Javier Flores
Miles de personas guiadas por la voz de Spencer Tunick se despojaron de sus ropas en la Plaza de la Constitución Foto: Fabrizio León Diez
Después de una espera que duró varias horas la madrugada del domingo, llegó el momento decisivo: miles de personas, guiadas por la voz del fotógrafo Spencer Tunick, se despojaron simultáneamente de la ropa. Con ese acto tan simple (que todas las personas realizan diariamente en privado, pero que ahora implicó una sorprendente y estrecha proximidad corporal con mujeres y hombres desconocidos), se cruzaba la línea que divide la sujeción de lo humano, del amplio e inigualable territorio de la libertad.
Mucho se ha discutido sobre la calidad del trabajo de Tunick, pero es innegable que tuvo una gran idea. Su proyecto artístico, realizado exitosamente en las principales ciudades del mundo, permite que se haga visible un fenómeno: la resistencia al control sobre los cuerpos, que revela una necesidad humana hacia la desnudez. El fotógrafo neoyorquino ha creado de este modo un espacio para la transgresión de un control social y cultural, lo que en algunos momentos le ha valido la cárcel.
El ánimo entre los asistentes al arribar a la Plaza de la Constitución era festivo, como si los envolviera una brisa de complicidad. Al despojarse de la ropa y avanzar hacia la plancha del Zócalo para intentar ocuparlo en su totalidad, las sensaciones corporales se convertían en ráfagas en las que se conjugaban el individuo y los otros. Era sorprendente la diversidad de tonalidades de las pieles. Mujeres y hombres de diferentes edades experimentaban el contacto directo con el frío del amanecer y el calor de la proximidad de otros cuerpos. Una experiencia única, una sensación de bienestar y una visión francamente hermosa.
¿Por qué el cuerpo desnudo produce tensión en nuestras sociedades? ¿Por qué se prohíbe y se castiga la desnudez? El control sobre el cuerpo se ejerce por medio de muy variados dispositivos, como la familia, la escuela y la Iglesia, entre otros. A escala social este control se expresa mediante los sistemas legales. Algunos trabajos que analizan las leyes en esta materia para América del Norte, muestran que no se tiene que ir demasiado lejos para encontrar en ellas las verdaderas motivaciones del poder. La ley combate al cuerpo desnudo cubriéndolo de adjetivos y conceptos subjetivos. Es un acto obsceno, vulgar, lujurioso y lascivo (Estatuto del Distrito de Columbia 22-1112); atenta contra la decencia (Código Penal de California. Sec. 413); es contrario al bienestar general y la moral (Código Municipal, San Diego, California, 56.53). En México la ley es un poco más relajada, pero encierra los mismos conceptos.
Pero todo esto es una máscara. En realidad las leyes establecen inequívocamente una asociación del cuerpo desnudo con el deseo sexual. En este sentido el Código de Arkansas y los Estatutos de Alabama y Connecticut establecen sin pudor que en el desnudo existe una intencionalidad: "la estimulación o gratificación del deseo sexual". El control del cuerpo que se expresa por medio de leyes contra la desnudez, busca en realidad el control del deseo. Pero ante esto, surgen diversas formas de resistencia, como la que se manifestó el domingo en la ciudad de México.
Las primeras tomas fotográficas se realizaron en la plancha del Zócalo, pero luego el grupo ocupó la avenida 20 de Noviembre. A esas alturas quedaba clara, en todas y todos, la aceptación del cuerpo propio, así como el respeto y la aceptación del de los otros, también la sensación de ser iguales. Mientras se avanzaba por esa calle emblemática, el ambiente era totalmente relajado y festivo. Entre un cuerpo y los demás, la distancia llegaba a ser en ocasiones de menos de un paso, y el contacto físico se hacía inevitable, pero en ningún momento tenía connotaciones sexuales. Creo que ése fue el punto más alto en el que se apoderó de todos la sensación incomparable de conquista de la plena libertad. Se trataba de individuos, pero simultáneamente de células de un organismo que hablaba también por los que no estaban ahí. Aparecía una ciudad desnuda, cuyos integrantes expresaban, con el simple acto de haberse despojado de la ropa, un rechazo tajante al control, por parte del poder, del cuerpo y el deseo.
Lo que ocurrió después fue una falla de organización, no atribuible a Tunick ni al equipo convocante, pues no se contaba con la experiencia (ni se tiene en ninguna parte del mundo) para manejar una instalación con 20 mil personas desnudas. Se separó a las mujeres de los hombres y a los primeros se les pidió que se vistieran. La natural curiosidad hizo que ellos se aproximaran lo más posible al grupo femenino. Para ese entonces, cientos de personas que se encontraban en los edificios contiguos, y que no habían participado en el desnudo colectivo, ya estaban abajo. Eso creó incomodidad en algunas mujeres. Pero no se trató de algo generalizado. Hablé con varias de ellas que me dijeron que no experimentaron eso, y que algunas de sus vecinas exageraban.
En todo caso lo que surgió el domingo fue un laboratorio que permitirá analizar y discutir las reacciones humanas hacia la desnudez, que expresan algunos de los efectos de la represión y la fuerza del control. No dudo que una minoría masculina tuviera expresiones ofensivas, pero este hecho no se puede magnificar, cuando en realidad lo que pasó en el Zócalo fue algo completamente distinto. Fue un gran triunfo de la libertad.
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