14 mayo 2009
Sí, aunque usted y yo no dominemos el francés, significa exactamente lo que se está imaginando. Y es que no hay mejor definición para el libraco que acaba de publicar Carlos Ahumada: Derecho de réplica. Una merde omnipresente de pe a pa. La rezuma desde el título hasta la página 339 en que al fin concluye el suplicio de su lectura.
Desde luego que literariamente nadie esperaría a un émulo de Carlos, Mario o el Gabo. Pero, con tantos amigos, uno supondría que alguien le podría haber echado una manita. No sólo con el lenguaje, sino con el más elemental sentido común. Para que, por ejemplo, el ahumado señor no insulte nuestras inteligencias con las primeras 119 páginas dizque de antecedentes; que en realidad son un rollo infumable que intenta, con sentimentalismo barato y argumentos tramposos, justificar todas las porquerías que realizó en el capítulo de los videoescándalos, que es lo que realmente podría interesarnos. Total, que el novio de México se asume sin el menor rubor como un mártir del trabajo fecundo y creador, como un genio empresarial, como un discípulo de Gandhi y como un iniciado de la libertad de expresión. Ahumada es de los que creen que todos somos idiotas.
Los mismos y gastados clichés en los capítulos dedicados a Cuba, la cárcel o su liberación. De todo lo cual sólo llama la atención el más absoluto de los cinismos: el gran trácala moviéndose como pez en el miasma pestilente de la política mercantilizada, los negocios sucios y los partidos corruptos. En ese submundo que él conoce tan bien y en el que dominan las deslealtades, las abyecciones, las trampas, el dinero rápido y la más ridícula de las cortesanías ¡más merde!
Sobre todo en el capítulo central de los videoescándalos. En el que no hay revelación alguna. Ni siquiera la de que sí hubo complot. Porque era algo que ya todos sabíamos. No se hagan, hasta los que entonces decían que no había tal. Hasta esos lo sabían, aunque lo negaron. ¿O alguien con medio gramo de honestidad podía tener alguna duda sobre el papel que jugaron Fox, Creel, Diego, Salinas —el titiritero mayor— y toda una runfla de personajes producto de la coautoría de Stephen King y Chespirito?
Seamos serios; porque el señor ahumado, de tan patético, nunca logra ser entretenido, menos aun gracioso. Su libelo no es más que una purga infamatoria y vengativa contra quienes le ofrecieron el oro y terminaron dándole una limosna de cacahuates a cambio de armas de destrucción selectiva. Salvo la vergonzante realidad de todo el aparato del Estado contra un adversario político, no aporta nuevos elementos para variar los criterios de los antilopezobradoristas rabiosos frente a los pejistas a muerte. En todo caso, con todo y su hediondez, es un testimonio más de lo que hemos vivido desde el 88: una nomenclatura que con sus vasallos y corifeos se ha opuesto hasta la ignominia a cualquier posibilidad de un gobierno de izquierda en este país.
Y para eso, tan sabido, no vale la pena perder el tiempo con un libro de vómito: ¡merde!
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