14 mayo 2009
“El voto independiente será muy delgado el 5 de julio próximo”.
Gisela Rubach Lueters.
I
El Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados ha identificado en sus pesquisas acerca del comportamiento electoral de la ciudadanía una tendencia inequívoca al abstencionismo del 65 al 69 por ciento.
Dicho de otra guisa, caro leyente: los nobles y leales ciudadanos de México no votarán como debieren en las elecciones convocadas para realizarse el domingo 5 de julio del año corriente.
¿Preocupante? La respueta depende de a quien se la haya pedido el leyente, como bien diríase, presúmese, en los informados cenáculos filosóficos del proverbial Oráculo de Pajapan, el centenario don Protasio Coatl.
Así, veríase que hay quienes ese abstencionismo –casi siete de cada diez ciudadanos no votaría, según el centro de ideas de la Cámara de Diputados aquí citado-- no es una causal de “angst” o
angustia societal. Carece de importancia.
¿Por qué? Por que, idealmente, con arreglo a los enunciados y mitos de un modelo político democrático de cuya existencia se presume sofisteramente en México, el abstencionismo es visto como una de las expresiones de la democracia.
Pero ello es, precisamente, una falacia, pues la definición aquí consignada --el abstencionismo es expresión confirmatoria de la existencia de una democracia que preconiza el albedrío electoral--
ignora sus vectores causativos reales.
E ignora, por añadidura, la experiencia histórica. La historia nos informa sin juicios de valor que los procesos electorales para renovar la Cámara de Diputados a medio sexenio registra un alto
abstencionismo. Eso está documentado.
Sí, pero ¿por qué sucede? Porque históricamente –eso también está prolijamente documentado-- los electores muestran un desencanto que los politólogos llamarian “estacional”; es decir, ocurre cada seis años, a mitad de un sexenio presidencial.
II
Y ese fenómeno repítese hoy. El desencanto ciudadano tiene, a su vez, causas y, sin duda, efectos. En el caso de ésta renovación inminente de la Cámara de Diputados, los ciudadanos padecen no sólo desencanto, sino franca irritación.
¿Por qué están irritados los ciudadanos con los diputados? Porque la actuación de éstos, así como de los senadores y diríase sin hipérbole que también el Presidente de la República, les ha mostrado que los políticos no sirven al pueblo.
No. No atienden a los intereses del pueblo, sino a intereses, primero, personales y, luego, de facción o grupo político o “tribu” (en el caso del PRD) y, en orden de importancia, a los partidos
políticos. Ignoran a la ciudadanía que los eligió.
Esas conductas de los elegidos –según las premisas y los convencionalismos formales de un modelo político como el que existe en México-- denotan un fenómeno que calificaríase de idiosincrásico e histórico: la corrupción.
No en vano los políticos están tan desacreditados en México, arriba, incluso, de los policías –éstos ocupan el segundo lugar-- y muy lejos de los “narcos”. Éstos gozan de mayor crédito e incluso
admiración que cualquier político.
Quizá, si acaso, una excepción sería Andrés Manuel López Obrador, con quien no pocos mexicanos estarían de acuerdo o en desacuerdo, pero que muchos le reconocen que es un político ajeno a la cultura de la corrupción al ejercer el poder.
Hay, por supuesto, otros políticos en el universo mexicano, como “Marcos”, el subcomandante de los indios zapatistas de Chiapas, pero a él no se le registra en el imaginario colectivo como un político, sino como un luchador social.
III
A mediados de cada sexenio, la ciudadanía ya ha discernido la verdadera naturaleza y los móviles de los elegidos tres años antes y dimensionado los alcances de su quehacer. Con expectativas están por los suelos se alejan de las urnas.
Decepcionados, sienten que es una futilidad votar. Y piensan en la próxima elección presidencial alentando la esperanza de que, como ocurrió en 2006, el ganador no sea resultado o consecuencia de un chanchullo grotesco y cínico.
A medio sexenio, los electores esperan más de lo mismo, por lo que no creen en las promesas de los candidatos quienes, obscenamente, no reconocen que vivimos en una megacrisis severísima y no ofrecen propuestas para salir de ella.
En el contexto descrito aquí, quienes llegarán a la Cámara de Diputados serán aquellos candidatos postulados por partidos políticos con grueso “voto duro” y con mayor capacidad pecuniaria de adquirir sufragios, como el PRI.
No descontaríase que el PAN, con acceso a vastos recursos financieros y logísticos e incluso con control de los medios de control social para inducir conductas colectivas (como se vio con la
crisis del A/H1N1), pudiere engrosarse en la Cámara.
Pero no. En el PAN, a diferencia del PRI, no se sabe cómo usar esos recursos. Los desvíos –la corrupción— de los recursos hacia fines no electorales son vistos con laxitud por ambos partidos. Sin propuestas, panistas y priístas sólo se insultan.
Ello contribuye a asentar los raigones de la percepción de la ciudadanía acerca de los diputados. No son “sus” diputados propios, sino de los intereses creados que medran al amparo de una dudosa aprobación electoral y saquean al país.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
Gisela Rubach Lueters.
I
El Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados ha identificado en sus pesquisas acerca del comportamiento electoral de la ciudadanía una tendencia inequívoca al abstencionismo del 65 al 69 por ciento.
