Más de 3 mil 600 alumnos y una treintena de académicos de la UNAM han sido sancionados por el Tribunal Universitario desde 1999, cuando detonó la última huelga general estudiantil. Las sentencias más recientes se ejercieron este año contra alumnos del bachillerato, críticos de la reforma al sistema CCH. El 97 por ciento de los casos que revisa el organismo terminan en sanción: todo aquel estudiante, profesor o investigador acusado ante el Tribunal sabe que sus posibilidades de resultar absuelto se reducen casi a cero. En 1990 el Congreso Universitario aprobó, por unanimidad, la supresión del órgano inquisitivo. Sin embargo, luego de 2 décadas, la institución sigue operando entre los cuestionamientos de los sectores críticos universitarios, quienes aseguran que no castiga las violaciones a la legislación universitaria sino la disidencia y la organización política.
La Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM), a través de su Tribunal Universitario, ha sancionado
entre 1999 y lo que va de 2013 a, al menos, 3 mil 643 alumnos y
académicos. De éstos, 2 mil 595 fueron suspendidos; 538, expulsados;
482, amonestados, y 28, sujetos a extrañamiento.
En respuesta a las solicitudes de información F8 529 y F8532 a F8544, la UNAM, a través de su Unidad de Enlace, comunicó a Contralínea
que de 1999 a 2012 el Tribunal Universitario atendió 3 mil 740 casos.
De éstos, 3 mil 704 son de alumnos, en su mayoría adscritos al
bachillerato universitario.
Durante estos 14 años, el órgano
presidido por el miembro más antiguo de los profesores del Consejo
Técnico de la Facultad de Derecho, actualmente Luis Eduardo Feher
Trenschiner, suspendió a 2 mil 591 personas, expulsó a 533, amonestó a
480 y emitió 28 extrañamientos. A estos números deben agregarse las
cinco expulsiones, cuatro suspensiones y dos amonestaciones conocidas
que se emitieron en 2013 contra estudiantes de bachillerato.
La principal conducta sancionada fue
la ingesta, uso, venta y/o distribución de alcohol y drogas. Le siguen
agresión; alteración del orden; daño al patrimonio; extorsión, robo y
amenaza; falsificación de documentos; portación de armas y mutilación de
libros. Las autoridades universitarias aseguran que no se sancionan las
actividades políticas.
Desaparición del Tribunal, acuerdo incumplido
El
14 de mayo de 1990, en el frontón cerrado de Ciudad Universitaria
–ubicada al Sur de la capital– se instaló el Congreso Universitario,
encargado de la reforma que entonces vivió la Universidad Nacional
Autónoma de México.
Al acto asistieron 864 delegados
electos que, durante un mes, discutieron y resolvieron sobre distintos
aspectos del quehacer de la máxima casa de estudios del país. El proceso
arrojó casi 400 acuerdos, mismos que quedaron plasmados en el Diario del Congreso,
documento de carácter oficial que obra en el Archivo Histórico del
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación.
Uno de ellos, identificado con la
clave M-X G-13, refiere la desaparición del Tribunal Universitario
creado en 1945. El órgano encargado de conocer y resolver las faltas a
la legislación universitaria del personal académico y de los alumnos
sería sustituido por comisiones jurisdiccionales.
La mañana del 25 de mayo de 1990, los
delegados de la Mesa de Trabajo 10: Gobierno, Administración y
Legislación aprobaron por unanimidad (74 votos a favor, cero en contra y
cero abstenciones) la siguiente redacción: “Se propone la supresión del
Tribunal Universitario. Se crearán comisiones jurisdiccionales en todas
aquellas dependencias académicas que cuenten con Consejo Técnico. En el
caso de los sistemas de investigación se crearán comisiones
jurisdiccionales: una para la investigación científica y otra para
humanidades. Habrá una comisión jurisdiccional para el área de difusión
cultural.
“Las comisiones jurisdiccionales
estarán integradas por representantes de los consejos técnicos, de los
profesores y de los estudiantes.
“Sólo el personal académico y los estudiantes serán responsables ante las comisiones jurisdiccionales.
“Las comisiones jurisdiccionales serán
órganos de equidad y resolverán en conciencia las controversias que se
les presenten. La Comisión de Honor del Consejo Universitario resolverá
en segunda instancia las apelaciones que se presentaran por decisiones
de las comisiones jurisdiccionales.”
