Carlos Fernández-Vega
A la furibunda reacción de los barones del dinero (de entonces) por la expropiación bancaria, el gobierno lopezportillista reaccionó como sólo el sistema sabía hacerlo: en medio del caos, multitudinaria concentración de apoyo en el Zócalo capitalino y miles de desplegados de las “fuerzas vivas” en los que comparaban al entonces presidente con Lázaro Cárdenas. Mientras, el país se deshacía.
Siguieron ocho años de banca virtual, compartida al 34 por ciento con ex banqueros y especuladores, porque en los hechos las casas de bolsa y el mercado bursátil se convirtieron en el verdadero sistema financiero (de representar el 2 por ciento en 1982, pasó al 73.2 por ciento en 1989, el año previo a la reprivatización bancaria), hasta que, costumbre obliga, lo reventaron en octubre de 1987, llevándose entre las patas a miles de pequeños inversionistas. La respuesta gubernamental al atraco fue (De la Madrid dixit) impunidad para los saqueadores y acusación de “ambiciosos” a los saqueados. La mesa, pues estaba, servida.
Y llegó Salinas de Gortari con su ola privatizadora y su Alicia en el país de los banqueros: se comprometió a “conformar un sistema financiero más eficiente y competitivo; garantizar una participación diversificada y plural en el capital, con lo que se impiden fenómenos indeseables de concentración, y vincular la aptitud y calidad moral de la administración de los bancos con un adecuado nivel de capitalización; (la “nueva” banca) no servirá para la especulación de unos cuantos; asegurar que la banca mexicana sea controlada por mexicanos; evitar la concentración en agrupaciones formadas por bancos, casas de bolsa, aseguradoras y otros intermediarios… Ello dio lugar en el pasado a prácticas nocivas para la sociedad, como la canalización preferente de recursos otorgados a empresas relacionadas con los grupos bancarios o bien operaciones de complacencia”.
En los hechos hizo exactamente lo contrario: sólo los grandes grupos financiero-industriales, las principales casas de bolsa y los más destacados ex banqueros compraron los 18 bancos reprivatizados. Como ejemplo, las casas de bolsa: Acciones y Valores (compró Banamex), Operadora de Bolsa (Serfin), Probursa (Mercantil de México), Grupo Bursátil Mexicano (Atlántico), Prime (Internacional), Inverlat (Comermex), Estrategia Bursátil (Banoro), Mexival (Banpaís), Inverméxico (Banco Mexicano), Abaco (Confía). Y los grupos industriales: Valores Monterrey-(Bancomer), Grupo Industrial Maseca Banorte, “empresarios del sureste” (Carlos Cabal Peniche, BCH, después Banca Unión). Pero no importó, porque los mismos que de pie ovacionaron a José López Portillo por estatizar la banca, el primero de septiembre de 1982, y defenestraron a los banqueros “vendepatrias”, aplaudieron, catárticos, a Carlos Salinas de Gortari, el 2 de mayo de 1990, por reprivatizarla.
En abril de 1990, un mes antes del anuncio salinista, ocho casas de bolsa (de 26 en total) concentraban el 65 por ciento de los CAPS (la primera “devolución” autorizada por De la Madrid), y los acaparadores resultaron ser los nuevos propietarios (por ejemplo, Roberto Hernández y Alfredo Harp (se quedaron con Banamex); Eugenio Garza Lagüera (Bancomer); Adrián Sada (Serfin); Jorge Lankenau (Confía); José Madariaga y Eugenio Clariond (MMM); Agustín Legorreta, Enrique Robinson Bours y los Autrey (Comermex) y Alfonso de Garay Gutiérrez y Jorge Rojas Mota Velasco (Atlántico). Siete años atrás, casi todos ellos también gozaron de las mieles y subsidios del Ficorca.
En 1991-1992, los citados y unos cuantos más se quedaron con los 18 bancos. Y dos años después, exprimidas, las instituciones financieras reventaron, no sin antes expoliar a los usuarios de la banca (el margen financiero se incrementó a 290 por ciento en algunos casos y el embargo de bienes de los créditohabientes en 450 por ciento). Pero llegó Zedillo, el salvador.
La crisis más severa de la historia estalló en la boca de millones de mexicanos desprotegidos, pero no en la de los neobanqueros que habían tomado sus precauciones. El 7 de febrero de 1995, La Jornada informaba: dos semanas ante de la devaluación de 1994, cinco casas de bolsa, de igual número de grupos financieros, incrementaron hasta en 357 por ciento el monto de sus operaciones con Tesobonos, con una ganancia especulativa cercana a 5 mil millones de dólares. ¿Las casas de bolsa de quiénes? Entre otras, las de Roberto Hernández y Alfredo Harp; Carlos Gómez y Gómez (se quedó con Somex), Adrián Sada y José Madariaga Lomelín, en ese entonces presidente de los banqueros, y Angel Isidoro Rodríguez, El Divino. A lo largo de 1995, el gobierno zedillista pagó alrededor de 30 mil millones de dólares, en dólares, por bonos denominados en pesos, con una tasa de interés pagadera en pesos, y otorgando como “premio”, en pesos, el diferencial del tipo de cambio con el dólar resultante entre la fecha de compra y la de vencimiento.
Ese fue el principio. Vendría el Fobaproa y su “rescate” a los mismos de siempre, con Guillermo Ortiz, hoy en el Banco de México, Miguel Mancera y José Angel Gurría, ahora en la OCDE, como operadores y cabezas visibles. La Auditoría Superior de la Federación documentó que el 80 por ciento de los ilícitos cometidos en el “rescate” quedaron impunes por omisiones o dilaciones de la Procuraduría Fiscal de la Federación (Hacienda) y la PGR, sin considerar el sexenio foxista, quien en bandeja de plata entregó todo a la banca. En el proceso, especulación, avidez, usura, robo, impunidad, banqueros ricos, banca pobre, “legalización” y “entierro” de la deuda del Fobaproa, disfrazada de IPAB, con los mismos personajes citados, más los cómplices en partidos y Congreso, entre ellos Felipe Calderón, que hoy despacha en Los Pinos.
“Legalizado” el atraco, llegó el “cambio” y la extranjerización masiva: una vez “saneado”, el 90 por ciento del sistema financiero que opera en el país quedó en manos de las trasnacionales financieras, quienes reforzaron la usura e hicieron de México su paraíso de las utilidades.
Las rebanadas del pastel
¿Y el país? De la banca. ¿Y los mexicanos? Siguen pagando. Todo, en 25 años. Y van por más.
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