(Luis Agüero Wagner)
Dos de los más débiles eslabones en la cadena de dependencias sucesivas que Estados Unidos busca mantener congeladas en el tiempo en América Latina, Bolivia y Paraguay, tienen un largo historial de desestabilización e intervencionismo propiciados por intereses estadounidenses que son hechos suyos por los reyezuelos vendidos locales que han servido siempre de intermediarios.
El 19 de diciembre de 1924 un Directorio Federal designado por el presidente Calvin Coolidge, vicepresidente que completó el período al fallecer el presidente Warren Harding, formulaba que era de importancia esencial que las compañías estadounidenses adquieran y exploten los yacimientos petrolíferos en México y América del Sur, que no sólo “deben constituir una fuente de aprovisionamiento, sino que su control también debe estar en manos de nuestros conciudadanos”.
Esta expresión de deseos bastó para atraer sobre Bolivia y Paraguay el tenebroso espectro de la guerra y la muerte.
Establecida la Standard Oil Company en Bolivia, empresa fundada por el legendario empresario petrolero John Davison Rockefeller, pronto deseó extender su influencia al vecino territorio del Chaco que Paraguay reivindicaba como suyo, y esgrimía como título un fallo del mismo presidente de los Estados Unidos Rutherford Hayes, dado ante una controversia con Argentina por su posesión. El agente petrolero que urdiría la guerra entre Paraguay y Bolivia que siguió, era un aventurero texano que luego ganaría fama por sus enfrentamiento con el líder argentino Juan Domingo Perón. Se trataba de un heredero de yacimientos minerales en Chile y luego yerno de Simón Patiño, el norteamericano Spruille Braden.
Las promesas de Braden al presidente Daniel Salamanca de apoyo militar y jugosos créditos obtenidos en Wall Street por intermedio de sus influencias en el mundo de los negocios, llevaron a Bolivia a lanzar un ejército de nativos quechuas, aymarás y mineros de pulmones carcomidos por el sílice a la aventura de conquistar el Chaco. En la surrealista guerra olvidada que se desató se enfrentaron a tropas constituídas por labriegos parasitados y desnutridos a los que el gobierno de Asunción arrancó de los latifundios y les reemplazó los rudimentos de labranza por el fusil.
El fantasma de aquella guerra volvió a cernirse sobre el Chaco en coincidencia con la presentación de credenciales como representante del imperio en Paraguay del embajador James Cason, verdadero especialista en desestabilizar gobiernos y viejo conocido por su impertinente tendencia a la intromisión en varios países de Latinoamérica. Asunción, que durante las dictaduras de Pinochet y Videla fue una verdadera capital para el Operativo Cóndor y donde la embajada norteamericana (una ciclópea sede fortificado de varias hectáreas) estableció su Foreign Broadcasting Information Service para monitorear el espectro radioeléctrico de todo el Cono Sur, volvió a retomar dinamismo esta vez con la distribución de fuertes sumas en dólares entre organizaciones no gubernamentales de Bolivia y Paraguay.
Pronto los medios paraguayos conocidos por sus vinculaciones con la National Endowment for Democracy y USAID iniciaron una campaña de supuestas denuncias sobre tendencias belicistas bolivianas alentadas por Hugo Chávez buscando enfrentar al gobierno de Evo Morales con el de Nicanor Duarte Frutos. Luego siguieron grandes titulares que hablaban de supuesto secesionismo en varias regiones de Bolivia, que curiosamente empezaron a escucharse con anticipación en Paraguay hasta que finalmente se dieron en la práctica.
Actualmente James Cason financia a varios grupos opositores al gobierno paraguayo que en maniobra diversiva se presentaron como de izquierdas cerrando filas en torno al obispo Fernando Lugo, aunque apoyados por la prensa pro-imperialista de ultraderecha, a los que benefició con fuertes sumas en dólares para inficionar la sociedad civil en descrédito de partidos políticos tradicionales con la complacencia del conservador Partido Liberal, que no se siente incómodo acompañando a estos grupos por su conocida tendencia neoliberal e inescrupulosidad para aceptar sobornos y pactos deshonrosos.
Para hacerse una idea de la actitud parcial de Cason a favor de la oposición, basta mencionar que ante brotes de epidemia por fiebre amarilla entregó al gobierno apenas 50 mil dólares, mientras que para financiar a un partido opositor, el PMas que lidera Camilo Soares, un par de años atrás desembolsó 127 mil dólares.
La aparición de fiebre amarilla después de más de un siglo en Paraguay, la actitud indiferente de la oposición que la aprovechó para organizar mitines políticos y se negó a detener su campaña electoralista a pesar de la emergencia, y un llamativo atentado contra la vida del presidente Nicanor Duarte Frutos con un vaso de agua mineral en su mismo Comando Militar, son indicativos de vulnerabilidad en un país donde agentes norteamericanos tiene libertad para transitar a su antojo por el territorio, hacer estudios geo-espaciales y del subsuelo, experimentar con medicamentos en fase de prueba aplicándolos a la población en áreas rurales y otras iniquidades. A su vez la mayoría de los jefes castrenses que integran la cúpula militar en cuya sede se perpetró el atentado contra el presidente, son militares que han recibido instrucción en Estados Unidos, en la escuela de golpistas de Fort Benning y otras instituciones de donde salen los más leales vasallos al imperio que en un país bajo sujeción neocolonial puedan servir.
Todos los signos que viene dando la actitud insolente de James Cason para con el gobierno y las instituciones paraguayas son reveladores de que Estados Unidos no piensa renunciar a su papel preponderante por estas latitudes. Un hecho que, desgraciadamente para los sudamericanos, sólo augura más muerte, dolor, miserias y sufrimientos.
Luis Agüero Wagner
Luis Agüero Wagner
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