Tiene razón Genaro Góngora Pimentel, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: "Oaxaca está ardiendo internamente... La sociedad oaxaqueña está esperando justicia. Hay heridas que no han cerrado y es un foco que en cualquier momento puede estallar. El trance social no ha concluido".
La Corte no se planteó una comisión investigadora para averiguar lo que había pasado en Oaxaca. Los ministros se dieron por enterados. Afirmaron sin titubeos, reservas o matices que las autoridades federales, estatales y municipales habían violado gravemente las garantías individuales de los oaxaqueños. Las corporaciones policiacas "afectaron físicamente a gran número de personas en forma cruel e inhumana", lo que se tradujo en lesionados, torturados y muertos. Ocurrió en Oaxaca, dijeron los ministros de la Corte, una suspensión de hecho de las garantías constitucionales.
Se reconoció así, en la instancia más alta del sistema judicial de México, lo que reportaron por un año todas las organizaciones de derechos humanos de Oaxaca; lo que informó la Comisión Civil Internacional de Observación de los Derechos Humanos, descalificada por la Secretaría de Gobernación, que esta semana presentó su informe al Parlamento Europeo; lo que señaló tibia y parcamente la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
En vez de indagar otra vez lo que ya se sabe, la Corte se planteó cómo contribuir a restablecer el orden constitucional. "No podemos permitir", señaló, "que las detenciones arbitrarias y las torturas de prisioneros se vuelvan ordinarias y normales en nuestro país..." Resulta evidente, advirtió, que los oaxaqueños "vivieron, y tal vez vivan todavía, un estado de incertidumbre emocional y jurídica". Insistió: "Resulta lógico que la gente viva en zozobra ante autoridades que usan ilimitadamente la fuerza pública, al grado de desconocer los derechos humanos que reconoce nuestro marco jurídico".
La Corte, sin embargo, no menciona entre las causas de la delicada situación actual la impunidad y el cinismo que prevalecen. Los oaxaqueños viven aún en zozobra porque los autores materiales e intelectuales de esos hechos horrendos se pasean impunemente por las calles. Algunos ocupan posiciones de primer nivel en el gobierno estatal y en el federal y otros son candidatos a diputados. Es una ofensa cotidiana y constante a los oaxaqueños que se mantenga esa impunidad y se pretenda ocultar con cambios cosméticos la realidad oprobiosa de un régimen político enfermo de arrogancia, autoritarismo y corrupción, cuyo inaudito cinismo desbordó hace tiempo todos los límites de la decencia.
Como se demostró ampliamente en esta semana, los oaxaqueños no olvidan lo ocurrido y se mantienen en pie de lucha. Es útil que la más alta instancia del sistema de justicia mexicano reconozca la gravedad de lo ocurrido y, por tanto, la validez de ese empeño por remediarlo. Necesita reconocer también que en Oaxaca, con impunidad y cinismo, se sigue echando leña al fuego. La caldera hierve. El vapor, el impulso popular, puede hacer volar de nuevo la tapa policiaca que trata de contenerlo.
Al quedar enteramente al desnudo los crímenes que se cometieron y se siguen perpetrando en Oaxaca, falta por investigar su motivo, la razón de cometerlos. Es lo que se pregunta la Corte. Y la respuesta que empieza a perfilarse resulta espeluznante.
La estrategia de intimidación empleada busca obviamente doblegar a los rebeldes insumisos y que otros aprendan la lección. Es una estrategia para la represión de los movimientos sociales. Pero no es sólo eso. Busca también atemorizar a otro sector de la sociedad y atizar su encono, con el fin de crear la base social del ejercicio autoritario. El reino del mercado sólo puede establecerse y mantenerse en operación mediante el uso de la fuerza, pero ésta necesita sustento social y cobertura de legitimidad. Ni siquiera los Pinochet pueden descansar solamente en la policía; sólo es efectiva como instrumento de gobierno y control cuando un sector suficiente de la sociedad exige y respalda su intervención.
De eso se trata hoy. Se ensaya en Oaxaca lo que se intenta a escala del país... y del planeta. Se cierran una tras otra todas las vías institucionales y políticas, para que la gente se doblegue o bien caiga en la provocación y recurra a la violencia, lo que legitimaría el ejercicio autoritario y extendería su base social.
La escritora Arundhati Roy observa con preocupación los signos en India, que empiezan a resultar típicos. Sintetiza bien, con su genio habitual, lo que parece estar pasando en todas partes: "No es difícil leer lo que está escrito en el firmamento. Lo que dice allá arriba, en grandes letras, es lo siguiente: 'Compas, la mierda ya llegó al ventilador'".
