Luis Linares Zapata
Las predicciones de analistas y personeros interesados han ido condicionando las expectativas de resultados con vistas a las elecciones federales y estatales venideras. Varias son las ilusiones pasadas como hechos evidentes a golpes de encuestas y cansinas repeticiones. La central asegura la recomposición del PRI, el instituto que ganará la mayoría en el Congreso y las gubernaturas. Las laterales hablan de las caídas o castigos que sufrirán tanto el PAN, por sus deficientes gobiernos; como el PRD (o la izquierda) por su divisionismo e incapacidad para resolver con legítima normalidad sus luchas internas. Una tercera suposición pasada como realidad activa es la que pronostica la desaparición de los partidos pequeños. Una constante perseguida con empeño y poca efectividad por los grandes agrupamientos (PRI, PAN y PRD), pero que presenta vacíos por donde se van colando las coaliciones.
Lo viejo y caduco de los sistemas organizativos imperantes no parece tener como horizonte asequible la transformación de la estructura básica de la vida nacional. Al contrario, la decisión de continuidad se impone a dolorosos látigos. No importa el costo a pagar, siempre y cuando se cargue sobre los hombros y oportunidades de los adoloridos de siempre. Muy a pesar de las debilidades del aparato productivo del país, del surgimiento de una conciencia individual y colectiva de dimensiones millonarias que pugna por una mayor independencia, de la postración y el deterioro de la nación, de la cerrazón de los horizontes de progreso para las mayorías o del decadente lugar que se ocupa en el concierto mundial, las elites decisorias mexicanas se empeñan en preservar y aumentar sus privilegios. Tratan, a golpes televisivos –su arma postrera–, de imponer candidatos y rutas a seguir, así como prolongarse en un tiempo que desean eterno.
El PRI volverá al poder total “porque lo dirigen actores públicos que saben gobernar”, afirman con donaire digno de mejores causas. Poco se recuerda de los casi 30 años de gobiernos neoliberales que tan precarios resultados han mostrado en cuanto al desarrollo nacional. Y de esas décadas, los priístas son responsables de dos tercios del total. Además, en el resto, las administraciones federales panistas se han encargado de preservar y consentir a connotados tecnócratas cercanos o formados dentro del PRI. No hay escapatoria posible que permita evadir el juicio popular, cada vez más despierto y corajudo.
Además, los dirigentes del priísmo actual son cuadros que han estado rumiando en la retaguardia por mucho de los años pasados. Se encumbraron en posiciones de mando intermedio durante la mediocre conducción de Miguel de la Madrid, temeroso burócrata hacendario que se convirtió, ante su fracaso de gobierno, en envalentonado autoritario. Quiso asegurar el triunfo de su muy personal y pésimo candidato y cuyo resentimiento pagaron con elevados precios los mexicanos. Bien se sabe el resultado: un grosero fraude (88) que sólo los beneficiados dejaron pasar o apoyaron con denuedo argumentativo, rutas convenencieras, flagrantes delitos (muertes por doquier) o frívolo cinismo. Durante esa cruenta época para el recuerdo de los naufragios procreados, estos priístas de elite actual formaron las capas de operadores de las transformaciones estructurales: una mezcla de pasiones reaccionarias de los panistas y mandatos del acuerdo de Washington, instrumentados a través de organismos multilaterales (FMI y BM)
Los priístas que dicen saber hacerlo interiorizaron el eslogan cuando Zedillo, ese agente de la penetración trasnacional y ambiciones de destierro, recibió a trasmano la encomienda de liquidar los haberes públicos que todavía permanecían intocados. Sólo se salvaron, aunque a regañadientes, las empresas energéticas (Pemex y CFE). Sin embargo, su desmantelamiento se aceleró durante estos funestos años. Periodo también de errores que hicieron retroceder el bienestar familiar cuando menos 20 años. Ésa es la preparación y el pedigrí de los nuevos mandones del priísmo. Personajes que, a través de las administraciones panistas, se han arrellanado con todos y cada uno de los paquetes reformadores que han seguido imponiendo, como agenda nacional, los organismos multilaterales arriba citados. No hay una sola de las llamadas reformas estructurales que no haya sido votada de consuno por el PRI y el PAN. Ellos son los responsables de la apertura sin condiciones de la economía, de la inserción subordinada a la globalidad, de los remates de los bienes públicos (Fobaproa-IPAB), de las quiebras y devaluaciones recurrentes, del decaimiento del bienestar colectivo, de la inseguridad rampante, de la proletarización de la clase media, de la expropiación de los fondos de retiro y pensiones, de los bolsones crecientes de marginación y pobreza, de la postración del campo con su dependencia alimentaria al calce, de la desarticulación industrial y derivada en el contrabando, de la ficción de los presupuestos balanceados (con sus cuentas laterales). Una lista interminable de tragedias que deben seguir pesando en sus conciencias, aunque éstas se hayan hecho reactivas al dolor y las culpas, individuales o de grupo.
Sobre las cuentas alegres del priísmo también hay que cargar, con sus acompañantes y complicidades panistas, las traiciones a la democracia (en 88 y 2006 cuando menos) que todavía recorren los caminos estatales y donde los gobernadores se sirven de cuanto truco, mentiras y delitos concomitantes puedan pergeñar para asegurar sus intereses y el llamado resurgimiento partidario.
Un somero recuento de lo sucedido en 88 descubre el enorme cementerio de ilusiones libertarias, de progreso y democracia efectiva, truncadas por un sistema atrabiliario y caduco renuente a cualquier transformación. Un sistema por demás reaccionario, atrasado en ideas y posturas aún frente a la más achicada de las naciones latinoamericanas y que la dupla del PRIAN defiende y al cual obedece. Qué decir de las tragedias energéticas, un abrevadero donde el PRIAN se regodea al consuno de todo tipo de administraciones entreguistas, saturadas de contratistas y traficantes de influencias. Ésa es la parte sustantiva del partido que asegura saber gobernar y que los analistas del sistema establecido les conceden las mayores seguridades de retorno. Ninguna señal de arrepentimiento, cruda moral, ni el cristiano propósito de enmienda, aparece en lontananza, sino el más mondo y lirondo afán de encumbrarse en el poder y hacer dinero.
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