Jaime Avilés
Antes de lanzar su iniciativa suya de él para la privatización de Pemex, Manlio Fabio Beltrones –o simplemente Don Beltrone– habló en lo oscurito con Ruth Zavaleta y René Arce, capos del gang de traficantes de influencias denominado Nueva Izquierda. Después de ese encuentro, Zavaleta descalificó la consulta popular que arrancará mañana; pidió el cargo de Javier González Garza, coordinador de los diputados del PRD en San Lázaro y, como cereza del pastel, exigió al Senado un periodo extraordinario de sesiones para que se consume, pero ya, la entrega de nuestra máxima fuente de riqueza a intereses particulares.
Además, producto adicional del pacto Zavaleta-Don Beltrone, Guadalupe Acosta Naranjo, presidente espurio del PRD, se entrevistó con Germán Martínez y Beatriz Paredes, líderes del PAN y del PRI, para buscar el modo de sacar, entre los tres, una propuesta de reforma conjunta que logre, por aparente u-na-ni-mi-dad, la privatización de Pemex.
Graco Ramírez, vocero de Nueva Izquierda y secretario de la Comisión de Energía del Senado, quien como candidato al gobierno de Morelos fue acusado de recibir ilegalmente dinero de Pemex para su campaña, se convirtió por su parte en ferviente propagandista de la iniciativa de Don Beltrone. Éste le habría ofrecido, a cambio de su apoyo, nada menos que la presidencia de la Cámara de Senadores, de acuerdo con lo que el franco legislador anda contándole por ahí a sus indiscretas amistades.
Con un entusiasmo rayano en la impudicia, Graco declamó anteayer para los medios: “No comparto las declaraciones ligeras que señalan que (la propuesta beltrónica) es un clon de la de Calderón o una iniciativa construida con el PAN. El PRI está honrando el acuerdo de que discutamos juntas nuestras iniciativas, me lo ha ratificado su coordinador, sus coordinadores. ¡Sí le creo al PRI!”.
Aun cuando, a juicio de Graco, las nueve iniciativas del capo sonorense “en lo esencial no tienden a privatizar Pemex” (en lo sustancial tal vez, pero eso qué importa en comparación con las prestaciones que ofrece el puesto de presidente del Senado), lo cierto es que la “ley Beltrones”, como la rebautizó ayer Luis Javier Garrido, responde “al objetivo de priístas y panistas de destruir Pemex y crear las condiciones para una industria privada” del petróleo, contraviniendo lo dispuesto por los artículos 25, 27, 28 y 131 constitucionales acerca de la soberanía que debe mantener la nación sobre los hidrocarburos y la petroquímica básica.
La propuesta de Don Beltrone coincide en muchos aspectos con la de Calderón: ambas pretenden que Pemex sea una entidad autónoma, que se autorregule y no esté bajo control del Congreso; ambas le ceden asientos en el consejo de administración a los líderes ultracorruptos del sindicato; ambas quieren que las empresas privadas realicen tareas de exploración y sean recompensadas de acuerdo con el volumen de lo que encuentren, y ambas desean repartir “bonos populares” de 100 pesos, para que los tiburones de la Bolsa se lleven también su tajada.
Si la propuesta de Calderón plantea que las grandes petroleras del mundo podrán explorar, extraer, transportar, transformar y almacenar nuestro petróleo aquí en México, la de Don Beltrone dice ¡ah, nononó!, sólo explorar –y de allí se agarra para jactarse de que no es una iniciativa privatizadora, rueda de molino que Graco se tragó completa–, sin embargo, es aún más tramposa e igualmente saqueadora del patrimonio nacional porque concibe mecanismos para que Pemex se divida en múltiples partes, denominadas “empresas espejo”, que estarían a cargo de los gobiernos de los estados, y que dentro de unos años, debido a problemas económicos im-po-si-bles de resolver (como ocurrió con las carreteras, los bancos y casi todas las industrias paraestatales) pasarían inevitablemente a manos de inversionistas nativos y foráneos.
El sábado pasado, Desfiladero expuso su preocupación en el sentido de que la iniciativa del PRI pudiera desvirtuar la consulta popular sobre Pemex. Todo lo contrario. Las dos preguntas que estarán en juego se han ajustado de maravilla a la nueva situación política. La primera corresponde, en concreto, a las cinco propuestas de Calderón, que estarán especificadas en la boleta, y la segunda, “en lo general”, esto es, sin mencionarlas, a las nueve de Don Beltrone.
En una sociedad democrática, panistas y priístas saldrían mañana a votar SI por su propia propuesta (repito: los del PAN por la uno, los del PRI por la dos) y a dejar en blanco la otra, para evitar que sus NO se sumaran a los del pueblo, que en ambos casos se inclinará por la negativa. Pero qué esperanzas: las tres expresiones políticas del salinismo (las dos que forman el PRIAN más Nueva Izquierda) apostarán su radiante energía a un solo propósito: descalificar la consulta, tacharla de sectaria, o de “pobre” (como la adjetivó Carlos Slim, al asegurar que el debate en el Senado había sido “más rico”), desdeñar a sus participantes y continuar con el plan de efectuar un periodo extraordinario de sesiones durante los Juegos Olímpicos, que ya están a la vuelta de la esquina. De allí la “urgente” petición de Zavaleta.
¿Qué se necesita, pues, para que la consulta sea reconocida como exitosa y calme un poco el furor de los privatizadores? En 1995, el EZLN preguntó a los ciudadanos si debía dejar las armas y recogió un millón 300 mil votos. En 1998, Andrés Manuel López Obrador, como líder nacional del PRD, preguntó si el Congreso debía aceptar como deuda pública la magna estafa del Fobaproa. Las urnas recibieron 3 millones de votos. Un año después, el EZLN consultó sobre los derechos de los pueblos indígenas y también recogió 3 millones de votos.
Para ser un éxito, la consulta petrolera debe dejar atrás, por mucho, la barrera de los 3 millones, recabando al menos la mitad de esa cifra mañana, en la primera etapa del ejercicio (que continuará el 10 y el 24 de agosto), cuando se abran las 8 mil mesas receptoras en los estados de México, Veracruz, Tlaxcala, Hidalgo, Morelos, San Luis Potosí, Michoacán, Baja California Sur y Guerrero, donde estarán disponibles 4 millones de boletas para cada pregunta, mientras en el DF habrá casi 6 mil mesas receptoras y 6 millones de boletas por pregunta.
¿Darán buenos resultados el esfuerzo ejemplar de decenas de miles de adelitas y brigadistas, la actividad incesante de los círculos de estudio y los intelectuales, el trabajo tenaz de los artistas de Farándula, los correos electrónicos de tantos voluntarios insomnes, angustiados por la amenaza de perder lo último que nos queda? Mañana por la noche empezaremos a saberlo.
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