Han transcurrido ya 23 años desde aquel proceso de reforma y el acuerdo M-X-G-13 es letra muerta.
El Tribunal Universitario sigue operando, no obstante que la
convocatoria general para el desarrollo del Congreso Universitario
estableció que las propuestas que se constituyeran en acuerdos deberían
asumirse en un plazo de 90 días.
Ni siquiera José Narro Robles, actual
rector de la UNAM y quien en 1990 formó parte de la Comisión de Actas y
Acuerdos del Congreso Universitario, ha mostrado interés en hacer
efectiva la supresión de este órgano y la consecuente instalación de las
comisiones jurisdiccionales.
“A finales del siglo XX existe un
Tribunal de la Santa Inquisición en la UNAM”, así se titula una de las
ponencias presentadas durante el Congreso Universitario de 1990. Los
argumentos que el documento esgrime contribuyeron a que los delegados de
este Congreso se pronunciaran por la supresión del Tribunal
Universitario.
Los autores, entonces alumnos de la
Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, aseguraban que “este
Tribunal se parece más bien a los de la Santa Inquisición, en donde
cualquier profesor o estudiante que no piense igual a ellos y que
intente expresar libremente sus ideas será sancionado”.
Para ejemplificar lo anterior,
referían el caso de los estudiantes de la carrera de ingeniería
agrícola, quienes en 1986 emprendieron un movimiento por el respeto a
sus prácticas escolares y la mejora de sus condiciones de estudio. Como
consecuencia de este hecho, asegura el análisis, cuatro de ellos fueron
consignados al Tribunal Universitario quien decidió suspenderles sus
derechos estudiantiles por 3 años.
Los cuestionamientos en torno al
actuar de este órgano disciplinario resurgieron 9 años después. El
detonante: las sanciones en contra de algunos participantes de la huelga
estudiantil de 1999-2000, encabezada por el entonces Consejo General de
Huelga como respuesta a la imposición de un Reglamento General de
Pagos.
Como lo documentó Contralínea
en diciembre de 2004, desde el fin de esta huelga hasta entonces, casi
300 estudiantes habían sido expulsados y 748 suspendidos de la UNAM.
“Las autoridades rechazan que exista represión contra los disidentes
políticos, pero la mayoría de los sancionados fueron activistas durante
el conflicto que paralizó las actividades académicas“, se lee en el
número 33 de este semanario.
Hoy los reflectores se posan
nuevamente sobre el Tribunal Universitario. Esto a raíz de las sanciones
de que fueron objeto algunos de los estudiantes que han manifestado su
rechazo hacia el Documento base para la actualización del plan de estudios: 12 puntos a considerar, la columna vertebral del proceso de actualización curricular por el que atraviesa el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH).
El 23 de abril de 2013 el Tribunal
Universitario hizo pública la expulsión definitiva de cinco de estos
alumnos, la suspensión de cuatro y la amonestación de dos. De acuerdo
con la versión oficial, estas resoluciones se derivan de los hechos del 1
y 5 de febrero pasados, en los que se presume que un grupo de jóvenes,
en estado de ebriedad, agredieron física y verbalmente a trabajadores
del CCH Naucalpan.
En la página electrónica del Comité
Cerezo México, organización dedicada a la defensa de los derechos
humanos, se encuentran las relatorías de cinco de estos casos,
presentadas bajo el título Expulsados y juzgados por motivos políticos ante el Tribunal Universitario.
En éstas, los inculpados niegan las acusaciones que se les imputan.
Manifiestan, en contraste, que a raíz de la respuesta estudiantil
organizada que emergió con el “intento de imposición de la reforma al
plan de estudio de los CCH”, las autoridades del plantel Naucalpan, “en
contubernio con los empleados administrativos de bajo rango”, iniciaron
una campaña de hostigamiento, amenazas y agresiones físicas en su
contra.
Desde hace años, Eduardo López
Betancourt, profesor de la Facultad de Derecho y actual consejero
universitario, ha sumado su voz a la de quienes rechazan la existencia
del Tribunal Universitario. Y es que, explica, está “hecho a modo para
servir a la autoridad, para que se cumplan sus deseos, lo que lo hace
carente de legalidad y autoridad moral”. Agrega que se trata de un
“órgano parcial, que actúa bajo consigna y que no garantiza una justicia
correcta, adecuada, a quienes juzga”.
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