domingo, agosto 31, 2008

México: ¿crisis histórica?

La vida mexicana vive una incertidumbre amarga. No se vislumbran posibilidades de enmienda. El otrora poderoso y autoritario Estado mexicano está en shock. Con el debilitamiento del presidencialismo ­más de facto que legal­ el fortalecimiento del Legislativo resultó agudamente disfuncional al funcionamiento del sistema. Viven mundos ajenos, encapsulados, con agendas, tiempos y prioridades, propios e insondables. Ya ni se visitan. El nexo de las reformas, primero fue intransitable y, luego, por el afán legitimatorio del presidente Calderón, castrante; las reformas han sido mediocres, insuficientes, muchas de ellas cargadas de riesgos y amenazas a las libertades; construidas en el cortoplacismo y la satisfacción de intereses particulares e inmediatos. Los resultados han sido de validez efímera si no es que frívolos. Último ejemplo; la incapacidad para corregir una ceremonia desvirtuada, dio pie al dislate de cancelar el Informe presidencial en la apertura de sesiones del Congreso; rendición de cuentas del Ejecutivo ante el Legislativo ­republicanismo­, tiraron el agua sucia, la bañera y el niño. Eliminaron el símbolo del diálogo racional para dar paso a la incontinencia mediática del Presidente. En suma, el corpus institucional vive un pasmo que insinúa fehacientemente una crisis histórica. La guerra al narcotráfico y la explosión de la inseguridad no representan una disfunción respecto de un Estado con plausible vigencia de leyes y democracia estable; la conmoción social, la alharaca mediática, el estado psicológico de guerra civil y la incapacidad del Estado para proveer seguridad en vida y bienes a los ciudadanos, es expresión material de una crisis sistémica que apunta al desfondamiento del gobierno y augura una negra etapa histórica para México. Imposible y avieso cualquier optimismo. No se puede, ni se debe ignorar: el país vive la situación más aciaga y violenta desde la última guerra civil, la Cristiada. Tres líneas críticas, de alta densidad, confluyen en la coyuntura presente ­con secuelas duras de mediano y largo plazos­; incrementan exponencialmente el riesgo social, pues aun si relativamente autónomas, confluyen una en la otra, toda vez la atrofia gubernamental y la descomposición del Estado y sus instituciones. Encrucijada amarga: economía, inseguridad y guerra al narcotráfico, así como la extrema tensión del proceso político, conforman las coordenadas de esta crisis histórica, sin precedentes. Tres marchas en tres días escenifican con plasticidad ­ya en las calles­ la efervescencia y hartazgo de la sociedad y la inviabilidad para procesar conflictos por parte del gobierno. Tres nudos críticos de la vida del país aglutinan diversos sectores y organizaciones: ayer, manifestación contra la inseguridad; hoy, mitin masivo de preparación de movilizaciones y agitación del movimiento de AMLO, disidencia en trance de radicalización articulado al FAP, sector político de oposición semileal; mañana, concentración de sindicatos y organizaciones sociales que pugnan por una nueva política económica. La economía vulnera la estructura del sistema. El crecimiento, de suyo crónicamente estancado, padece un declive drástico: el incremento del PIB (el más bajo de toda América Latina), medido con criterios internacionales ­no las “benevolentes” cuentas mexicanas­, en el primer trimestre, creció sólo 0.64% (no 2.8%, en contabilidad patito nacional). La actividad industrial decayó, en el primer trimestre, 1.4%, es decir, 5.6% anualizado. La creación de empleos incrementó su déficit respecto de las necesidades demográficas, apuntalando la informalidad ­27.5% de la PEA­. El traumático desplome de la producción petrolera, en condiciones de inviabilidad fiscal recaudatoria, conducirá a un aumento de 30% promedio de los combustibles para paliar la insuficiencia recaudatoria del Estado, con efectos inflacionarios inevitables. Sobre ese terreno productivo y con uno de los modelos de distribución de la riqueza más injustos del planeta, la informalidad es el caldo de cultivo perfecto para la expansión de la economía irregular e ilegal a los giros negros y abiertamente criminales que conforman el complemento simbiótico para que las ganancias del crimen, enfáticamente, del narcotráfico inunden al país. Recordar (dato del gobierno de USA): 60% del territorio tiene influjos significativos o está dominado por bandas criminales. El Estado para salir de su shock y tomar medidas iniciales serias (con gran optimismo, la reestructuración policial nacional llevaría más de una década) y sistemáticas, para reasumir su función primigenia de garantizar seguridad, debe aceptar la dimensión sistémica de su crisis y no suponer una disfunción, la cual es incapaz de resolver. Si no lo hace, voces terribles de enfrentamiento y término adelantado de gobierno avivarán la incertidumbre.
alan.arias@usa.net

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