Victor Flores Olea
La derrota, profusamente anunciada, de la candidata del socialismo francés en las últimas elecciones presidenciales de su país, renuevan inevitablemente la pregunta acerca de la fuerza histórica de la izquierda en estos tiempos de predominio de las grandes corporaciones, y además sobre su viabilidad práctica.
Claro que es imposible generalizar porque la situación de la izquierda varía grandemente de región a región y de país a país. Sin embargo, algunas reflexiones son posibles, con las precauciones del caso.
El pensamiento crítico de izquierda ha sido contundente al desnudar las contradicciones del sistema capitalista, y además su naturaleza profunda explotadora. Y más aún: su viciosa capacidad corruptora que se ha extendido a zonas relativamente inéditas (la crisis del Banco Mundial, que se expresa como farsa en los manejos desvergonzados de su presidente Paul Wolfowitz, principal constructor de la guerra de Irak con apoyo en patrañas que sólo servían a los intereses de ciertos círculos oligárquicos en Estados Unidos y en el mundo). Como nunca en la historia el capitalismo es hoy una fuerza corruptora material y espiritual que pone en crisis a la entera sociedad humana. Pero además, ¿puede prolongarse esta situación de abismales desigualdades que vivimos?
La fuerza moral y la inteligencia crítica han estado del lado de la izquierda; sin embargo sucumbe con increíble frecuencia (el "moderno" y "civilizado" socialismo europeo parece hacerle el juego, como su sombra, a la derecha aferrada al poder). La pregunta pertinente es: si la izquierda es portadora de inteligencia y solvencia moral ¿por qué fracasa en la toma del poder? Responderé que frente a ese "peligro" la derecha se une tenazmente, mientras la izquierda cae frecuentemente en divisiones difícilmente justificables. Mencionaré al México de las últimas elecciones, en una región que de todos modos se ha distinguido en la última década por su avance democrático y hasta por los triunfos de una izquierda variopinta, es verdad, pero con una presencia gubernamental que no tiene paralelo en otras regiones.
Claro que si asumimos el tiempo de las calendas griegas la izquierda tiene y tendrá siempre una indudable esperanza. Pero hoy, ¿qué ocurre? Por un lado tenemos a un capitalismo "globalizado" que ha abandonado su tarea civilizatoria de una época, y se ha convertido en un régimen oligárquico que encarna todas las lacras que ya le imputaba Aristóteles. La denuncia y la oposición resultan relativamente fáciles, en tanto que es más difícil proclamar con eficacia política en nombre de qué y con qué propósitos se opera esa denuncia. ¿Simplemente en nombre de una política con mayor honestidad y moral, con mayor verdad y transparencia? Sí, pero el postulado abstracto no parece suficiente para estimular el imaginario político de las mayorías y su militancia decidida para lograrlo.
¿Hablar del socialismo? Sí, pero el impacto parece limitado, porque fuera de Europa, en la que tiene una tradición respetable (y también graves traiciones y distorsiones), la palabra misma causa erisipela en muchos lugares y entre mucha gente. En esto, qué duda cabe, la catástrofe soviética carga con culpas imborrables. Porque a pesar de que se explique incansablemente que no se trata de lo mismo, inclusive que el nuevo fin es su opuesto, democrático y humanista, el desprestigio y fracaso histórico de aquel socialismo sigue pesando como fardo inescapable.
Y otro aspecto: la crueldad y la insolencia del capitalismo actual es de tal dimensión que, en la práctica, las izquierdas luchan, con frecuencia exclusivamente, por reivindicaciones que no son "socialistas" en el sentido propio del término, sino batallas cuya mira es defender, actualizar, hacer respetar los valores esenciales de la Ilustración, inclusive aquellos de contenido progresista y humanista de la revolución burguesa de finales del siglo XVIII y parte del XIX: es decir, los valores originales y auténticos de la revolución democrático-burguesa.
Respeto a los derechos humanos, a los derechos laborales, al Estado de Derecho, a las reglas de la democracia, a los derechos de reunión y expresión, a procesos judiciales imparciales, al reconocimiento de los derechos de grupos étnicos y minorías, a los derechos de los migrantes, etc. Es decir, un conjunto de valores que han sido históricamente la esencia misma de la revolución democrática y que han sido negados, traicionados, tachados por el capitalismo del horizonte efectivo de la vida de grandes mayorías sociales. Y la batalla por defenderlos y restituirlos es inescapablemente la sustancia primordial de buena parte de las luchas políticas de la izquierda hoy. Para decirlo con claridad: son luchas que no se distinguen por su contenido socialista, pero que resultan absolutamente necesarias para impedir la degradación mayor del mundo en que vivimos. Y para hacer posible un día su real progreso, en beneficio de todos. Nuevamente la historia nos muestra que avanza en espiral y que la batalla por la democracia es permanente, inagotable.
Claro que también se libran otras batallas que tienen una sustancia más directamente socialista, y que se refieren al combate en contra de la desigualdad y del mercado como factotum de la vida social. Lo que ocurre es que hoy tales luchan pasan inevitablemente por la defensa de los valores centralmente democráticos. En todo caso, en ambas luchas hay un continuo y un lazo de unión inevitables.
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