La Corte no se planteó una comisión investigadora para averiguar lo que había pasado en Oaxaca. Los ministros se dieron por enterados. Afirmaron sin titubeos, reservas o matices que las autoridades federales, estatales y municipales habían violado gravemente las garantías individuales de los oaxaqueños. Las corporaciones policiacas "afectaron físicamente a gran número de personas en forma cruel e inhumana", lo que se tradujo en lesionados, torturados y muertos. Ocurrió en Oaxaca, dijeron los ministros de la Corte, una suspensión de hecho de las garantías constitucionales.
Se reconoció así, en la instancia más alta del sistema judicial de México, lo que reportaron por un año todas las organizaciones de derechos humanos de Oaxaca; lo que informó la Comisión Civil Internacional de Observación de los Derechos Humanos, descalificada por la Secretaría de Gobernación, que esta semana presentó su informe al Parlamento Europeo; lo que señaló tibia y parcamente la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
En vez de indagar otra vez lo que ya se sabe, la Corte se planteó cómo contribuir a restablecer el orden constitucional. "No podemos permitir", señaló, "que las detenciones arbitrarias y las torturas de prisioneros se vuelvan ordinarias y normales en nuestro país..." Resulta evidente, advirtió, que los oaxaqueños "vivieron, y tal vez vivan todavía, un estado de incertidumbre emocional y jurídica". Insistió: "Resulta lógico que la gente viva en zozobra ante autoridades que usan ilimitadamente la fuerza pública, al grado de desconocer los derechos humanos que reconoce nuestro marco jurídico".
La Corte, sin embargo, no menciona entre las causas de la delicada situación actual la impunidad y el cinismo que prevalecen. Los oaxaqueños viven aún en zozobra porque los autores materiales e intelectuales de esos hechos horrendos se pasean impunemente por las calles. Algunos ocupan posiciones de primer nivel en el gobierno estatal y en el federal y otros son candidatos a diputados. Es una ofensa cotidiana y constante a los oaxaqueños que se mantenga esa impunidad y se pretenda ocultar con cambios cosméticos la realidad oprobiosa de un régimen político enfermo de arrogancia, autoritarismo y corrupción, cuyo inaudito cinismo desbordó hace tiempo todos los límites de la decencia.
Como se demostró ampliamente en esta semana, los oaxaqueños no olvidan lo ocurrido y se mantienen en pie de lucha. Es útil que la más alta instancia del sistema de justicia mexicano reconozca la gravedad de lo ocurrido y, por tanto, la validez de ese empeño por remediarlo. Necesita reconocer también que en Oaxaca, con impunidad y cinismo, se sigue echando leña al fuego. La caldera hierve. El vapor, el impulso popular, puede hacer volar de nuevo la tapa policiaca que trata de contenerlo.
Al quedar enteramente al desnudo los crímenes que se cometieron y se siguen perpetrando en Oaxaca, falta por investigar su motivo, la razón de cometerlos. Es lo que se pregunta la Corte. Y la respuesta que empieza a perfilarse resulta espeluznante.
La estrategia de intimidación empleada busca obviamente doblegar a los rebeldes insumisos y que otros aprendan la lección. Es una estrategia para la represión de los movimientos sociales. Pero no es sólo eso. Busca también atemorizar a otro sector de la sociedad y atizar su encono, con el fin de crear la base social del ejercicio autoritario. El reino del mercado sólo puede establecerse y mantenerse en operación mediante el uso de la fuerza, pero ésta necesita sustento social y cobertura de legitimidad. Ni siquiera los Pinochet pueden descansar solamente en la policía; sólo es efectiva como instrumento de gobierno y control cuando un sector suficiente de la sociedad exige y respalda su intervención.
De eso se trata hoy. Se ensaya en Oaxaca lo que se intenta a escala del país... y del planeta. Se cierran una tras otra todas las vías institucionales y políticas, para que la gente se doblegue o bien caiga en la provocación y recurra a la violencia, lo que legitimaría el ejercicio autoritario y extendería su base social.
La escritora Arundhati Roy observa con preocupación los signos en India, que empiezan a resultar típicos. Sintetiza bien, con su genio habitual, lo que parece estar pasando en todas partes: "No es difícil leer lo que está escrito en el firmamento. Lo que dice allá arriba, en grandes letras, es lo siguiente: 'Compas, la mierda ya llegó al ventilador'".
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