Eric Villanueva Mukul
Al cumplir el PRD, este 5 de mayo, su aniversario número 20 no son pocas las contribuciones para la construcción de un México más democrático que este partido ha dado. Pero es indudable que ha llegado la hora de una profunda reforma que lo haga más creíble para la sociedad y más eficiente electoralmente.
Como muchos recordarán el Frente Democrático Nacional surgió en la coyuntura de 1988 en la que el PRI tuvo una ruptura producto de la designación de un candidato que, en los hechos, significaba el abandono definitivo de su política social, del nacionalismo revolucionario y su clara definición por el neoliberalismo.
Las elecciones de 1988 fueron ganadas por Cuauhtémoc Cárdenas, como después incluso reconoció Miguel de la Madrid, entonces Presidente de la República. El candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, fue impuesto como presidente y el PAN contribuyó a su legitimación. Una de las respuestas fue la creación del PRD en 1989. Durante su sexenio Salinas emprendió una persecución con el objetivo de desaparecerlo, cuyo costo más alto fue la muerte de más de 600 perredistas en todo el país, para construir un sistema bipartidista pro status quo a la manera de los Estados Unidos de Norteamérica.
A partir de 1997, con el triunfo del PRD en la capital de la república, su presencia se incrementó en el Congreso Nacional, se ganaron gobiernos estatales, la representación en los congresos estatales aumentó y se ganó un número mayor de gobiernos municipales.
Finalmente en el 2000, como consecuencia de la crisis económica de 1994-95 y sus repercusiones del todo el sexenio, así como el desgaste del propio PRI, se dio la alternancia por la derecha, siendo el beneficiario el PAN. Parecía que el sistema había encontrado la fórmula de la alternancia entre los partidos de la derecha.
La pretendida transición democrática nunca llegó. Vicente Fox, pese haber propuesto realizar cambios políticos y económicos para transformar nuestro régimen político en una verdadera democracia, frustró la transición y finalmente terminó aliándose con los grupos económicos y políticos que antes lo estuvieron con el PRI, manteniendo sin grandes cambios el status quo.
En 2006 nuevamente el movimiento democrático, encabezado por el PRD, tuvo la oportunidad de dirigir un proceso electoral cuyo candidato fue Andrés Manuel López Obrador. Como nunca, ni siquiera en 1988, se dio un enfrentamiento tan claro entre un programa de la izquierda y uno de la derecha, encabezada por el PAN. El PAN por mantener el neoliberalismo y el PRD por emprender una serie de reformas en la mayoría de los ámbitos del país. Con eso se rompía la posibilidad que la lucha electoral por la Presidencia de la República solamente se diera entre el PAN y el PRI. La irrupción del PRD en el proceso electoral, a la vez que terminaba con el esquema del bipartidismo de derecha, hizo que los actores políticos se alinearan según su verdadera posición política y se definieran claramente. No pocos, antes fieles partidarios del PRI, se alinearon con el PAN; dirigentes políticos, gobernadores, empresarios, grupos de derecha, etc. Nuevamente, se cometió un fraude electoral y esta vez fue el PRI el que contribuyó a legitimarlo.
Pese a la oposición, no sólo del PRI y del PAN, sino también de los grupos fácticos y de poder, para evitar que el PRD pueda ganar el gobierno nacional, son indudables sus avances. El PRD es la segunda fuerza política en el Congreso de la Unión, gobierna 6 estados, incluida la capital de la República, tiene mas de 300 diputados locales y gobierna mas de 400 alcaldías; en síntesis se gobierna a más del 25% de los mexicanos y no hay decisión política nacional que se pueda tomar sin el concurso del PRD.
Su programa ha ido avanzando en su concepción hasta tener una propuesta que se define por el desarrollo económico, con equidad social y sustentabilidad, en la que el Estado asume un papel regulador y promotor del desarrollo; un Estado con responsabilidad social e inversor en donde sus prioridades se ubican en la educación, la salud, la seguridad social y el fomento del empleo y el desarrollo equilibrado.
En materia de régimen político se define por la trasformación del régimen presidencial en uno de carácter semipresidencial o semiparlamentario en tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo asumen la conducción corresponsable de los asuntos del Estado y del gobierno. Si bien el Presidente continuará siendo el Jefe del Estado y electo con voto popular universal, el Legislativo tendrá mayores funciones de control y nombramiento de funcionarios, entre los que se incluye un Jefe de gobierno, que se encargue de la política interior cotidiana.
Nunca como ahora han coincidido la crisis económica, dentro de la larga recesión de la economía mexicana, el problema del crimen organizado, la falta de credibilidad en las instituciones, la crisis y la nula credibilidad del sistema de partidos y por último la crisis y la debilidad del sistema de salud, con la influenza.
