Gustavo Gordillo
La ley de hierro de la oligarquía expuesta por Michels decía que toda organización grande como los partidos políticos son gobernados invariablemente por oligarquías que se sirven a sí mismas antes que a sus miembros y menos aún que a los ciudadanos.
Hirschman en uno de sus textos de mayor envergadura intelectual –Salida,voz y lealtad– especula en relación a la ley de Michels, sobre el papel de la lealtad en la fortaleza y decadencia de las organizaciones. Parte de los conceptos de voz y salida. El primero sería la manera típica de responder en organizaciones políticas cuando se está descontento con los resultados que ofrecen. Lo segundo opera sobretodo en el ámbito económico: el desencanto del consumidor. Entre ambos términos hay una interacción porque la voz se potencia cuando existe una amenaza creíble de salida. El elemento crucial que añade nuevas dimensiones a esta interacción entre salida y voz tiene que ver con la lealtad. En principio la lealtad aleja la salida y promueve la voz.
Un caso aun mas complicado es cuando ese organismo es un bien público. Los bienes públicos tienen una característica básica: todos pueden consumirlo y de hecho nadie puede dejar de consumirlo a menos que abandone esa comunidad. La política suponemos –aunque cada vez se pone mas en duda–, es un bien público. Significa que es también potencialmente un mal público. Se puede estar descontento digamos de un partido político pero si se tienen ofertas relativamente diferenciadas existe cierto mecanismo corrector.
También se puede dar el caso que el ciudadano esta harto del sistema de partidos políticos. Tiene varias salidas: una de ellas abstenerse de participar en la elecciones. Afecta la calidad de la democracia pero no a los partidos que sobreviven con tasas altas de abstencionismo. Pero un ciudadano abstencionista no es un ciudadano alejado de la política, puede ser miembro de diversas asociaciones cívicas. Este asociativismo fortalece la democracia –Tocqueville dixit– pero paradójicamente puede mantener funcionando un sistema de partidos políticos poco representativo, es decir defectuoso.
¿En qué circunstancias esta sangría de ciudadanía se vuelve grave? Yo pienso que cuando se ha perdido el vínculo de lealtad. Es decir cuando la persona que abandona la escena pública deja de importarle el daño que su salida inflige al organismo del cual se margina. Es decir cuando deja de considerarlo un bien público.
Los actores políticos en México se manejan en un sistema que no tiene bien aceitados los mecanismos de auto corrección. La voz es fragmentada y las salidas son baratas. Resulta además que contiene una falla de mayor envergadura. Desde hace varios años venimos hablando de “poderes fácticos”. Con ello se ha querido significar el peso desmedido de determinados actores económicos, corporativos o sociales –piénsese en Slim o Televisa o Elba Ester Gordillo– por fuera de las instituciones representativas. Asimismo, los poderes fácticos son un recordatorio de las falencias de esas mismas instituciones.
Si observamos las dirigencias de todos los partidos políticos actuales, lo que nos encontramos es que al lado de las direcciones formales están las direcciones reales, los “dirigentes morales” como se decía antes respecto de los sindicatos charros. Es decir, poderes fácticos que determinan en buena medida la orientación de los partidos políticos sin asumir las consecuencias de su peso político desmedido.
Veamos. En el PAN la disputa entre la corriente del Yunque encabezada por su presidente y la corriente del Presidente de la República han protagonizado episodios tan coloridos como los que recientemente atestiguamos en el congreso del PRD. Secuelas como la anulación de la elección de su dirección juvenil atestiguan un conflicto de mayor envergadura que arrastra el PAN desde hace mucho pero que ha sido más evidente ahora que ha ganado la Presidencia de la República. No se asume como partido en el gobierno. Su alma de oposición de derecha conservadora sigue muy viva e incluso genera fenómenos como el aparente resurgimiento del sinarquismo.
En el PRI después de haber perdido dos veces la presidencia de la república y sin haber asumido en sus planteos programáticos y orgánicos lo que significa el desplome del sistema de partido hegemónico, se ha llegado a un punto de equilibrio transitorio através de una dirección colegiada de facto entre los líderes de las cámaras, la presidencia del partido y algunos poderosos gobernadores como los norteños de Nuevo León y Sonora y el del estado de México.
En el PRD hemos presenciado el más reciente capítulo de la telenovela “todos unidos para desmantelar a las izquierdas” en donde queda claro más alla de la retórica el peso insustituible de López Obrador y la mayoría real en términos de delegados, de puestos de dirección y de participantes partidistas de la corriente de Nueva Izquierda.
Aun en partidos de reciente registro como Nueva Alianza y Alternativa es claro que la dirección real no coincide con la dirección formal de esos partidos. En el PANAL el inminente tercer cambio de presidente es señal inequívoca que quien manda es la Maestra. En Alternativa la mayoría de su Consejo Político es muestra inequívoca que Patricia Mercado suma a su peso mediático y ético, el verdadero peso político dentro de este partido.
A riesgo de parecer proclive al caudillismo y a líderes carismáticos –aunque después de los nombres que menciono es improbable ese calificativo–, ¿sería mucho pedir que las mayorías en cada partido logren que Germán Martínez dirija al PAN, Manlio Fabio Beltrones al PRI, AMLO al PRD, Elba Ester Gordillo al Panal, Dante Delgado a Convergencia, Alberto Anaya al PT y Patricia Mercado a Alternativa?
Al menos ganaríamos en claridad. Sabríamos quién representa a quién en los pronunciamientos y en las negociaciones. Sobretodo sabríamos a quiénes hacer directamente responsables de la parálisis que sufre el país. La rendición de cuentas de los dirigentes políticos es quizás el primer paso para restablecer confianza y lealtad en el sistema político mexicano. El teatro guiñol que venimos presenciando sólo sirve para pavimentar el camino de la deslealtad y la crisis institucional permanente.
Este artículo plantea en esencia lo que dice Ilán Semo con tamiz destructivo, pero en el caso de Gustavo Gordillo aclara el panorama y es constructivo.
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