Dicho de otra guisa, caro leyente: los nobles y leales ciudadanos de México no votarán como debieren en las elecciones convocadas para realizarse el domingo 5 de julio del año corriente.
¿Preocupante? La respueta depende de a quien se la haya pedido el leyente, como bien diríase, presúmese, en los informados cenáculos filosóficos del proverbial Oráculo de Pajapan, el centenario don Protasio Coatl.
Así, veríase que hay quienes ese abstencionismo –casi siete de cada diez ciudadanos no votaría, según el centro de ideas de la Cámara de Diputados aquí citado-- no es una causal de “angst” o
angustia societal. Carece de importancia.
¿Por qué? Por que, idealmente, con arreglo a los enunciados y mitos de un modelo político democrático de cuya existencia se presume sofisteramente en México, el abstencionismo es visto como una de las expresiones de la democracia.
Pero ello es, precisamente, una falacia, pues la definición aquí consignada --el abstencionismo es expresión confirmatoria de la existencia de una democracia que preconiza el albedrío electoral--
ignora sus vectores causativos reales.
E ignora, por añadidura, la experiencia histórica. La historia nos informa sin juicios de valor que los procesos electorales para renovar la Cámara de Diputados a medio sexenio registra un alto
abstencionismo. Eso está documentado.
Sí, pero ¿por qué sucede? Porque históricamente –eso también está prolijamente documentado-- los electores muestran un desencanto que los politólogos llamarian “estacional”; es decir, ocurre cada seis años, a mitad de un sexenio presidencial.
II
Y ese fenómeno repítese hoy. El desencanto ciudadano tiene, a su vez, causas y, sin duda, efectos. En el caso de ésta renovación inminente de la Cámara de Diputados, los ciudadanos padecen no sólo desencanto, sino franca irritación.
¿Por qué están irritados los ciudadanos con los diputados? Porque la actuación de éstos, así como de los senadores y diríase sin hipérbole que también el Presidente de la República, les ha mostrado que los políticos no sirven al pueblo.
No. No atienden a los intereses del pueblo, sino a intereses, primero, personales y, luego, de facción o grupo político o “tribu” (en el caso del PRD) y, en orden de importancia, a los partidos
políticos. Ignoran a la ciudadanía que los eligió.
Esas conductas de los elegidos –según las premisas y los convencionalismos formales de un modelo político como el que existe en México-- denotan un fenómeno que calificaríase de idiosincrásico e histórico: la corrupción.
No en vano los políticos están tan desacreditados en México, arriba, incluso, de los policías –éstos ocupan el segundo lugar-- y muy lejos de los “narcos”. Éstos gozan de mayor crédito e incluso
admiración que cualquier político.
Quizá, si acaso, una excepción sería Andrés Manuel López Obrador, con quien no pocos mexicanos estarían de acuerdo o en desacuerdo, pero que muchos le reconocen que es un político ajeno a la cultura de la corrupción al ejercer el poder.
Hay, por supuesto, otros políticos en el universo mexicano, como “Marcos”, el subcomandante de los indios zapatistas de Chiapas, pero a él no se le registra en el imaginario colectivo como un político, sino como un luchador social.
III
A mediados de cada sexenio, la ciudadanía ya ha discernido la verdadera naturaleza y los móviles de los elegidos tres años antes y dimensionado los alcances de su quehacer. Con expectativas están por los suelos se alejan de las urnas.
Decepcionados, sienten que es una futilidad votar. Y piensan en la próxima elección presidencial alentando la esperanza de que, como ocurrió en 2006, el ganador no sea resultado o consecuencia de un chanchullo grotesco y cínico.
A medio sexenio, los electores esperan más de lo mismo, por lo que no creen en las promesas de los candidatos quienes, obscenamente, no reconocen que vivimos en una megacrisis severísima y no ofrecen propuestas para salir de ella.
En el contexto descrito aquí, quienes llegarán a la Cámara de Diputados serán aquellos candidatos postulados por partidos políticos con grueso “voto duro” y con mayor capacidad pecuniaria de adquirir sufragios, como el PRI.
No descontaríase que el PAN, con acceso a vastos recursos financieros y logísticos e incluso con control de los medios de control social para inducir conductas colectivas (como se vio con la
crisis del A/H1N1), pudiere engrosarse en la Cámara.
Pero no. En el PAN, a diferencia del PRI, no se sabe cómo usar esos recursos. Los desvíos –la corrupción— de los recursos hacia fines no electorales son vistos con laxitud por ambos partidos. Sin propuestas, panistas y priístas sólo se insultan.
Ello contribuye a asentar los raigones de la percepción de la ciudadanía acerca de los diputados. No son “sus” diputados propios, sino de los intereses creados que medran al amparo de una dudosa aprobación electoral y saquean al país.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
“Angst”: vocablo de las algunas lenguas germánicas (de uso muy común en Holanda, Alemania y los países escandinavos ) aplicada particularmente en psicología y cuyo significado es, según ciertos contextos, miedo, angustia o ansiedad; describe también un intenso sentimiento de falta de armonìa afectiva. El filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855) la usa para describir una profunda condición de inseguridad y desarraigo del ser humano.
Sofisteramente: de sofistería; de sofisma. Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.
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