Eso nos llama la atención sobre la necesidad de una profunda reforma del gobierno, del Estado y del conjunto de las instituciones de la República mexicana. Nuestro modelo de desarrollo económico e institucional de la posrrevolución se ha agotado totalmente. Nunca como hoy se hizo más necesaria la participación y el concurso de un partido como el PRD. Pero a sus 20 años es obvio que este partido, que fue concebido con el objetivo principal de derrotar al viejo régimen del PRI, requiere nuevas adecuaciones para liberarse de viejas prácticas de la antigua cultura política priísta que se niegan a morir, así como adecuarse a los nuevos escenarios y hacerse más creíble y eficiente en los procesos electorales.
Sin embargo, el largo y difícil proceso de elección interna y más aún la reciente elección de candidatos a puestos de elección popular para este año, simplemente fue una manifestación de la urgente necesidad de una profunda reforma.
El PRD que impulsó la elección directa de sus dirigentes y candidatos como una manera de combatir el “dedazo” y la antidemocracia priísta ha visto descomponerse este procedimiento para privilegiar la máxima de “ganar como sea”, que significa poder violentar toda la normatividad y legalidad interna con tal de ganar las elecciones; o recurrir a prácticas como la compra de votos a través de cualquiera de sus formas; o utilizar los recursos públicos con los mismos fines. Algunas elecciones internas son una verdadera batalla a ver quién tiene más aparato corporativo y quién cuenta con más recursos. Ante esta situación la obtención de recursos de cualquier procedencia vuelve vulnerable a los candidatos y actores políticos. Remember Bejarano.
El otro problema es la lucha entre las corrientes que anula buena parte de la vida democrática y que llega anular la riqueza de las discusiones y la generación de ideas que las corrientes de opinión pueden aportar. La lucha por ganar espacios en la lucha interna se vuelve más importante que cualquier cosa, sin importar los perfiles, la experiencia y el compromiso político e ideológico con el Partido y su programa. Colocar a cualquier persona para llenar una cuota lleva, en muchos casos, no sólo a debilitar las candidaturas hacia la sociedad, sino hasta a desprestigiarlas. La mentira y la falta de cumplimiento de los acuerdos son otras divisas que se han apoderado del partido. Pareciera que quien miente más y más fácilmente es mejor político. Y no son pocos los miembros de las generaciones jóvenes que creen que así es la política.
La otra gran deficiencia es la falta de compromiso con el programa y los principios programáticos. El pragmatismo nos lleva a ubicar en posiciones de dirigencia y de puestos de elección popular a personas que no conocen y mucho menos actúan o gobiernan con el programa del PRD. No son pocos los gobernadores, diputados, senadores y alcaldes que actúan no sólo sin tomar en cuenta el programa, sino muchas veces literalmente en contra de los objetivos del mismo.
La falta de institucionalidad, es decir, de actuar apegados a las normas y a la legalidad interna, es otra divisa cotidiana. Y aunque el PRD tiene muchos defectos, hay muchas normas que en estos 20 años la colectividad ha diseñado para normar y reglamentar la vida democrática del partido y que pueden contribuir a mínimos niveles de democracia interna. Pero aun ésos son violentados.
Es cierto que muchas de sus normas internas son ya viejas fórmulas tomadas de los antiguos partidos comunistas y socialistas y es necesario darle una sacudida y renovarlo por una estructura eficiente de dirección y de acuerdo a las necesidades de un partido moderno de izquierda del siglo XXI, donde nuevos paradigmas han aparecido y donde las formas de acción electoral han cambiado y nuevos sujetos sociales y políticos han surgido.
Es pues necesario iniciar la discusión del tipo de partido que necesitamos y una vez concluidas las elecciones de julio de este año realizar la gran reforma que el PRD necesita.
En esta nueva etapa bien haría el PRD en impulsar formas de democracia participativa, tanto en su interior como en los gobiernos que encabeza. Es decir la consulta permanente y la participación en la toma de decisiones diaria. Ciertamente son muchas las prácticas de este tipo que algunos gobiernos han impulsado, pero aun así son insuficientes. No hablo solamente de los gobiernos estatales. No son pocos los gobiernos municipales, aun los más pequeños, que lejos de ejercer una democracia casi comunitaria o incluso de asamblea, se alejan totalmente de su comunidad y gobiernan de manera unipersonal y alejada del programa del partido.
Si queremos eficiencia electoral este 5 de julio, iniciemos la discusión hacia dónde vamos y cuál es el nuevo partido que necesitamos para el siglo XXI. Sólo mayores niveles de democracia interna y nuestro apego al programa, a la ética y al compromiso social nos hará más creíbles para la sociedad.
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