mobil y con estrechos vínculos con el gobierno de George W. Bush, de ofrecer "10 mil dólares a científicos y economistas para que pongan en tela de juicio el informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático". En pocas palabras, como ha señalado Greenpeace, el AEI "funciona como la cosa nostra intelectual de la administración Bush".
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