viernes, febrero 26, 2010

El trabajo en la tierra del Carnaval

Barómetro Internacional

Bruno Peron Loureiro

Los conceptos de trabajo y empleo se confunden en Brasil. El primero es para todos mientras haya voluntad de hacer y dedicación a continuar, el segundo depende de las necesidades gubernamentales, del modelo de desarrollo del país y de las inestabilidades de nuestras economías intenacionalizadas.

He visto personas con anuncios escritos a mano colgados del cuello, ofreciendo sus servicios en la calle, con el deseo explícito de trabajar, mientras otras esperan durante meses o años en vano que el empleo golpee a su puerta.

Se habla de crisis financiera mundial, oscilación de las bolsas de valores, escasez de ahorro interno, políticas que benefician a los competidores, pérdida de empleos. En tierra tupinica ya oímos de todo. Menos que llegamos al patrón deseable de funcionamiento de la sociedad y de capacidad de empleo.

El escenario politiquero que campea en el país no es auspicioso para el empleo. El sector de telemarketing es quien más emplea en Brasil. Sólo como diagnóstico, la previsión es que en 2010 el número de trabajadores en este sector sobrepase el millón.

Se conmemora que la tasa de desempleo se redujo luego de las dos gestiones del presidente Lula de aproximadamente el 12% al 8%. Sin embargo todavía falta reconocer la función catalizadora y proveedora del Estado.

Al mismo tiempo que grandes esfuerzos se convierten en avances moderados en número y calidad de empleos, lo cual no es de extrañar, se discute la propuesta de enmienda a la Constitución (PEC) 231, que prevé la reducción de la jornada semanal de trabajo de 44 a 40 horas. En 1998 ya hubo una reducción de 48 a 44 horas.

El debate suscitó entre otras, las siguientes dudas: ¿la reducción de la jornada semanal de trabajo genera efectivamente nuevos empleos? O, en vez de esto, ¿será el crecimiento económico el principal responsable por el aumento de los profesionales empleados?

La creencia excluyente en una u otra opción es traicionera. Cada grupo intenta empujar para su lado, sindicatos, asociaciones comerciales, federaciones de industrias, etc.

La previsión de crecimiento económico para los próximos años trae pocos beneficios para la masa carente de lo más básico de sus necesidades. Sabemos que la mayor parte del provecho del crecimiento económico es acaparado por un grupo minoritario, que no esconde su intención de no repartir la renta. En un país donde todo parece ir hacia lo malo, todavía nos queda soñar.

La tradición tupinica de tomar para sí lo que es de todos, nos impide proyectarnos colectivamente. Brasil ha sido moldeado erróneamente de acuerdo a intereses privados y egoístas y a pesar de los bien intencionados, la esperanza se seca y se endurece.

Faltan políticas públicas para las pequeñas empresas, que generaron más de la mitad de los empleos en los últimos años. A costa de esfuerzos hercúleos, una minoría de estas pequeñas empresas logra superar a la burocracia, las mafias del sector privado y el poder de los monopolios.

Seremos cada vez más vulnerables a las condiciones degradantes de trabajo, para que las políticas de empleo del estado se soporten en las macro-políticas obsoletas que se basan en el crecimiento económico y las demandas del mercado. La presión viene de afuera hacia adentro.

Algo tenemos que aprender de los “pangericanos” (norteamericanos), agentes de la prostitución latinoamericana. Nos hacen creer que lo que allá es cierto, no puede estar errado aquí. Nos ofrecen tratados de libre comercio, la libertad de los que pueden y la democracia beligerante.

En la semana que antecedió al carnaval tupinica, vi en la televisión las declaraciones de una persona que se enorgullecía de trabajar día y noche en la confección de fantasías para una Escuela de Samba. Suspiró y comentó que no tenía tiempo para otras actividades.

Trabajo hay, bobos son nuestros gobernantes que discuten el empleo.

brunopl@terra.com.br

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